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Trabajo y capital corporal I: capital erótico


Según la autora de este libro (Catherine Hakim, Capital erótico. El poder de fascinar a los demás, Barcelona, Debate, 2012), existe un tipo de capital, el erótico, que no puede reducirse a la tríada de Bourdieu (capital económico, capital cultural y capital social), aunque se relaciona con ellos y los potencia. El valor del mismo se encuentra condicionado por su escasez relativa para cualquier hombre. Un déficit sexual masculino (explorado en el capítulo III y apoyado en presupuestos naturalistas muy poco convincentes) hace que los bienes de consumo eróticos jamás sean suficientes para los hombres. Conscientes de ese déficit, los hombres estigmatizan a las mujeres que explotan su belleza corporal para beneficiarse de la misma sin dar nada a cambio: en suma, el poder es aquí intransitivo. La fobia a la belleza del feminismo radical -fundamentalmente de procedencia norteamericana y animado por una minoría elitista y lésbica (98)- impide que las mujeres tomen conciencia de su potencial en el mercado erótico y del uso instrumental de su cuerpo. Debido a que las elites sociales no pueden acapararlo, el desdén por el capital erótico es patriarcal (colaboración involuntaria del feminismo radical incluida) y clasista.
El capital erótico no es idéntico a la belleza. Con ciertos límites, ésta varía con las culturas. Pero la existencia de "feas atractivas" muestra que el esfuerzo permite escapar a la maldición de la naturaleza. Esta dimensión es clave y quien no la tenga en cuenta no compartirá el libro. Un segundo elemento consiste en el atractivo sexual. Mientras la belleza es fotogénica, el atractivo sexual es cinematográfico, ya que nace del aura que desprende el cuerpo en movimiento, de la personalidad en su conjunto. El tercer elemento deriva de la capacidad para atraer a los demás con nuestro comportamiento: no veo claro en qué puede diferenciarse este elemento del capital social (120). El cuarto elemento, aún más difuso que el anterior, deriva de la vitalidad y, sobre todo, del tono corporal. El quinto elemento deriva de la inversión en ropa y abalorios. Observa bien la autora, que los símbolos de estatus (uniformes, ropa de clase) determinan cada vez menos esta dimensión debido a la exposición cada vez mayor del cuerpo en la moda. En cualquier caso, dominar los contextos -lo que, insisto yo, depende del capital cultural, ayuda a revalorizar el capital erótico. El sexto componente es la habilidad sexual propiamente dicha algo que, según las encuestas, depende de un número restringido de personas. Este componente también resulta susceptible de investigación, trabajo y mejora, aunque en este punto la autora se muestra algo circunspecta.
Dependiendo de las culturas, de los contextos laborales (diversos en una geisha y un informático), el capital erótico juega un papel mayor o menor aunque en conjunto potencia el resto de los capitales. Existen vinculaciones íntimas entre capital erótico y cultural (Aspasia de Mileto y las hetairas) y puras celebraciones del capital erótico (el ejemplo, me parece, es Milli Vanilly o algunos cantantes). La industria del espectáculo intensifica el capital erótico. En nuestras sociedades, y pese a que la autora reivindica inspirarse en Bourdieu, la importancia del capital erótico contribuye a individualizar cada vez más las trayectorias sociales por lo cual deben romperse todo tabú y trabajar el capital erótico desde la infancia. Como el capital humano, requiere una dotación natural determinada, pero con ejercicio, resulta posible, con más o menos éxito, acumularlo. Por supuesto, a mayor intensidad en la exposición, mayor concentración del individuo en el capital erótico. El espacio de los intercambios sexuales gays, terriblemente penalizador de la molicie coporal, es un excelente ejemplo. En ese, y en espacios similares, reina el moralismo capitalista y erótico de Helena Rubinstein -citado por la autora-: "no existen mujeres feas, solo perezosas".
