Decía hace 5 días que, en mi opinión, la mejor opción para las asambleas pasaba por elaborar manifiestos de mínimos, con propuestas concretas asumibles por la mayoría de quienes participaron en las concentraciones masivas de ese fin de semana. Hoy creo que, donde no se haya hecho, eso es ya imposible. Baso esta opinión en lo que ocurre en Cádiz y lo que me cuentan de Madrid y algunas otras acampadas de tamaño similar a la gaditana.
Parece que el movimiento se va orientando cada vez más a la izquierda: los métodos asamblearios y el ritmo de trabajo han ido alimentando un proceso cuya continuidad depende de si mañana se decide seguir o no la acampada. En primer lugar, existe una clara tendencia a buscar el "consenso" y a evitar votaciones que dividan a la asamblea. La asamblea se ha ido convirtiendo de este modo en un espacio que, salvo contadas excepciones de gran violencia simbólica, se dedica a aprobar por aclamación unánime los acuerdos que alcanzan las distintas comisiones de trabajo y a ceder la palabra a distintos tipos de intervenciones (en un turno de palabra que se abre y cierra sin ningún sentido del debate y que no permite articular discusiones reales): personas que reclaman una vuelta a las reivindicaciones iniciales (cada vez más escasas), otras con discursos vacíos y muchas ganas de protagonismo, demagogos de la acampada que insisten incansablemente en las bondades de la vida comunal e incluso primitiva, y opositores a estos últimos (inferiores en volumen de intervenciones, pero probablemente no en apoyos reales) que entienden el movimiento como un instrumento de cambio social más allá de las asambleas. Hay más, pero esto es lo más significativo.
Esto hace que las decisiones se tomen, en la práctica, en las distintas comisiones de trabajo que presentan luego sus resultados a la asamblea. Y particularmente, en la comisión que se encarga de preparar el orden del día una hora antes de cada asamblea. Aquí entra en juego la criba del ritmo de trabajo: en estas comisiones, que se reúnen durante varios días seguidos y a distintas horas, participan fundamentalmente militantes políticos y gente muy asidua a la acampada. La inversión de tiempo que requiere una participación con garantías sólo permite asistir a quienes no tienen otra cosa que hacer o a quienes se dedican vocacional o profesionalmente a la política. La combinación de ambos factores da como resultado posturas irreales y cada vez más radicales, que sin embargo no tienen por qué ser compatibles. De hecho, podría definirse una oposición fundamental entre libertarios y sectores a la izquierda del PSOE. Los primeros se sirven de (y fomentan) la indefinición política del movimiento y su apartidismo programático: presentan las dinámicas de rudimentaria auto-organización del movimiento y, especialmente, de la acampada como victorias y fines en sí mismos. Sus aliados naturales son los que "viven" en la acampada y sus esfuerzos se orientan, lógicamente, a prolongar la situación actual. Lo que no tengo claro es si consideran viable la extensión social de este tipo de estructuras o, simplemente, les da igual el impacto social del movimiento, conformándose con las transformaciones individuales que pudieran producirse a cualquier escala. Los segundos, en cambio, apuestan claramente por la extensión social y consideran la acampada o la asamblea como meras herramientas de lucha. Sus aliados serían quienes, participando de la acampada, entienden que ésta no puede prolongarse en el tiempo o, en una versión moderada, quienes simpatizan con el movimiento, acuden intermitentemente (y en menor número durante esta semana) a las asambleas y no participan en las comisiones.
Así las cosas, hay dos decisiones cruciales que previsiblemente pueden modificar la relación de fuerzas:
1. El fin de la acampada permanente y reducción del ritmo asambleario: con ello, el sector que hace su vida en la acampada perdería progresivamente su capacidad decisoria, en favor de los militantes políticos organizados (en partidos o en otras asociaciones) y quizás de un público más diverso para quien un ritmo de trabajo más lento sería asumible. De esta manera, los debates irían concretándose en torno a programas políticos y sociales de izquierda tanto más radicales en función de la competencia entre organizaciones políticas y de la amplitud del público externo que se pueda integrar en la nueva estructura, lo que a su vez es inversamente proporcional, según creo, al tiempo que tarde en producirse ese cambio de ritmo: a más tiempo, menos público y un discurso más radical.
