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FALTAN DISEÑOS, NO VALORES


Según el análisis de Francisco Herreros (La ideología y la práctica. La diferencia de valores entre izquierda y derecha, La Catarata, 2011), los ciudadanos, tanto los de izquierda como los de derecha, consideran que una condición de la democracia es la intervención del Estado para la reducción de desigualdades. Ambos también consideran –más los ciudadanos de derecha- que ciertas desigualdades son necesarias para mantener el estímulo. La idea neoliberal de que los pobres son responsables de su pobreza nunca es compartida mayoritariamente, ni a derecha ni a izquierda. Las diferencias entre derecha e izquierda, sin ser enormes, se encuentran en el valor de tolerancia, netamente liberal, interiorizado por la izquierda, mientras que el conservadurismo cultural se apalanca en la derecha.

 Con este marco de valores, un socialista no debería deprimirse.  Como se vio la semana pasada, la desigualdad, desde su perspectiva, no siempre es injusta. Si consiguiéramos eliminar todas las diferencias debidas al nacimiento (sean estas de origen social o natural), con una política compensatoria –por ejemplo, para las personas con dificultades derivadas de su herencia natural- o redistributiva –para personas con carencias sociales-, habría varios tipos de desigualdades posibles en el mejor régimen socialista. Las diferencias en la elección ocio/ingresos serían una: los primeros tendrían menos dinero que los segundos que carecerían de tiempo libre; en conjunto, como dice Gerald Cohen (¿Por qué no el socialismo?, Katz 2011), esa situación no es desigual, sucede que los bienes que se disfrutan son distintos. Otra, que añadiría yo al modelo de Cohen, consistiría en los territorios de especialización de cada uno de los individuos: en un momento de debilidad utópica, raro en él, Marx imaginaba un hombre que por la mañana pescaba y por la tarde lee filosofía. Como recordaba Manuel Sacristán, solo podía hacerse algo serio exigiéndose dedicación y entrega. Cuando os decidáis a estudiar, proponía el filósofo marxista a sus alumnos, pensad lo que queréis: si queréis dedicaros también al montañismo y a la música, no haréis nada que valga la pena ni en los estudios, ni en la composición ni en la escalada. La gente que todo lo puede solo existe en los cuentos infantiles y en algunas raras cimas de la especie humana. La excelencia en la especialización, necesaria para el avance general de la humanidad, haría que los individuos compartiéramos experiencias muy diversas y estas serían fuente de distancia y, por supuesto, de desigualdad. Sobre cómo comunicar esas experiencias artísticas o científicas con la experiencia cotidiana cavilaron muchos artistas y científicos. Bourdieu y Passeron (en su obra clásica Los herederos) insistieron en que la escuela debería darle a los alumnos menos afortunados todas las herramientas culturales de las que carecían (incluyendo, por ejemplo, además de los contenidos del programa, los conocimientos artísticos que sus padres no podían ofrecerles). Luego, una vez procurado esto, debería exigirles lo mismo que a sus colegas de clases altas, so pena de darles títulos de broma.  Nótese que esto es exactamente lo contrario que hoy se nos exige implícitamente a los profesores en la era de las reformas neoliberales: dar sólo aquello que a los chicos les guste sin que se aburran y sin que tengan que esforzarse mucho –como si la autoexigencia, la entrega y la atención no fueran condiciones para ser un alumno- y aprobarlos para evitar que los centros educativos pierdan su clientela: un docente puede ser reprendido por su alto número de suspensos como si esto fuera siempre un problema suyo. Todo ello en nombre de la lucha contra el elitismo. Tal populismo neoliberal es lo contrario de una verdadera igualdad socialista, basada en dar más, para exigir elevarse y no, en rebajarlo todo para que el usuario compre su título según su capricho y su cartera.

La tercera fuente de desigualdad socialista defendible, siempre según Cohen, consiste en que dos individuos, con los mismos recursos de partida, pueden tener resultados distintos por dos razones. En primer lugar, porque uno holgazaneó cuando debía trabajar y no logró aquello que deseaba. No puso, por descuido y /o pereza, los medios necesarios para lograr sus objetivos. En segundo lugar, por falta de suerte. El azar es muy arbitrario y premia o descarta sin piedad.

Hay pues tres tipos de desigualdad admisibles para un socialista: por elección, porque la especialización y porque nadie puede garantizar la igualdad de resultados. En este tercer punto y, en alguna manera en el segundo, pueden ponerse en marcha instituciones que compensen  estas desigualdades. Por ejemplo, un sistema educativo y cultural que propague, con la condición de que el receptor ponga de su parte, con las menores exigencias de esfuerzo posibles, las conquistas más altas de la especialización cultural. Un sistema de cooperación comunitaria que mejore la vida de quienes han tenido mala suerte y de quienes no se impusieron el coste exigido por lo que querían. Ayudar a los demás, muestra Herreros, es un valor compartido por izquierda y derecha (esta última, incluso, lo valora más).

Es falso pues que vivamos en una cultura antisocialista: ni los ciudadanos son amigos de la desigualdad, ni la justicia socialista –la más seria- exige acabar con toda. Necesitamos, recuerda Cohen, diseños institucionales concretos que permitan pensar que se puede vivir en un mundo no capitalista. Quienes apuestan porque solo existan las desigualdades justas, y solo ellas, deberían, además denunciar las muchas desigualdades injustas y moralmente repulsivas que permite el capitalismo, explicar  con qué medidas piensan solventarlas.

Cuando opositó a cátedra en 1933, el joven filósofo José Gaos mostró su impresionante pericia intelectual  en las corrientes filosóficas contemporáneas (en una época, en que según creía Gaos, la filosofía que se hacía en España solo tenía rival en la alemana). Sin firma, pero evidentemente suyo, figuraba entre sus documentos un “Proyecto de bases para la ley de instrucción publica de la República”. Cuando encontré este mes de agosto ese expediente de oposiciones en el Archivo General de la Administración, pensé que  eso era un filósofo y un socialista que se toma en serio su oficio y sus ideales. Leyendo el texto, me pareció que para cambiar necesitamos proyectos institucionales viables. La cultura contemporánea de la izquierda privilegia demasiada pose ideológica tronante -y formulada en lenguaje abstruso. Quizá, desde Gaos,  hemos perdido nivel –eso seguro- y estilo, modelo de compromiso intelectual. No estaría mal que el 15M nos permita recuperarlos. 

  

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