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Las ciencias sociales y los trastornos alimentarios

Me piden desde una institución que diga en una página qué aportan las ciencias sociales al estudio de los trastornos alimentarios. Aunque no estoy seguro de haberlo logrado, quizá lo que he mandado le sea útil a  algún colega.

(Artículo en La Voz)

El estudio de los trastornos alimentarios, en ciencias sociales, propone una cuádruple aportación (que he desarrollado en Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social, Madrid, CIS, 2010). Veamos en qué:

1. En primer lugar, no asume como evidentes las diferencias entre salud y enfermedad: por la simple constatación de que lo que se considera sano en un contexto social o en un momento histórico, puede ser considerado patológico en otro. La exploración sistemática de esos diversos umbrales de sensibilidad en el pasado o en el presente proporciona indicadores precioso de cuáles son las acciones que provocan malestar en los sujetos y en su entorno. Para comprender esas acciones y qué en ellas resulta dañino, tanto para la persona como para quienes le rodean, deben reconstruirse: culturas corporales de clase, culturas corporales de género, diferencias corporales de generación, diferencias del significado de las edades y su aspecto físico legítimo en las distintas generaciones, manejo diferente de categorías expertas, efecto que las categorías expertas tienen sobre los sujetos.

2. En segundo lugar, el estudio de los trastornos alimentarios no puede olvidar que los sistemas expertos e institucionales tienen un efecto sobre las personas con las que trabajan. Uno, porque el mundo experto y profesional es conflictivo: acerca de cuáles son las enfermedades, acerca de cómo tratarlas y acerca de quién es el mejor situado, por su saber y su posición institucional, para hacerlo. Dos, porque los sistemas de designación de los trastornos tienen efecto sobre esos trastornos: la romantización de la anorexia –frente a la bulimia- ha jugado algún papel en la estilización de la enfermedad y en la creación de una cultura autosatisfecha de personas afectadas; en otro orden: las prescripciones dietéticas sanas, utilizadas de manera dogmática (sin tener en cuenta los gustos, las costumbres y los contextos de vida de una persona), pueden ser –de hecho, son- el comienzo de un trastorno alimentario. Tres, porque las prácticas terapéuticas descoordinadas, con la cacofonía que producen en la persona, le impiden tener una idea clara de cómo salir de los trastornos alimentarios, de en qué consiste su trastorno e incluso de si merece la pena salir de los mismos.

3. En tercer lugar, los trastornos alimentarios no se producen porque las personas tengan problemas debidos a su equipamiento neurofisiológico (que pueden tenerlos también): se producen porque las estructuras sociales ponen a las personas en problemas. Porque las familias –que en muchas ocasiones son entornos conflictivos por los que se transmite una herencia corporal- transmiten prototipos corporales muy ortodoxos a su progenie, porque el grupo de pares exige carreras de competición corporal muy tensas para ser reconocido, porque las formas de acceso al mercado sexual y matrimonial se basan en la exhibición corporal competitiva, porque ciertas áreas del mercado de trabajo imponen modelos corporales muy estrictos que no todo el mundo –por gustos, por tiempo, por morfología corporal- puede asumir y, porque existe una cultura de exhibición del sufrimiento y de la experiencia personal que generan un mercado: éste valora el capital de identidad de quien ha tenido un trastorno, lo cuenta y lo define.

4. En cuarto lugar, también desde las ciencias sociales, podemos aprender mucho no sólo sobre cómo se entra, sino también sobre cómo se sale de los trastornos alimentarios. Y, al menos, la gente sale por cuatro razones, que sólo con los métodos de la sociología y la antropología, pueden describirse bien. Primera razón: porque se dan cuenta que existe un conflicto entre el cuerpo legítimo y el cuerpo del placer, entre el cuerpo que recibe aprobación en el mercado público de los cuerpos y el cuerpo que produce goce y compañía en la experiencia íntima; se trata aquí de reconstruir las razones del amor para suspender la inversión corporal dañina. Segunda razón: porque comprenden que si no logran tener un cuerpo como el que desean no se debe a ningún problema personal (por falta de esfuerzo o ganas), sino simple y llanamente porque esos cuerpos requieren una movilización de tiempo, esfuerzo y dinero que solo resultan accesibles a determinadas; reconstruyamos, entonces, las razones sociológicas profanas que permiten a las personas distanciarse de modelos corporales delirantes. Tercera razón, porque las personas se dan cuenta de cuán injusto es que la división sexual del trabajo y la dominación, obligue a las personas a ser solo su cuerpo: son razones políticas, ampliamente desarrolladas por el movimiento feminista, las que permiten conquistar estados de paz corporal a muchas personas que estuvieron comprometidas con los trastornos alimentarios. Cuarta razón, evocada antes: la dinámica de competencia profesional por el control de los nichos de trabajo, la sordera autista de las diversas corrientes teóricas (y su lucha por cotizar al alza en un mercado de bienes terapéuticos) tiene un efecto nefasto en los dispositivos terapéuticos de intervención. La integración de los equipos de trabajo, la colaboración leal entre profesiones, la prudencia respecto a los propios paradigmas teóricos y la receptividad para con los ajenos, el énfasis en cómo hay que tratar a los afectados más que en quién debe dirigir el tratamiento y desde qué perspectiva teórica y la existencia de recursos públicos que no penalicen sanitariamente a las personas con menos recursos, son todas razones organizativas relevantes que ayudan a salir de la anorexia y la bulimia.

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