2. La extensión del movimiento a los barrios: asumiendo que el movimiento se extenderá manteniendo su indefinición actual, la incorporación de un público nuevo que no ha participado hasta ahora en el movimiento puede modificar profundamente su trayectoria presente. Según se deduce de la experiencia de Madrid (y de otros pueblos en la provincia de Cádiz) parece que el movimiento conserva su tirón, por lo que, presumiblemente, las convocatorias en los barrios de la ciudad pueden crear nuevos foros de discusión donde se planteen problemas sociales concretos y que sirvan de base a un programa coherente de acciones para el movimiento. Supongo que entonces podría reproducirse de nuevo el conflicto entre las estrategias políticas a largo plazo que subyace a la oposición libertarios/sectores a la izquierda del PSOE; pero es de esperar que los primeros cuenten con muchos menos apoyos en estas circunstancias y, con un paciente trabajo militante, los segundos puedan hegemonizar el movimiento. Incluso, dependiendo de la violencia con la que se resuelva este conflicto, las características del programa político que se acabe imponiendo y la dimensión resultante del movimiento, quizás podrían recuperarse las reivindicaciones mínimas iniciales dentro de un marco mucho más amplio.
Ya para terminar, dadas las características de la militancia política actual en general y de las acampadas en particular, lo más probable es que se imponga un ritmo de movilización que sólo será asumible por las organizaciones de izquierda y extrema izquierda con apoyos puntuales de plataformas, asociaciones o particulares cercanos a ellas. En el mejor de los casos, esos apoyos serían lo suficientemente amplios y estables como para permitir algunas transformaciones del sistema político que favorecerían una mayor participación, y visibilizarían y legitimarían opciones políticas a la izquierda del PSOE actual, sirviendo de plataforma para posteriores conquistas (o reconquistas) sociales. En el peor de los casos, el movimiento se extinguiría y las distintas organizaciones y agrupaciones de izquierda que participan en él se replegarían, reclutando algunos (o muchos) militantes y esperando una nueva oportunidad.
Parece que el movimiento se va orientando cada vez más a la izquierda: los métodos asamblearios y el ritmo de trabajo han ido alimentando un proceso cuya continuidad depende de si mañana se decide seguir o no la acampada. En primer lugar, existe una clara tendencia a buscar el "consenso" y a evitar votaciones que dividan a la asamblea. La asamblea se ha ido convirtiendo de este modo en un espacio que, salvo contadas excepciones de gran violencia simbólica, se dedica a aprobar por aclamación unánime los acuerdos que alcanzan las distintas comisiones de trabajo y a ceder la palabra a distintos tipos de intervenciones (en un turno de palabra que se abre y cierra sin ningún sentido del debate y que no permite articular discusiones reales): personas que reclaman una vuelta a las reivindicaciones iniciales (cada vez más escasas), otras con discursos vacíos y muchas ganas de protagonismo, demagogos de la acampada que insisten incansablemente en las bondades de la vida comunal e incluso primitiva, y opositores a estos últimos (inferiores en volumen de intervenciones, pero probablemente no en apoyos reales) que entienden el movimiento como un instrumento de cambio social más allá de las asambleas. Hay más, pero esto es lo más significativo.
