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Yuri Gagarin que estás en los cielos


Me es grato presentar, en una Feria del libro anarquista, algo titulado Libro de la Servidumbre pero aún me es más grato presentar un título como Yuri Gagarin que estás en los cielos. Los anarquistas no son lo que eran. Me imagino que David Franco Monthiel no tenía a quien recurrir y se decidió por mí. Como nada sucede al azar, yo creo que algo bullía en su inconsciente de poeta, siempre rico en significantes paradójicos, y el muy ladino debió susurrarle: “¿Qué mejor presentación de un libro dedicado a los años gloriosos del Estado Soviético –cuando Kruschev decía a los capitalistas: “os enterraremos en bienestar”- que encomendársela a una tipo que se apellida Pestaña –como el que hizo que la CNT no entrase en la III Internacional y que luego fue, además, diputado por Cádiz- y además es defensor del Estado?” Materia, sin duda, tiene aquí David para un poema satírico. Si además juega con su primer apellido casi le puede dar para uno de sus divertidos relatos. Prometo responderle con un mal soneto.



David es un poeta estudioso y eso hace más fácil la presentación a alguien, como yo, que no sabe lo que es un rispetto ni ganas tiene de aprenderlo. Mis únicos méritos para presentarlo, además de conocer personalmente a David, proceden de impartir clase de Filosofía y Literatura, clases en las que he podido constatar que hablar de política ante jóvenes letra heridos es garantía suficiente para el bostezo masivo. David, no; es un lector impenitente de literatura, pero también de sociología, historia y de política y en el corto camino común que unió nuestras vidas, esas lecturas forman intersecciones con las mías, con mis propios mitos. El protagonista de uno de los relatos (el dedicado a Gagarin), Timoshenko también lo fue de algunas conversaciones que tuvimos. Un día le contaba a David que el más grande sociólogo y filósofo con el que he hablado sostenía que la pasión política es difícil de racionalizar. Cuando él era pequeño y vivía –en 1940- en la Francia ocupada escuchaba clandestinamente a su tío decirle a su padre: “Fíjate en el Ejército Rojo, pelean como leones. Y ahora van a llamar a Timoshenko”. No importa que Timoshenko fuera militarmente un fiasco, tampoco lo que efectivamente fuera el Ejército Rojo: importa cómo esas palabras daban vida al coraje resistente de un campesino de la zona de Niza que se negaba a entregarse al régimen colaboracionista de Vichy. David puede responder que pensaba en el dirigente de las FARC, pero no me lo creo. Le habrá narrado esa anécdota, con nuestras sendas y buenas barrigas rebosando de cerveza, unos 150.000.000. de veces. Otro Timoshenko, bebedor, casado con una mujer a dieta (sic) produce en el libro de David la película sobre Gagarin, el hombre bueno, que parecía la confirmación evidente de que los pobres, como cantaba el Konsomol, podía asaltar el cielo. Según el Timoshenko de David, acabó asesinado por el KGB.

Más asuntos de nuestras conversaciones. El equipo cinematográfico soviético, antes de comenzarlo, repite “subsunción real” cuatro veces y eso de la dichosa subsunción es algo que David sabe que me fastidia mucho, de tanto que se repite en la literatura más prestigiosa del “radical chic”. Un amigo de Granada, pero tristemente no recuerdo bien cual (era un althusseriano, que gracias a Dios todavía existen), solía quejarse del término (presente en el libro VI, no publicado, del primer volumen del Capital) y cada vez que lo escuchaba decía cariacontecido: “Subsúmemela, colega”. Cuando llegué a la página pensé que, efectivamente, este libro se encuentra tejido con una parte común de nuestras vidas y es lo único que me hace sentirme algo legítimo al presentarlo.
Pero aquí no he venido a darme bombo y además, qué tontería, es el genio y el esfuerzo de David haber trabajado los materiales de nuestras parrafadas. La creación literaria trabaja con la materia de nuestras vidas y que explorando sus posibilidades nos ayuda a comprendernos de otro modo. Y puede que también a actuar.

Y sobre eso, quiero destacar un relato contenido en el Gagarin de David. Un relato que muestra que la “subsunción real” es una pantomima, es decir, que nadie, ningún régimen político se encuentra a salvo de las contradicciones. Por tanto, si se es sensible y se está atento, si uno no se pierde en las telarañas del viejo esquema izquierdista de Facultad (“el sistema lo puede todo”), puedo darse la posibilidad de que la gente añore a Timoshenko: insisto, no el de las siniestras FARC, no el real del terrible Ejército Rojo del stalinismo, sino el que hacía soñar y resistir a lo campesinos sometidos a la infamia de Vichy.



