Desde hace ya mucho tiempo he estudiado los trastornos alimentarios por medio de la etnografía, las historias de vida y, más lateralmente, los grupos de discusión. Me propongo escribir un trabajo de conjunto acerca de lo que sé, de lo que no sé pero podría saberse, de las dudas que tengo aún y de las cosas que no consigo explicar con lo que sé, he visto, he oído y he leído. Problemas variados, entre ellos, un cambio de universidad y la presencia de otra línea de investigación que me gusta mucho y me requiere mucho tiempo (la sociología de la filosofía), me han impedido concluir antes.
Estos días presento el plan de conjunto de mi posible trabajo futuro sobre la génesis social de los trastornos alimentarios en el seminario de Samuel Lézé en la ENS y escribo, como todos mis colegas, mi intervención para el congreso nacional de sociología de Barcelona(que versará sobre los problemas epistemológicos de mi etnografía). Al hacerlo, se me aparece uno de los problemas básicos del trabajo socioetnográfico largo (casi 4 años entre una cosa y otra): construir el tipo de sujeto con el que se relacionaron nuestros interlocutores y que fue, poco a poco, produciendo e interpretando datos -no siempre con los mismos marcos de visibilidad y análisis-: gracias a ello dominamos, un poco, los efectos –tampoco hay que ser narcisistas, me insistía un gran sociólogo, la gente no se altera completamente por nuestra presencia- de nuestra relación con los demás, con nosotros mismos en tanto que analistas y con nuestros datos-. Yo, que, en tanto que filósofo que explica epistemología, soy un firme partidario de la aplicación práctica de los útiles de sociología del conocimiento me sentiría un bribón "epistemológico" si no los aplico a mí mismo. Por ejemplo, respecto de un tema central: ¿cómo constituye nuestro grupo de pares nuestro espacio discursivo y cómo ellos nos ayudan a ver -donde todo parecía caótico en el “desierto de lo real” (como diría Zizek, que me gusta más bien poco)- nuestros resultados, aunque también nos imponen ciertos relatos estandarizados y ciertas señas de identidad profesional que violentan nuestra relación con nuestro objeto? ¿Cómo describir ese proceso de negociación del significado de nuestros resultados que transcurre en conferencias de auditorios condicionados por la tensión académica, en elogios que proceden de malentendidos y que no podemos rechazar y a los que, inconscientemente, adaptamos nuestra mirada, en grupos de afinidad que te adoptan sin haberte escuchado o leído –y por los que uno desea ser adoptado- y que dicen lo contrario de lo que dices, por libros de referencia que han ascendido al rango de objetos sagrados y que tú no consideras de interés y, sin embargo, los citas y te defines respecto a ellos (a veces con maravillosas sorpresas: obligado a leer a un autor por presión -¡que menos mal que existió!- del entorno descubrí a alguien que decía lo contrario de lo que decían que decía y me convertí en fan de un nombre que, al principio, consideraba unido a una tesis que me irritaba por su simplismo? En fin: ¿cómo ese proceso ha estado presente y ha impulsado, condicionado y deformado nuestra relación con el objeto en las fases de un trabajo largo de presencia, intercambio y análisis?
Sobre este particular dos textos me parecen fundamentales: la introducción de Jean-Claude Passeron a la edición francesa del libro de Howard Becker Ecrire les sciences sociales y el último capítulo de Science de la science et réflexivité, de Pierre Bourdieu.
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