Evidentemente, la autora recoge de Bourdieu sus utensilios conceptuales pero no su antropología de los bienes simbólicos -ni, mucho menos, la filosofía pascaliana que se deriva de la misma. Si Bourdieu recalca la potencia del interés por el desinterés, en determinados campos y determinados momentos (e incluso reivindica una relación amorosa basada en el intercambio puro), Hakim defiende el instrumentalismo más vulgar. El capital erótico de las mujeres requiere compensaciones masculinas y, por tanto, toda idealización del amor encubre los beneficios sin contrapartidas de los hombres. Solo existe la acción instrumental, justo aquello que aplaudía Foucault en el neoliberalismo y de lo que este libro es una expresión mayúscula. Como decía Frédric Jameson, un materialista admira, como diagnóstico, la dureza analítica neoliberal y en muchos aspectos este libro es intelectualmente más profundo y hasta moralmente más sano que el neomachismo de Tiqqum (Teoría de la jovencita) quienes (¡ah, profunda osadía! ¡oh, radicalidad inesperada!) ven en la búsqueda de la belleza juvenil de las chicas (una belleza que, gracias a la mayor información, ya no queda reservada a las elites e incrementa la capacidad de negociacion sexual de las chicas), la metáfora perfecta de la invasión del capitalismo -que como un demonio de la Contrarreforma, debemos perseguir en la meditación permanente sobre nosotros. Pese a la admiración, mis diferencias diferencias con el instrumentalismo neoliberal son de entidad. Se verán enseguida.
El capital erótico, por lo demás, se expande con la economía de servicios. Para la autora, muchas mujeres (y muchos hombres) progresan económicamente tanto por sus recursos eróticos como por sus competencias técnicas: por lo segundo les pagan (cuando había convenios...), por lo primero no. Las aptitudes sociales (en las cuales el capital erótico juega un papel), por lo demás, son un componente esencial de la economía de servicios. Trabajar con una persona desagradable, liante, imprevisible en sus afectos, incapaz de gobernarse a sí misma y físicamente desagradable (lo cual no tiene que ver son ser guapa o fea), en eso la autora lleva razón, hace el trabajo cooperativo (el capital cognitivo del que habla Negri) poco menos que imposible. La universidad es un ejemplo de desperdicio del potencial colectivo, de progreso del individualismo miserable, debido a personas de ese calibre incapaces de trabajar para otra cosa que para su propia gloria o para su propio espíritu torcido. Ahora bien, la competencia técnica no puede degradarse por la asunción consciente de las competencias sociales: lo que sucede es que éstas son partes de aquella. Bourdieu hablaba de la doble verdad del trabajo: lugar de alienación (si se miraba uno de forma objetivista, haciendo el cálculo de la plusvalía) pero también de expansión cuanto más requería de la implicación personal. Sin esa doble dimensión no se comprende que, pese a que avance la explotación económica, crezca la conformidad y la pasión en el trabajo: éste es el lugar de desarrollo de la personalidad, tanto con en una asamblea del 15M (siendo este un lugar más que magnífico... pero también cuanto menos ausente esté, entre otros, el capital erótico). Estudiar esos lugares de trabajo es el objetivo de una investigación que desarrollamos en este momento.