Esto hace que las decisiones se tomen, en la práctica, en las distintas comisiones de trabajo que presentan luego sus resultados a la asamblea. Y particularmente, en la comisión que se encarga de preparar el orden del día una hora antes de cada asamblea. Aquí entra en juego la criba del ritmo de trabajo: en estas comisiones, que se reúnen durante varios días seguidos y a distintas horas, participan fundamentalmente militantes políticos y gente muy asidua a la acampada. La inversión de tiempo que requiere una participación con garantías sólo permite asistir a quienes no tienen otra cosa que hacer o a quienes se dedican vocacional o profesionalmente a la política. La combinación de ambos factores da como resultado posturas irreales y cada vez más radicales, que sin embargo no tienen por qué ser compatibles. De hecho, podría definirse una oposición fundamental entre libertarios y sectores a la izquierda del PSOE. Los primeros se sirven de (y fomentan) la indefinición política del movimiento y su apartidismo programático: presentan las dinámicas de rudimentaria auto-organización del movimiento y, especialmente, de la acampada como victorias y fines en sí mismos. Sus aliados naturales son los que "viven" en la acampada y sus esfuerzos se orientan, lógicamente, a prolongar la situación actual. Lo que no tengo claro es si consideran viable la extensión social de este tipo de estructuras o, simplemente, les da igual el impacto social del movimiento, conformándose con las transformaciones individuales que pudieran producirse a cualquier escala. Los segundos, en cambio, apuestan claramente por la extensión social y consideran la acampada o la asamblea como meras herramientas de lucha. Sus aliados serían quienes, participando de la acampada, entienden que ésta no puede prolongarse en el tiempo o, en una versión moderada, quienes simpatizan con el movimiento, acuden intermitentemente (y en menor número durante esta semana) a las asambleas y no participan en las comisiones.
Así las cosas, hay dos decisiones cruciales que previsiblemente pueden modificar la relación de fuerzas:
1. El fin de la acampada permanente y reducción del ritmo asambleario: con ello, el sector que hace su vida en la acampada perdería progresivamente su capacidad decisoria, en favor de los militantes políticos organizados (en partidos o en otras asociaciones) y quizás de un público más diverso para quien un ritmo de trabajo más lento sería asumible. De esta manera, los debates irían concretándose en torno a programas políticos y sociales de izquierda tanto más radicales en función de la competencia entre organizaciones políticas y de la amplitud del público externo que se pueda integrar en la nueva estructura, lo que a su vez es inversamente proporcional, según creo, al tiempo que tarde en producirse ese cambio de ritmo: a más tiempo, menos público y un discurso más radical.
2. La extensión del movimiento a los barrios: asumiendo que el movimiento se extenderá manteniendo su indefinición actual, la incorporación de un público nuevo que no ha participado hasta ahora en el movimiento puede modificar profundamente su trayectoria presente. Según se deduce de la experiencia de Madrid (y de otros pueblos en la provincia de Cádiz) parece que el movimiento conserva su tirón, por lo que, presumiblemente, las convocatorias en los barrios de la ciudad pueden crear nuevos foros de discusión donde se planteen problemas sociales concretos y que sirvan de base a un programa coherente de acciones para el movimiento. Supongo que entonces podría reproducirse de nuevo el conflicto entre las estrategias políticas a largo plazo que subyace a la oposición libertarios/sectores a la izquierda del PSOE; pero es de esperar que los primeros cuenten con muchos menos apoyos en estas circunstancias y, con un paciente trabajo militante, los segundos puedan hegemonizar el movimiento. Incluso, dependiendo de la violencia con la que se resuelva este conflicto, las características del programa político que se acabe imponiendo y la dimensión resultante del movimiento, quizás podrían recuperarse las reivindicaciones mínimas iniciales dentro de un marco mucho más amplio.
Ya para terminar, dadas las características de la militancia política actual en general y de las acampadas en particular, lo más probable es que se imponga un ritmo de movilización que sólo será asumible por las organizaciones de izquierda y extrema izquierda con apoyos puntuales de plataformas, asociaciones o particulares cercanos a ellas. En el mejor de los casos, esos apoyos serían lo suficientemente amplios y estables como para permitir algunas transformaciones del sistema político que favorecerían una mayor participación, y visibilizarían y legitimarían opciones políticas a la izquierda del PSOE actual, sirviendo de plataforma para posteriores conquistas (o reconquistas) sociales. En el peor de los casos, el movimiento se extinguiría y las distintas organizaciones y agrupaciones de izquierda que participan en él se replegarían, reclutando algunos (o muchos) militantes y esperando una nueva oportunidad.
Comentarios