Ir al contenido principal

Libro V: feminismo, comunismo y libido sciendi

El libro V de La República propone una lección de epistemología política. Nuestro mayor problema, dice Sócrates, consiste en agrupar a individuos en clases que no les convienen. Y no les convienen, puede ser, porque no son semejantes a aquellos con los que se les agrupa o, también puede ser, no son distintos de quienes se les separa. Encontrar la diferencia relevante es el gran problema epistemológico al ordenar las cosas del mundo, en el sentido del conocimiento, pero también ordenarlas en el sentido político.

La diferencia sexual existe, admite Sócrates, pero no puede utilizarse como calco para establecer la diferencia entre ocupaciones. Se pueden predicar ideas muy generales sobre los oficios que convienen a las mujeres, pero tales ideas muy pronto se encuentran relativizadas por múltiples excepciones. Entre las mujeres existen diferencias de vigor, de talento y de vocación variadas. Si, en lo que concierne al vigor, las medimos con el varón más fuerte, quedan en desventaja, pero semejante posicionamiento sería un fraude: pueden ser más fuertes que muchos varones particulares. Por tanto, Sócrates considera irrelevante la diferencia sexual en el terreno profesional y apuesta por mujeres guardianas, y, por ende, que se preparen para la guerra y participen desnudas en idénticos juegos que los hombres.

Tras criticar la relevancia de la diferencia sexual, Sócrates se vuelve hacia ella y hacia lo que verdaderamente importa desde el punto de vista político: la progenitura en el caso de los guardianes. Sócrates apuesta por una ciudad intervencionista (el libro no sólo es espartano por su feminismo, también por su defensa del infanticidio), que establezca la edad de procrear, que seleccione a los individuos según sus capacidades y que los ponga en lugares similares, dejando que la necesidad erótica haga el resto. Dado que debe gobernarse la ciudad como se gobierna una gran familia, la crianza y el amamantamiento se realizarán de forma colectiva, impidiendo el nacimiento de afectos familiares, demasiado íntimos para ser gestionados eficazmente por la ciudad. Una ciudad sin relaciones de parentesco y sin propiedad (al menos entre guardianes y gobernantes) es una comunidad de penas y alegrías, una especie de cuerpo colectivo donde cada individuo vivirá en la pobreza, pero libre de toda ocupación servil: sin adular a los ricos, sin angustias por la educación de los hijos, sin préstamos ni hogares infelices en los que conspiren mujeres y siervos insatisfechos (465c). El comunismo de los guardianes es la condición de la libertad republicana, de la que éste capítulo propone una bellísima descripción: vivir sin necesidad de adular.

Como buena república “comunista”, es decir, sin relaciones de propiedad, el capital político se convierte en mediador universal, por encima del dinero o la cultura (efectivamente: es lo que sucederá en los regímenes de socialismo de Estado o en las sectas políticas). Por ejemplo, permite mayor acceso al mercado sexual: el valiente besará a sus compañeros y yacerá con más mujeres (468a-c).

Glaucón duda de la viabilidad del régimen propuesto. Sócrates lo reconoce, aunque todo sería mejor, explica ante el estupor de su interlocutor, si gobernasen los filósofos. Sócrates sigue embarcado en sus tesis de la división del trabajo, que ahora aparece bajo el aspecto de la vocación. Cada uno debe amar su oficio y el oficio de mandar supone amar la justicia. Los seductores, dice Sócrates, se sirven de cualquier pretexto para cazar a “los jóvenes en flor”, igual que los dipsómanos celebran cualquier vino. Igual se produce con la sabiduría. Nadie que no la desee por entero, con el mismo arrebato del sátiro o el borracho, tiene derecho a hablar sobre ella. Los comerciantes o los obreros, si están ocupados en otra cosa que en la justicia, siempre tendrán una opinión parcial sobre la misma. El mundo de la democracia es el mundo de la opinión, el de la gente que opina de todo y nada conoce con profundidad: y es que no se encuentran sacudidos por el deseo de verdad con la misma violencia que el enamorado por los muslos de su amado, no se encuentran poseídos por la libido sciendi. Contra los tuttologos, los especialistas.

La epistemología ocupa el puesto de mando.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Qué es un foucaultiano?

Intervención ayer en Traficantes de sueños durante la presentación de Foucault y la política   ¿Quién es un buen lector de Foucault? Es uno que no toma de Foucault lo que le viene en gana, sino el que aspira a tener por entero el espíritu de Foucault “porque debe haber el mismo espíritu en el autor del texto y en el del comentario”. Para ser un buen lector de Foucault, un buen foucaultiano, deben comentarse sus teorías teniendo “la profundidad de un filósofo y no la superficialidad de un historiador” Es una broma. En realidad, el texto anterior resume "¿Qué es un tomista?", un texto del insigne filósofo de la Orden de predicadores Santiago Ramírez, y publicado en 1923. Pero los que comentan filósofos, Foucault incluido, siguen, sin saberlo, el marco de Ramírez. Deberían leerlo y atreverse a ser quienes son, tal y como mandaba Píndaro. El trabajo filosófico, desde esta perspectiva, consiste en 1.        Se adscriben a una doctrina y la comentan mediante par

La totalidad como programa de análisis

Un trabajo coescrito con Nuria Peist Rojzman ha salido publicado en el monográfico de de la Revista Izquierdas consagrado a Lukács. Puede leerse aquí el conjunto coordinado por Violeta Garrido. En el trabajo situamos a Lukács en diálogo con Fredric Jameson y Juan Carlos Rodríguez y pretendemos reivindicar un modelo de análisis aplicable a la investigación en filosofía social.

¿Qué había y qué hay en la habitación 217?

  Hace unos días, El País publicaba una entrevista con Stephen King. Encontramos lo que ya muestran sus novelas: un hombre profundamente norteamericano, poco engolado (por eso escribe tan buenos libros) y muy de izquierdas, que le pide a Obama pagar más impuestos. La entrevista promociona la salida de Doctor Sueño , en la que se nos muestra el periplo de Danny Torrance, el maravilloso protagonista de El resplandor . Stephen King detestó la celebrada versión que Stanley Kubrick hizo para el cine. En ésta, un escritor frustrado, Jack Torrance, completa su locura en un hotel que, según parece, lo atrapa, nadie sabe muy bien por qué razón. King se lamentaba de la elección del actor, que comunicaba su morbidez desde la primera mirada. Para cargar más la degradación, Kubrick llenaba de detalles escabrosos la película, todos destinados a convertir a Torrance en un demente. El prototipo del criminal podrido, absolutamente y sin remisión (unicamente le falta un empujoncito), tan qu