Hasta ahora, casi todo en el movimiento 15-M ha sido bueno. Al menos el balance general lo es indiscutiblemente. Cada día se han ido sumando fuerzas. Y sin embargo, creo que el sábado ha supuesto (me refiero a Cádiz, que es lo que vivo en primera persona) un punto de inflexión. La manifestación del sábado fue el culmen de una semana de movilización con unas características tales que la hacen insostenible en el tiempo, de seguir el mismo ritmo. A mi juicio, o sabemos ver esto a tiempo, o el movimiento corre peligro de marginalizarse. En ello influyen dos factores fundamentales:
1. La acampada se está convirtiendo para algunos (creo que no son mayoría en la asamblea, pero sí entre quienes se quedan a dormir) en una justificación del movimiento y no al revés. Se están comenzando a oir argumentos en favor de la permanencia o de seguir celebrando asambleas diarias por respeto a quienes sostienen la acampada. Tere (amiga y compañera en la asamblea) ha hecho una intervención magnífica hoy recordando lo que ocurrió en la acampada contra la LOU en Sevilla en 2002. Similares conclusiones podrían sacarse de la lucha contra Bolonia (aunque a menor escala). O se pone fin pronto a la acampada, o la división que se critica entre clase política y sociedad, se reproducirá en el movimiento, desvirtuando su sentido (aunque siempre quedará algo más que antes: no se trata de ser catastrofista, sino de no perder una oportunidad que parece única).
2. La ambigüedad política que sirvió de aglutinante inicial y que permitió reunir a tantas personas de tan diferente procedencia está cediendo el paso a un discurso político (que no partidista) en particular, que pretende dar un carácter social mucho más amplio a las reivindicaciones. Eso va acompañado (aunque no tendría por qué ser así) de un rechazo a otras medidas estrictamente políticas como la reforma de la ley electoral o la lucha contra la corrupción por insuficientes. Es legítima esa pretensión de dotar al movimiento de un discurso más amplio; pero se debe ser consciente de lo que tiene de excluyente, de la modificación de las condiciones políticas de acceso al movimiento que la imposición de esa dinámica implica: el riesgo de una mayor coherencia ideológica puede ser el cierre de la pluralidad de ese espacio político. Creo que lo que ha hecho masivo a este movimiento es la exigencia que le ha hecho a la izquierda organizada de una reducción de sus niveles de exigencia políticos e ideológicos. Subirlos es algo positivo siempre y cuando se haga a un ritmo adecuado y, sobre todo, siempre que la exclusión de aquellos que no se sientan identificados con un discurso anticapitalista no lleve a su despolitización, sino a una reorganización que comparta unos mínimos comunes y pueda mantener un debate con garantías. Hoy por hoy estamos muy lejos de ese punto. O se renuncia a imponer el discurso anticapitalista por encima de un consenso de mínimos, o el movimiento acabará siendo sólo anticapitalista (y puesto que no es esperable una conversión espontánea, eso quiere decir que será mucho más reducido).
Creo que la mejor opción pasa por apoyar en las asambleas la elaboración de manifiestos de mínimos, no muy ambiciosos, pero que integren a la mayor gente posible y den una primera meta concreta a la movilización. Y por establecer unas prácticas y unos ritmos que permitan la ampliación del movimiento, o al menos la estabilización: reuniones regulares accesibles, revisando contenidos paciente y continuamente (una propuesta que se escuchó hoy: una asamblea semanal y otro día de preparación me parecen bien para empezar) y finalizando cuanto antes, y con buena moral, la acampada.
Comentarios
Yo propondría el manifiesto de DRY que fue el que movilizó a mucha gente a salir a la calle el día 15.
Muy buen artículo.