Acaba de publicarse el número 44 de la revista Daimon dedicado a Maurice Merleau-Ponty. En él se encuentra mi artículo "Merleau-Ponty y el sentido de la enfermedad mental. "La locura en el lugar" o la destrucción de los hábitos compartidos", en el que intento dar sentido teórico a mi investigación de campo sobre la anorexia. No soy el mejor juez de mis artículos pero este, que es corto, es de los que más aprecio. Tengo la sensación de que en él conseguí una definición sociológica de la enfermedad mental útil para aplicarse a otros trabajos de campo. Pero sobre todo que condensaba teóricamente qué tipo de disturbios había visto yo en el mío. Podéis verlo pinchando en el título.
Aprovechando que llegan las fiestas y se acaba el año, que no por indigestas dejan de ser un buen momento para desearse paz y amor (algo que es cursi pero siempre necesario), dejo por aquí esta frase del filósofo contenida en Humanismo y terror (su obra más criticable, pero de la que si eliminamos la falta de información sobre el stalinismo, no encuentro qué puede reprochársele) en la que rememora a su padre. (Merleau-Ponty, que pasó una infancia humilde, era hijo de un soldado que murió en la guerra y de una enfermera: se leen de otra manera sus descripciones sobre el cuerpo cuando se sabe esto.) y que contiene, como dicen los franceses "en filigrana", el núcleo duro de su filosofía política: la fidelidad al ideal y la fidelidad a la complejidad del mundo. Me venía esta cita constantemente a la cabeza cuando observaba, durante estos meses, lo que para algunos es discutir "intelectualmente".
“Cuando nuestros mayores de la guerra de 1914 volvían de permiso, sus familias bienpensantes los acogían con el vocabulario de Barrès. Recuerdo esos silencios, cuando el soldado cubierto de gloria y de palmas daba la vuelta a la cara y rechazaba el elogio. Como dice más o menos Alain, era porque el odio estaba atrás, con el miedo, el coraje estaba adelante, con el perdón. Ellos sabían que no hay gente de bien y de la otra, y que en la guerra las ideas más honorables se hacen valer por medios que no lo son”.
Felices fiestas para todos los que se niegan, en política y en la vida personal e intelectual, a creerse la gente de bien. Los otros no necesitan que se les felicite.
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