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Trabajo y capital corporal V: frankfurtismo unidimensional


Durante los años 20 del siglo pasado, tres dinámicas intensificaron la atención por el cuerpo. En primer lugar, el desarrollo del marketing con su objetivo, enunciado por el dirigente de General Motors Charles Kettering, de generar un sentimiento colectivo de insatisfacción en el consumidor (Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, Paidós, p. 73). En segundo lugar, la individualización del mercado matrimonial y, aún más, la desconexión de los espacios de exhibición pública de dicho mercado. Collins (Cadenas de rituales de interacción, Anthropos, p. 494) lo describe como una emancipación de las jerarquías situacionales de las jerarquías sociales. El prestigio erótico se convirtió en fuente de valor por sí solo, a lo que contribuyó, ciertamente, la concentración del mercado capitalista en productos de distinción situacional (sobre todo, con el trabajo sobre el cuerpo). Ortega capta bien toda esa ideología deportiva en su obra y ya en 1926 detecta la pasión por el cuerpo, en un  proceso, descrito por Georges Vigarello (Histoire de la beauté, Seuil), como de individualización del cuerpo (sacándolo del orden cósmico y social), de concentración en cada vez más partes del mismo y de elaboración de nuevas formas de expresión (véase sobre este proceso y una crítica de los excesos de los discursos sobre la individualización del cuerpo: Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social, CIS, pp. 38 y ss). En tercer lugar, una actualización del mito del amor romántico, sobre todo en el cine y la publicidad, y de la pasión -comercialmente organizada- como objetivo fundamental de la existencia (Eva Illouz, El consumo de la utopía romántica, Katz, p. 88).
Durante unas vacaciones, Rafael Sánchez Ferlosio (Non olet, Destinolibro, 2003, pp. 169-170) conoció una mecanógrafa que tomaba el sol con dedicación. Atento exclusivamente a la primera dimensión la convirtió en un epítome de la primera dinámica: la producción de consumidores insatisfechos. Se olvidó de la segunda dimensión -la experiencia del cuerpo como valor en las microsituaciones- y de la tercera -la búsqueda de una experiencia intensa como clave de la vida. No vio la existencia de un mercado situacional (un campo sexual, lo llama la literatura académica norteamericana) que no podía reducirse a la jerarquía de clase y de status -por más que se encuentre relacionado con ambas, sin poder reducirse a ellas. Con ese ejemplo (la filosofía muere, decía más o menos Wittgenstein, de la dieta del único ejemplo), monta la maquinaria crítica sobre la belleza. Con dos tesis morales, normativas: la belleza debe ser un don gratuito y toda estetización de la vida cotidiana se reduce a simple sinónimo del mecanismo de producción de consumidores. La primera tesis se apoya en la diferencia entre valores innatos y adquiridos y considera poco menos que fraudulenta que pueda trabajarse la belleza (Non olet, pp. 85, 112). Además, la naturaleza, y la belleza que pertenece a ella, es un privilegio gratuito y por tanto es inmoral convertirlo en fuente de valor. Sólo el trabajo merece recompensarse y las competencias estéticas no merecen ser consideradas valiosas. ¿Por qué? La respuesta depende de la segunda tesis, que supone una ideología artística muy particular. El arte verdadero, como si de un teorema se tratase, no puede dejarse contaminar por los rasgos del sujeto (Non olet, p. 61). Por tanto, toda la cultura de trabajo estético es un fraude pues el producto no resulta desgajable del proceso de producción. Pero el capital corporal, como el cultural, no puede desgajarse de la persona de su portador: ni siquiera los títulos educativos bastan en el segundo caso.
Pero Ferlosio se equivoca: existen personas con competencias estéticas y no son forzosamente sólo un reclamo viviente de su profesión. Por lo demás, el vínculo entre el creador y la creación son muy débiles en los teoremas, pero me temo que muy estrechos en muchos territorios de la creación: desde la etnografía (una condición del trabajo científico) al arte contemporáneo.
Las personas que consumen los bienes que ofrecen tales individuos pueden, aún percibiendo la verdad de la primera dimensión (la manipulación capitalista), contemplar las posibilidades democráticas que ofrecen la segunda y la tercera: posibilidades que tienen también su reverso oscuro. Muchas mujeres (pero, ¡ay! habría que salir de la dieta del ejemplo pintoresco y que siempre confirma la tesis), objeto fundamental del marketing, como bien dice Ferlosio, comprenden la diferencia entre esas tres dinámicas y aborrecen la primera sin dejar de apreciar las posibilidades de la democracia corporal (que puede transormarse en agonismo alienante y obsesivo) y sin dejar de desear el amor por la aventura y la intensidad. La voluntad de aventura, según Ortega, es un componente central de la modernidad, que tuvo en Cervantes su gran pensador (cfr. Meditaciones del Quijote). Ferlosio -es su origen de clase- nunca pudo detectar nada de ello en la mecanógrafa, ni tomárselo en serio.
Esta ideología aristocrática (que recoge lo peor del frankfurtismo: Adorno es el gran modelo de Ferlosio)permite conectar con círculos de elite (donde, a menudo, el capital corporal se adquiere por ósmosis familiar, sin necesidad de trabajo plebeyo) que se apoyan en la miserabilización de las masas para esconder su desesperante banalidad. Se necesita más modestia (y exigencias científicas más severas) para  comprender la experiencia de aquellas a las que proponen liberar por el curioso camino de convertirlas en imbéciles. Respetar el cuidado de sí y el deseo de aventura, con o sin ventura, es la condición para desconectarlos de la producción de consumidores mediante la insatisfacción permanente. Es la condición de la resistencia.  

Comentarios

José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
Comentario de Ignacio Sánchez de la Yncera

Muy atinado este comentario, José Luis, sobre la crítica unilateral y violenta de Sánchez Ferlosio a la cultura del cuerpo o a la apropiación personal del cuerpo. Aunque me merece el mayor de los respetos y considero que su escritura es la más grande del castellano vivo, a veces
las embestidas del Maestro son demasiado autoconfiadas, y no aparecen en absoluto exentas de diversas variantes de ese kirikikí autoafirmativo, tan
maravillosamente bien dicho por el propio Ferlosio, pero que,
precisamente por eso, a él se le puede aplicar muy bien. Sobre todo, cuando, con bien poca empatía o escaso sentido de la dignidad del otro, arrolla despiadadamente los respetables esfuerzos, más o menos náufragos,
de esos otros por apropiarse una vida suya o afianzarse como pueden en sus horizontes permanentemente relanzados y abiertos, por estilizados y
planos que sean. Vivir es azaroso y variado. Vivir es peligroso
(Guimares), incluso a la hora de juzgar la vivencia propia y ajena. Poca receta cabe, aparte del mayor de los cuidados.

Un formidable volcán como Ferlosio, que tanto ha modulado su descomunal capacidad expresiva, debería disponer una parte mayor de su talento a la
exploración de las diversidades otras que peor entiende o que no entiende en absoluto. O contenerse callando al respecto.

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