¿Habría que objetivar y recompensar el gobierno de sí y las competencias comunicacionales y corporales como propone la autora? ¿Hay que dejarlas produciendo su evidente discriminación en la sombra? Parece que lo último es peor. El capital erótico, como reconoce la autora, varía por sectores y ocupaciones pero en algunos, por ejemplo la hostelería, parece evidente que debería enseñarse de la forma más democrática existente: con una pedagogía formal y reglada (213). No me parece que, pese a que juegue un papel indirecto en las competencias del sujeto, deba enseñarse entre los pilotos de avión o los ingenieros de caminos.  
Eso no supone abrazar el relato político ni los supuestos antrológicos de la autora. Para ella, no debiera diferenciarse el capital humano del erótico, sino que habría que promover ambos. La ausencia de una teoría diferenciada de los campos y de los espacios sociales le impide comprender que  los campos especializados exigen recursos cada vez más puros como condición para la excelencia: y eso vale tanto para el trabajador social, el policía o el matemático. En otros espacios, al contrario, por ejemplo las relaciones íntimas, parece igual de arbitrario admirar las cualidades profesionales: a eso llamamos amor, vida erótica incluida.  Como muestra la investigación empírica (pero, no, claro está, la que se hace sólo con sondeos), determinados territorios exigen de quienes son guapos que justifiquen que además son competentes y que podrían estar allí aunque fueran poco agraciados. En cualquier caso, la oposición belleza/inteligencia, debido al potencial de desarrollo técnico (las fuerzas productivas...) se hace cada vez menor aunque todavía no ha desaparecido como sostiene Hakim (126). En segundo lugar, la autora ignora la parte oscura del capital erótico: su cultivo impide reforzarse en el ámbito cultural, el político y el social. Todos los capitales no son acumulables a la vez. Ya lo decía, con mucha gracia, Sócrates en La república: los atletas son fatales para la política y unos inútiles para casi todo... ¡se pasan el día durmiendo tras tanto ejercicio! El sociólogo español Enrique Gil Calvo lo explicaba en un magnífico libro (Medias miradas. Una imagen cultural de la imagen femenina, Anagrama), por desgracia poco discutido (para eso es un libro publicado en España): las mujeres pagan su relativa dominación en lo micro (debido a su inversión erótica) por su relativa subordinación en lo macro (debido a sus carencias en capital cultural o político). En tercer lugar, la creencia de un cuerpo disponible a los manejos del sujeto, la creencia de que es un esclavo que responde a los mandatos del amo (idea que manejaba Aristóteles), es un delirio. El cuerpo no es un instrumento manipulable a voluntad; aunque fuera un esclavo, a los esclavos, sabían los griegos, hay que convencerlos amistosamente para que actúen como queremos y la edad y el desgaste ponen muchos límites. En cuarto lugar, una cosa es negar el valor instrumental del cuerpo y otra cosa defender sin límites la acción instrumental. Si las mujeres controlan el sexo para que los hombres colaboren con ellas, se entra en una espiral de previsión maquiavélica en la que lo que se destruye es la posibilidad de relación: aún más, pero no solo, en el terreno íntimo. La acción desinteresada constituye el sustrato de cualquier relación que no sea exclusivamente mercantil. Sin el capital de confianza que proporciona el amor desinteresado, nadie permitiría negociaciones afectivas. En quinto lugar, la autora es enemiga de la gordura e identifica arbitrariamente delgadez y belleza. Si no investigara con encuestas por cuestionario se daría cuenta que el valor erótico de la corpulencia cambia, en ocasiones, entre dos calles de una misma ciudad. Pese a que existe un trabajo enorme por unificar el capital erótico, también, la búsqueda de la distinción, propende en ocasiones a complejizarlo y diseminarlo. Pero la estadística no ayuda a ver la complejidad de mercados y contextos existentes en una sociedad, tampoco los corporales. Problema fundamental al que se volverá.     