El relato se titula “Los motores que mueven las hélices” y va sobre dos parejas de gansos que se van de crucero de placer, a ver si pueden hacer el hooligang mientras se codean con los ricos. Randall Collins lo refiere en Cadenas de rituales de interacción: los ricos de verdad, los grandes tiburones financieros, trabajan las 24 horas (los que los combaten deberían aprender estos adictos al trabajo y exigirse, al menos, tanto como se exigen ellos), pero los ansiosos promocionistas creen que viven como los famosos de los programas, que solo trabajan en el gimnasio y solo leen los catálogos de tatuajes. Recuerdo un día a David hablándome de lo mucho que le fastidiaban ciertos “angangos” (1), versión gadita de los “canis” y puedo leer sus denuestos en los rasgos de las dos parejas que se van de crucero. El crucero es un fiasco porque nuestros amigos se encuentran gente como ellos y les repele: es “gente bajuna” y ellos querían admirar a Mazagatos o, por lo menos, a la Princesa del Pueblo patria. Allí están nuestros cuatro idiotas (porque viven en su mundo propio de imágenes delirantes, aunque seguro que son muy listillos) lamentándose de no encontrarse con el tío de Martini hablando de inversiones financieras cuando de repente comienzan a pasar cosas raras: mal tiempo, suspensión de excursiones y el barco termina quedándose varado frente a una isla desconocida. La imagen de un barco varado, sin que nadie sepa la razón, es muy soviética y también muy gaditana. Ciudades estancadas, países abandonados por sus dirigentes que, a mitad de camino, han dejado de creer en nada excepto en su propio negocio. Así fue en la URSS, que se disolvió cuando el pueblo soviético quería seguir y así sucede en Cádiz donde las inversiones se evaporan, la miseria avanza y no queda otra que la salida postsoviética: la emigración. En fin, el barco, pertenece a la Compañía (aquí resuena Alien y la Compañía que lleva a los tripulantes a ser devorados por su mercancía), y ésta, como buen gobierno postmoderno, solo sabe decir que hay una crisis pero sin decir cuál ni por supuesto responsabilidad de quién. Llegado el momento, no queda nadie en el barco: los angangos y sus semejantes se han quedado solos, sin Mazagatos, sin el tío de Martini, sin tiarronas de video de rapero americano, y no le quedan más narices que montar un soviet, esto es, en hacerse cargo de sus vidas. Me resulta difícil comprender la transición entre la distinción hiriente y despectiva y la solidaridad. Lo cierto es que la gente, a ojos de nuestros pasajeros, dejan de ser bajunos y se convierten en seres con propiedades, pese que no puedan salir en anuncios de ropa interior. En ese momento, ellos dejan también de ser idiotas pretenciosos y se convierten en ciudadanos.



No les digo cómo termina el relato pero sí insisto en algo: reconocer la variedad a tu alrededor, apreciar los recursos ajenos, construir tus propias jerarquías de valor sin que te las anule la publicidad, defender la tranquilidad y la cordialidad colectiva; todo eso es el único camino contra la Compañía, contra las elites abandonistas. El pasado no está escrito y creo que David, rescatando la belleza campesina y la sonrisa bondadosa de Gagarin, nos invita a soñar con otro desarrollo posible que, cuando se intentó, logró, aunque fue traicionado cruelmente por sus elites. Pero las nuestras han hecho lo mismo y nos han dejado varados en alta mar cuando creíamos que todos éramos burgueses. Paradójicamente, en ese momento, no sabemos hacer nada mejor que reinventar los consejos, las asambleas, los soviets. Si no queremos vivir, como Vladimir y Estragón, importa mucho que los mantengamos y aprendamos en ellos. No hay otra, así lo escribía mi consejista preferido: “Ahí donde cada hombre tome parte en la dirección de la república de su distrito o de alguna de nivel superior, y sienta que es partícipe del gobierno de las cosas no solamente un día de eelcciones al año, sino cada día; cuando no haya ni un hombre en el Estado que no sea un miembro de sus consejos, mayores o menores, antes se dejará arrebatar el corazón del cuerpo que dejarse arrebatar el poder por un César o un Bonaparte”. Entonces no hará falta ni siquiera soñar con un Timoshenko -que siempre acaba saliendo siniestro.

Lean a David y larga vida al sueño de los Consejos. El de Jefferson y el de Gagarin. Que es también el nuestro.

(1) Véase en los comentarios la justificadísima llamada de atención de Juan. Y respecto al miserabilismo y el populismo y el díficil modo de dar cuenta de la dominación sin ocultar el estilo popular y sus valores, el clásico de Grignon y Passeron Lo culto y lo popular (Madrid, La Piqueta)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Estimado JL, he leído hace poco la traducción de Passeron al castellano, es un gusto para los que no leemos francés. Soy Juan, con miedo y sin miedo como todo mortal, también soy "cani", cañí, "angango" y cualquier otra adscripción que se le quiera dar al sujeto típico, al gitano, como mi caso, al pintas, al diferente del forzudo burgués de marca corpórea, rockera o más "chic" de los tiempos de hoy. Y sin pretensiones. También desde hace unos años me digna y me da de comer ser profesor, pero sin renunciar a mi apariencia estigmatizada o ensalzada, depende del contexto de "cani". Chandal (no de marca), anillos, rabillos en el pelo, algún tatuaje en el brazo,... y educado, comprometido y apasionado en la formación humana, intelectual y artística de infantes y jóvenes.

El lenguaje es virus y como tal debemos estar alerta.

Juan
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
Estimado Juan,
gracias por tu excelente comentario. Me alegro que te haya gustado el RS en español.
Vestir o hablar de una u otra manera no define las propiedades de nadie. La literatura tiene que trabajar con encarnaciones concretas que utilizan -más que en ningún lado- la parte por el todo. Todos los apelativos son falsos, pobres y traicioneros. También el de pijo, burgués o forzudo. (Lo mismo podrían decirme del rap americano.)
Lo que se designa con el apelativo de marras (traidor como todos...) es el consumismo feroz, el desprecio a la política, la obsesión por las marcas y la apariencia, el racismo de clase todo ello dentro de las propias clases populares.
Todo ello con el trazo grueso propio de un texto como este.
Y eso existe, vaya que si existe. De lo contrario habría menos violencia, una insoportable violencia, entre los de abajo.
Pero... llevas razón. Hay muchas maneras de ser cani y angango. Así que ¡vivan los canis y los angangos! Y sobre todo ¡vivan los gitanos!

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