¿Es la universalidad moral una ilusión que sacraliza las desigualdades existentes? Así piensa un amigo. La ideología, ¿no tiene ningún efecto propio, ninguna densidad específica y, cuando salimos de la visión idealista del mundo (las ideas se engendran de ideas), nos condenamos al sociologismo más burdo?
Una pequeña ojeada a la ética griega permite comprender los efectos reales de la ideología universalista, ya que nos permite medir el discurso con una realidad radicalmente desigualitaria.
Como explica Mario Vegetti (La ética de los antiguos, Madrid, Síntesis, 2005), la historia de la experiencia moral griega –no confundir con la reflexión sobre lo justo, la ética- depende de la ausencia de cuerpos centralizados de transmisión de doctrina. Las reglas convertidas en espacios no institucionalizados se convierten en centrales. La moral se convertía en una simple racionalización de las jerarquías existentes. Así, en la ética homérica (tan admirada por muchos filósofos reaccionarios), la bondad y el poder iban unidos. Por supuesto, las revoluciones democráticas amplían el contorno del sujeto moral. En el siglo V, la moral se dirige al cuerpo de ciudadanos, pero aún es excluyente. Platón insistirá en que la virtud no concierne al global de los humanos y, por lo demás, sólo una parte de ellos, el alma, podrá ser educada. Pese a todo, por ejemplo, una mujer –si tenía la posición paradójica de una cortesana, que disfrutaban de una cierta extraterritorialidad respecto al dominio masculino cotidiano-tenía más posibilidades de estudiar en una escuela platónica que en una aristotélica (Véase Martha Nussbaum, La terapia del deseo, Barcelona, Paidós, 2003, pp. 81-82). El Estagirita, quizá por extranjero, era más conservador que Platón. A él le debemos una reflexión argumentada de quién puede o no ser sujeto de la vida moral: los hombres libres, griegos, adultos y económicamente desahogados.
Las escuelas helenísticas rompen con el clasismo explícito a costa de subjetivizarlo. Todos los hombres son susceptibles de reflexión moral, siempre y cuando pertenezcan a la escuela y admitan la disciplina de los sabios (condición a la que ningún hombre empírico llegaba). De hecho, sociológicamente, solo la aristocracia urbana accede a dicha condición, explica Vegetti, pero la ausencia de restricciones explícitas permitirá, también sociológicamente, el reclutamiento social de filósofos de condición social improbable. La sociedad estoica, en ciertos puntos una contrasociedad alternativa a la sociedad imperial, no era sólo una simple legitimación de las estructuras hegemónicas. La reproducción que se produce de hecho no es idéntica a la que se proclama como una ley de la naturaleza. “Todos somos nobles”, dice Séneca, la pertenencia de clase no se superpone automáticamente con la superioridad moral (Nussbaum, p. 441).
La universalidad teórica no es un simple disfraz de la desigualdad práctica, a la que sin embargo, legitima. No lo es porque entre sus efectos se encuentra, además de la santificación de las jerarquías reales como jerarquías morales, la subversión de las primeras por el trabajo moral de los sometidos. Quizás es una moral que exige a los de abajo ser héroes pero no los condena a formar parte de los siervos por cuestiones de nacimiento. El filósofo estoico Cleantes quien se vanagloriaba de poder mantener a otro Cleantes, cosa que los aristócratas no podían hacer, sin duda, tenía conciencia de ser un “Working Class Hero”. Pero pudo acceder a su status porque fue interpelado en cuanto hombre por una ideología universalista.
La ideología de lo universal, encubre la arbitrariedad de la realidad, pero también difunde lo universal y contribuye a hacerlo penetrar en la realidad.
Me ha quedado demasiado dialéctico, pero no creo que falso. La ideología tiene realidad específica. Fue una buena lección de Althusser.
Una pequeña ojeada a la ética griega permite comprender los efectos reales de la ideología universalista, ya que nos permite medir el discurso con una realidad radicalmente desigualitaria.
Como explica Mario Vegetti (La ética de los antiguos, Madrid, Síntesis, 2005), la historia de la experiencia moral griega –no confundir con la reflexión sobre lo justo, la ética- depende de la ausencia de cuerpos centralizados de transmisión de doctrina. Las reglas convertidas en espacios no institucionalizados se convierten en centrales. La moral se convertía en una simple racionalización de las jerarquías existentes. Así, en la ética homérica (tan admirada por muchos filósofos reaccionarios), la bondad y el poder iban unidos. Por supuesto, las revoluciones democráticas amplían el contorno del sujeto moral. En el siglo V, la moral se dirige al cuerpo de ciudadanos, pero aún es excluyente. Platón insistirá en que la virtud no concierne al global de los humanos y, por lo demás, sólo una parte de ellos, el alma, podrá ser educada. Pese a todo, por ejemplo, una mujer –si tenía la posición paradójica de una cortesana, que disfrutaban de una cierta extraterritorialidad respecto al dominio masculino cotidiano-tenía más posibilidades de estudiar en una escuela platónica que en una aristotélica (Véase Martha Nussbaum, La terapia del deseo, Barcelona, Paidós, 2003, pp. 81-82). El Estagirita, quizá por extranjero, era más conservador que Platón. A él le debemos una reflexión argumentada de quién puede o no ser sujeto de la vida moral: los hombres libres, griegos, adultos y económicamente desahogados.
Las escuelas helenísticas rompen con el clasismo explícito a costa de subjetivizarlo. Todos los hombres son susceptibles de reflexión moral, siempre y cuando pertenezcan a la escuela y admitan la disciplina de los sabios (condición a la que ningún hombre empírico llegaba). De hecho, sociológicamente, solo la aristocracia urbana accede a dicha condición, explica Vegetti, pero la ausencia de restricciones explícitas permitirá, también sociológicamente, el reclutamiento social de filósofos de condición social improbable. La sociedad estoica, en ciertos puntos una contrasociedad alternativa a la sociedad imperial, no era sólo una simple legitimación de las estructuras hegemónicas. La reproducción que se produce de hecho no es idéntica a la que se proclama como una ley de la naturaleza. “Todos somos nobles”, dice Séneca, la pertenencia de clase no se superpone automáticamente con la superioridad moral (Nussbaum, p. 441).
La universalidad teórica no es un simple disfraz de la desigualdad práctica, a la que sin embargo, legitima. No lo es porque entre sus efectos se encuentra, además de la santificación de las jerarquías reales como jerarquías morales, la subversión de las primeras por el trabajo moral de los sometidos. Quizás es una moral que exige a los de abajo ser héroes pero no los condena a formar parte de los siervos por cuestiones de nacimiento. El filósofo estoico Cleantes quien se vanagloriaba de poder mantener a otro Cleantes, cosa que los aristócratas no podían hacer, sin duda, tenía conciencia de ser un “Working Class Hero”. Pero pudo acceder a su status porque fue interpelado en cuanto hombre por una ideología universalista.
La ideología de lo universal, encubre la arbitrariedad de la realidad, pero también difunde lo universal y contribuye a hacerlo penetrar en la realidad.
Me ha quedado demasiado dialéctico, pero no creo que falso. La ideología tiene realidad específica. Fue una buena lección de Althusser.
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