¿Dónde se encuentra el secreto del 15m? Los filósofos escolásticos proponían conocer algo del siguiente modo: incluyámoslo en la familia de seres con los que se parece y luego veamos qué lo hace, dentro de todo lo común, original. A eso le llamaban conocer por género próximo y diferencia específica.
Mucho tiene en común el 15m con otros movimientos sociales, aunque en la historia reciente quizá nadie recuerda una sensación de catástrofe colectiva tan amplia y generalizada. Pero la experiencia de la catástrofe existía en otras circunstancias: por ejemplo, la crisis de los euromisiles o la Iª guerra del Golfo, pero no parecía que afectase al tejido cotidiano de Occidente. En cualquier caso, el sentimiento de crisis resulta difícil de calibrar.
Podría buscarse la diferencia en las ideas. Es verdad que el movimiento tiene un componente de revuelta masiva y de base contra los gestores del poder económico y político y que esa respuesta masiva raramente se ha expresado de manera continua y persistente. Germán Cano ha llamado la atención sobre algo importante: el 15M ha cerrado el paso al populismo de derecha, tomándose en serio aquello que Pascal llamaba el sano sentido del pueblo y que tanto repugna a los enemigos de toda vulgaridad que no lleve el sello de la alta cultura banal. Eso es específico. En cualquier caso, el 15M recoge muchas ideas de la izquierda y de la tradición democrática -incluida el liberalismo- que no ha inventado. Habría que examinar -con un trabajo filosófico serio- si la composición de tradiciones diferentes constituye también una novedad radical.
Sin desdeñar los dos puntos anteriores (la crisis, una reactualización original del patrimonio igualitario y libertario) creo que la clave se encuentra en la fidelidad al modelo de participación. Los movimientos sociales se convierten fácilmente en oligarquías de hecho gestionadas por especialistas de la política, del discurso o de la buena profecía. Las peleas entre distintos profetas y sus microsectas suelen ser el preámbulo de la ruina del movimiento. Bien: creo que la clave del 15m ha consistido en seguir persistiendo en la democracia de base cuando era ineficiente, cuando nos obligaba a debatir eternamente de metodología, cuando los que conocen la buena nueva y el camino que a ella nos conduce, decidían saltar a estrategias mejores.
Manuel Sacristán dijo una vez: las estrategias son fantasías lógicas, construcciones seudoracionales que presumen de planificar de antemano el curso del mundo y proponer un mecanismo para transformarlo. Eso no puede hacerse, es una pamema. Sacristán llevaba razón. En mi vida he conocido como poco 300 estrategas –alguna vez he oficiado yo de ello…- y me han comunicado otras tantas estrategias. No ha funcionado ni una, lo cual no abochornó a los maquiavelos que siempre tenían una explicación sacada de la manga para justificar el fracaso. Como son gente de memoria corta, siguieron proponiendo cálculos con los que alcanzar triunfos.
Sólo existen dos coordenadas, decía Sacristán, desde las que conducirse en política: el conocimiento sin autoengaño de lo que pasa y los valores con los que uno se compromete. El problema estriba en poder concretar un tipo de experiencia que permita conocer lo real haciendo lo que creas que debe hacerse.
Ese secreto ha consistido permanecer leal, incluso cuando rozábamos lo patético, a la experiencia asamblearia. Gracias a ella, ninguna oligarquía estable ha surgido en el movimiento; gracias a ella, los estrategas se han aburrido pero la población ha seguido viendo, incluso cuando menos éramos y más solos estábamos, la fidelidad a la democracia de base, como principio y fin, el respeto a la palabra de cualquiera como condición para renovar la gestión de la vida pública. Gracias a ella, uno puede cometer diez mil errores de juicio sobre la realidad o sobre cómo practicar los valores, pero no necesita cambiar el marco con el que se compromete con el mundo y con el que mejorar su comprensión de lo real o su intento de darle sentido a sus valores.
Esa es la diferencia específica del movimiento. Su anomalía salvaje.
Mucho tiene en común el 15m con otros movimientos sociales, aunque en la historia reciente quizá nadie recuerda una sensación de catástrofe colectiva tan amplia y generalizada. Pero la experiencia de la catástrofe existía en otras circunstancias: por ejemplo, la crisis de los euromisiles o la Iª guerra del Golfo, pero no parecía que afectase al tejido cotidiano de Occidente. En cualquier caso, el sentimiento de crisis resulta difícil de calibrar.
Podría buscarse la diferencia en las ideas. Es verdad que el movimiento tiene un componente de revuelta masiva y de base contra los gestores del poder económico y político y que esa respuesta masiva raramente se ha expresado de manera continua y persistente. Germán Cano ha llamado la atención sobre algo importante: el 15M ha cerrado el paso al populismo de derecha, tomándose en serio aquello que Pascal llamaba el sano sentido del pueblo y que tanto repugna a los enemigos de toda vulgaridad que no lleve el sello de la alta cultura banal. Eso es específico. En cualquier caso, el 15M recoge muchas ideas de la izquierda y de la tradición democrática -incluida el liberalismo- que no ha inventado. Habría que examinar -con un trabajo filosófico serio- si la composición de tradiciones diferentes constituye también una novedad radical.
Sin desdeñar los dos puntos anteriores (la crisis, una reactualización original del patrimonio igualitario y libertario) creo que la clave se encuentra en la fidelidad al modelo de participación. Los movimientos sociales se convierten fácilmente en oligarquías de hecho gestionadas por especialistas de la política, del discurso o de la buena profecía. Las peleas entre distintos profetas y sus microsectas suelen ser el preámbulo de la ruina del movimiento. Bien: creo que la clave del 15m ha consistido en seguir persistiendo en la democracia de base cuando era ineficiente, cuando nos obligaba a debatir eternamente de metodología, cuando los que conocen la buena nueva y el camino que a ella nos conduce, decidían saltar a estrategias mejores.
Manuel Sacristán dijo una vez: las estrategias son fantasías lógicas, construcciones seudoracionales que presumen de planificar de antemano el curso del mundo y proponer un mecanismo para transformarlo. Eso no puede hacerse, es una pamema. Sacristán llevaba razón. En mi vida he conocido como poco 300 estrategas –alguna vez he oficiado yo de ello…- y me han comunicado otras tantas estrategias. No ha funcionado ni una, lo cual no abochornó a los maquiavelos que siempre tenían una explicación sacada de la manga para justificar el fracaso. Como son gente de memoria corta, siguieron proponiendo cálculos con los que alcanzar triunfos.
Sólo existen dos coordenadas, decía Sacristán, desde las que conducirse en política: el conocimiento sin autoengaño de lo que pasa y los valores con los que uno se compromete. El problema estriba en poder concretar un tipo de experiencia que permita conocer lo real haciendo lo que creas que debe hacerse.
Ese secreto ha consistido permanecer leal, incluso cuando rozábamos lo patético, a la experiencia asamblearia. Gracias a ella, ninguna oligarquía estable ha surgido en el movimiento; gracias a ella, los estrategas se han aburrido pero la población ha seguido viendo, incluso cuando menos éramos y más solos estábamos, la fidelidad a la democracia de base, como principio y fin, el respeto a la palabra de cualquiera como condición para renovar la gestión de la vida pública. Gracias a ella, uno puede cometer diez mil errores de juicio sobre la realidad o sobre cómo practicar los valores, pero no necesita cambiar el marco con el que se compromete con el mundo y con el que mejorar su comprensión de lo real o su intento de darle sentido a sus valores.
Esa es la diferencia específica del movimiento. Su anomalía salvaje.
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