Entre nosotros, en nuestra generación, el psicoanálisis, ya sea entre los popperianos (pésimos para las ciencias clínicas y las sociales) o los frenchtheorycianos (postAlthusser) tiene mala fama y, sin embargo, Foucault (que sobre ciencias tenía mucho de demarcacionista), uno de los responsables de esa mala fama, tenía la transferencia en la cabeza cuando habla en sus cursos sobre los griegos sobre las condiciones de una transmisión cultural que no degenere en dominación.
Además, cuenta James Miller (una biografía con torpezas pero demasiado maltratada... y de mucho interés), Foucault recomendaba psicoanálisis ortodoxos y nada de "antiedípicos" cuando alguien le confesaba fragilidades psíquicas. Lo podía haber dicho claramente, la verdad, aunque quien sepa leerlo se da cuenta de lo que pensaba, sobre todo al final de su proceloso camino teórico.
Hay quien piensa que las condiciones de reclutamiento de universitarios y los intelectuales, suponen procesos de infantilización tan dolorosos y humillantes (Homo academicus de Bourdieu tiene páginas impresionantes al respecto, de idéntico valor sociológico y clínico) que el odio al análisis es casi un mecanismo de defensa individual. Por lo demás, cualquier observador atento se da cuenta de que el psicoanálisis y el psicologismo merecen críticas duras (como la Investigación Acción y la Filosofía... ) pero también de cuánta desgracia no afrontada puede ocultarse bajo discursos hipercríticos.
Uno de los mejores libros sobre lo duro que es sobrevivir a un gran maestro –no a un cacique: a este no se le otorga saber y se le sobrevive expulsándolo de uno mismo mediante la no imitación. Aunque quizá no es tan fácil- es Un destin si funeste (París, Minuit, 1976) de François Roustang.
Escrito por un psicoanalista, es un ensayo magnífico sobre la desgracia de ser un discípulo de un grande y, en lo que nos interesa, una fenomenología de la esterilización intelectual vía la transmisión de una teoría y una práctica profesional. Una doctrina y una práctica profesional que, como el psicoánálisis, debido a la teoría de la transferencia, parecía especialmente bien protegido contra tales efectos.
Tres son los principios que convierten la liberación posible de una teoría en acogotamiento doctrinario. En primer lugar, la conversión de la palabra del maestro en única garantía de verdad. Evidentemente, esto no quiere decir que quien contesta al maestro diga la verdad, algo que normalmente se confunde. En segundo lugar, la obsesión por la coherencia del sistema y la conversión del decir intelectual en "escolalia", en lenguaje de escuela. En esto hay niveles que producen sonrojo y no sólo en las escuelas más explícitamente jerarquizadas. Las jerarquías implícitas son peores (de nuevo, recordar el análisis de la "espontaneidad" revolucionaria del Mayo universitario en Homo academicus), y muchos que se las dan de libertarios deberían mirarse un segundo y meditar. En tercer lugar, el falso diálogo entre maestro y discípulo: los discípulos son falsos interlocutores porque sólo sirven para confirmar al maestro, única fuente de verdad. Los discípulos decepcionan siempre al maestro que, pobrecillo, nunca encuentra alguien a su nivel. Los discípulos compiten para serlo, mientras el maestro, decepción tras decepción, se instala en un monólogo autorreferente, con discípulos que se angustian por no haber estado a la altura o que huyen quemando todo lo que adoraron.
Por supuesto, existen muchos maestros gozosos, como los que José Gaos describe respecto de Ortega y Morente, fuente de conflictos y de identificaciones, pero también de potencia propia y autonomía, que te obligan a ser buenos maestros con otros discípulos para devolverles el regalo. Sobre las diferentes formas de escuela en filosofía (y de transmisión del capital cultural), hablaré en mi intervención sobre las "Confesiones profesionales" de José Gaos el 5 de febrero en Madrid.
Pero antes, hablaremos sobre todos estos temas, apasionantes y delicados, con Jacobo Muñoz (en la foto, a la derecha, con Sergio Ariza y un servidor), que ha sido maestro de muchos pero que también fue discípulo (¡y de grandes maestros, maestros de aúpa!), el miércoles 26 a las 13 horas en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cádiz.
Comentarios
Pues no se entiende nada bien a qué vienen esas ganas de hacer de Sacristán un maestro de alguien que no mantuvo con él esa relación discipular.
Una cosa es que codirigieran revistas como Materiales o que coincidieran y participaran en proyectos de traducción de los años sesenta y setenta de la pasada centuria y otra bien distinta que Jacobo fuera discípulo de alguien que nunca deseó ser maestro de nadie. ¿No es todo eso un burdo cuento tejido muy a posteriori?
No obstante, para los que no pudimos asistir a tal disertación sería de sumo interés que se pudiera haber grabado en soporte massmediático: ¿o no contaron con ello los (des)organizadores del evento?
Mil gracias...
Está grabada, la subiremos en cuanto podamos.
A los estudiantes les encantó, como al conjunto del magistero español que tuvimos a bien asistir.
Por cierto, Jacobo Muñoz y Francisco J. Martín preparan un libro sobre Sacristán.
Mil de nadas...
¿Quién es quién de los dos de la izquierda? El de la derecha está claro, pero ¿quién eres tú? (pregunta casi metafísica, je).
M.
El de la extrema izquierda es Sergio Ariza, yo estoy en el centro. Sobre esta cuestión estoy escribiendo ahora un capítulo dentro de "La norma de la filosofía".
Un placer perderse de vez en cuando por tu blog.
Me interesa esa distinción que haces entre maestro y cacique -figura que plantea más directamente problemas de orden insitucional. Comentas que al cacique no se le otorga saber (no se le "supone") y por tanto no se le imita, lo cual facilita la autonomía respecto de él -Zizek, perdona que lo cite, supongo que diría que la evidencia de su goce termina por socavar su autoridad como referente simbólico. No obstante (y a lo mejor todo esto te parece "naïve"...), el cacique no es necesariamente alguien a quien nunca se ha supuesto saber. ¿Has pensado sobre el proceso mediante el cual alguien se convierte en un cacique en el mundo intelectual (y académico)? ¿Qué rasgos tendría ese proceso?
Un abrazo,
Gabriel
Un abrazo
Habrá que empezar por pensar dos veces sobre los que, con la "madurez", se vuelven eclécticos.
El eclecticismo se instala en una reación entre el yo y la institución de la cultura que mantiene excluido fuera de ella no sólo al efecto de realidad que la produción cultural pueda producir más allá de su lugar institucional, sino el trabajo de autoconstrucción crítica de quien se implica con una teoría o una poética. Me vienen a la mente dos ctas relacionadas con el arte: Carl André, el artista minimal, afirmaba que el arte, "aquello que hacemos", se opone a la cultura, "aquello que se nos hace"; y Lyotard, ya sabes, decía es de "el arte es a la cultura o que lo real del deseo a lo imaginario de la demanda".
Un abrazo (¡¡y mil gracias de nuevo!!)
Gabriel