Comentarios

Adriana ha dicho que…
Estoy de acuerdo contigo. Si no se explica cómo el capital erótico entra en circulación en la economía de bienes simbólicos se pierde una dimensión fundamental. Últimamente los textos feministas, o relacionados con el tema, me decepcionan en un punto y es que en vez de enfrentar, con todo lo que suponen (que no es nada gracioso, es tedioso y puede terminar con las mejores relaciones sexuales o de amistad) las relaciones de dominación, la propuesta es sortearlo por la vía del consumo llevando al límite, según yo, los elementos de una vida emancipada e independiente del varón (como Marcela Lagarde: para tener un espacio vital, necesitas tener casa propia ¿?). Tampoco estoy tan segura de lo que dice del feminismo lesbiano estadounidense... Me parece que habría que estudiar las formas de erotismo propias de esos espacios, porque, igual me equivoco, pero yo, después de muchas fiestas feministas diría que existen. Se concretan en otras prácticas, en otras formas de mostrar y mover el cuerpo, pero existen. Se pasa de la lencería con encaje a la camiseta de algodón sin sujetador, o a los pelos sin depilar, pero eso no es abandonarse, eso es cultivar otra estética que también requiere inversión, constancia y tesón : ir a la piscina de tu pueblo con todos los pelos del cuerpo sin depilar, requiere mucha inversión emocional y social.
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
Gracias Adriana por este magnífico comentario. La clave está en que el capital erótico -o como lo llamemos- no está unificado, algo que parece presumir la autora. Al menos plantea con solvencia la complejidad de las relaciones de dominación.
Jose Antonio Cerrillo Vidal ha dicho que…
Muy bueno Jose Luis, pero creo que has cometido un pequeño desliz aquí:

"El tercer elemento deriva de la capacidad para atraer a los demás con nuestro comportamiento: no veo claro en qué puede diferenciarse este elemento del capital social (120)"

Creo que te refieres más bien al capital simbólico, ¿no? No le veo sentido a hablar ahí de capital social, al menos en sentido bourdieano.

Por otro lado el último Bourdieu hablaba también de capital físico, entendido como recursos movilizables del cuerpo (la belleza en las modelos, la fortaleza de los deportistas, etc.).
Jose Antonio Cerrillo Vidal ha dicho que…
Muy bueno Jose Luis, pero creo que has cometido un pequeño desliz aquí:

"El tercer elemento deriva de la capacidad para atraer a los demás con nuestro comportamiento: no veo claro en qué puede diferenciarse este elemento del capital social (120)"

Se trata más bien del capital simbólico, ¿no? No tiene mucho sentido hablar ahí del capital social, al menos en sentido bourdieano.

Por otro lado, el último Bourdieu habló de un "capital físico": la capacidad de movilizar recursos del propio cuerpo (la belleza de las modelos, la fortaleza de los deportistas, etc.).
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
Muchas gracias, José Antonio, por tu interesatísimo comentario.
Según entiendo, el capital simbólico es cualquier forma de capital en la medida que sea considerada legítima, es decir,recibida según los esquemas de juicio y percepción de los dominantes. Me parece que el recurso de marras está más próximo al capital social, pero quizá llevas razón.
Llamar a todo capital tiene un problema: no diferenciar entre poder y capital. Puede haber razones para hacerlo, pero yo llamaría capital sólo a aquello que produce beneficios ("plusvalía") en un mercado lo suficientemente amplio. Creo que eso es coherente con la tónica general de Bourdieu. Pero, ambas, no son cuestiones evidentes en el discurso de Bourdieu y puedes llevar razón
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
Muchas gracias, José Antonio, por tu interesatísimo comentario.
Según entiendo, el capital simbólico es cualquier forma de capital en la medida que sea considerada legítima, es decir,recibida según los esquemas de juicio y percepción de los dominantes. Me parece que el recurso de marras está más próximo al capital social, pero quizá llevas razón.
Llamar a todo capital tiene un problema: no diferenciar entre poder y capital. Puede haber razones para hacerlo, pero yo llamaría capital sólo a aquello que produce beneficios ("plusvalía") en un mercado lo suficientemente amplio. Creo que eso es coherente con la tónica general de Bourdieu. Pero, ambas, no son cuestiones evidentes en el discurso de Bourdieu y puedes llevar razón
Sociólogo ha dicho que…
Muy bueno. http://sociologosplebeyos.wordpress.com/2012/06/28/trabajo-y-capital-corporal-i-capital-erotico/
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
muchas gracias, amigo Sociólogo

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