(Sobre Ernesto Ekaizer, Indecentes. Crónica de un atraco perfecto, Barcelona, Espasa, 2012)
En el origen, un proyecto ideológico. El neoliberalismo
considera que todo bien público es un engorro para el beneficio y que tiene que
devolverse (porque según ellos procede de nuestros impuestos: no de los
esfuerzos de generaciones cuya aportación es incalculable: es la base de la
seguridad social) a aquellos ciudadanos que pueden hacerse cargo de ellos. Para
la utopía neoliberal, todos, en la medida en que con esfuerzo, conviertan cada
una de sus acciones en una forma de acumulación de capital: de recursos
materiales o psicológicos (capital humano). Con las informaciones del mercado,
podrán elegir, y esa es la libertad, cuáles son sus inversiones y obtener
beneficios.
¿Qué sucede con los ciudadanos pobres? Entrenémoslos
para que se conviertan en aprendices de capitalistas. Permitámosles, ya que
todos viven en alguna parte, que compren sus casas y sean propietarios de su
hogar. ¿De dónde sacan el dinero? Pues démosles un crédito sin preocuparnos
mucho de si pueden devolverlo o no. Con esas hipotecas, por lo demás, pueden
hacerse negocios en la bolsa y facturar fondos de inversión. Claro, a esos
fondos de inversión, los maquillamos: no decimos que vienen de pobres a los que
se les prestó sin asegurarse que podían devolverlos. En Estados Unidos, las
hipotecas subprime. En España, ayudemos a que todo el mundo se convierta en
empresario: prestémosles para construir, prestémosles para comprar, no miremos
mucho si pueden responder o no. Cobrémosles intereses y ellos que espabilen
para pagarlos lo antes posible. Así desarrollan espíritu empresarial.
Esa ideología permitirá realizar, como indica
Ernesto Ekaizer, una sociedad de propietarios, proyecto ideológico del gobierno
integrista, guerrero y neoliberal de Bush. En España, permitirá basar el
crecimiento en la construcción, proceso que empieza con Aznar. Algunos malintencionados
hablarán de burbuja inmobiliaria, es decir, de que se están dando créditos, con
tipos de interés muy bajos, y sin comprobar la capacidad de solvencia de los
sujetos. Montoro lo negaba ya en 2003. El mercado funciona, la gente se hace
rica, hay más propietarios y eso la izquierda no lo aguanta.
Facilitemos también el consumo individual: comprad, enriqueceos,
revalorizaos ante vuestros vecinos, en cada bien, en cada matiz. Esa es la
sociedad de la libertad individual. Y sobre el Estado: sospecha. Todos corruptos,
todos beneficiados de mi dinero, del que yo les pago, y o me sirven a mi como
un camarero subempleado y servicial o que los despidan, que pongan a gente que
quiera trabajar.
En la sociedad del cálculo masivo nadie calcula
nada. Los bancos no calculan si las hipotecas pueden pagarse, los prestatarios
si podrán pagar en un futuro, las personas si su ridículos impuestos podrían
financiar bienes públicos, aunque hablan como si fuese verdad.
Claro que había críticas. En la elite del pensamiento
económico algunos se escandalizaban de que la Reserva Federal de los Estados
Unidos no utilizara a sus inspectores para controlar lo que hacían los bancos. Eso
es socialismo, intromisión. Además, cuando los bancos hacían más: seducían a
los aprendices de capitalistas para que invirtieran en fondos corruptos desde
su origen y a los que llamaban con nombres de ciencia ficción: “Fondo Mejorado
de Apalancamiento de Crédito de Alta Gama”, cuando la descripción más empírica
es “Fondo del Negro Desempleado sin Camiseta de Alabama” (p. 23) al que le
hemos prestado para que compre su casa con todas facilidades. O, en España, “Fondo
del Constructor que tiene Mil Viviendas sin Vender”. El director de la Caja Rural
de Jaén se negaba a prestar sin comprobar, sin calcular en serio y tenía a las
autoridades económicas encima y reprendiéndole. Fue de las pocas Cajas que se
salvó.
En España, Zapatero hereda la burbuja inmobiliaria. El
director del Banco de España, socialista, la criticaba cuando era columnista
económico en la oposición, pero cuando llegó al puesto, se le acabaron las
inquietudes. Es la comedia humana, la misma que se vivía en las universidades y
en los centros de estudios financieros, donde los economistas críticos, incluso los que hablaban desde dentro del paradigma monetarista, se
convertían en apestados. No había burbuja, ni crisis. Al asesor de Zapatero que
osó decirlo, le arguyó Miguel Sebastián: hay una matriculación enorme de
artículos de lujo y Javier de Paz (¿se
acuerdan de él?), le respaldó diciendo que en los supermercados se vendían
muchos pollos, o sea, que las clases populares jalaban como posesos y que
seguíamos creciendo. Era 2007.
¿Y cuando la cosa estalla? Miguel Ángel Fernández
Ordoñez (MAFO), el director del Banco de España, en vez de reconocer que han
abrazado el modelo del PP (la sociedad de propietarios) y se han equivocado,
insiste en rendirse completamente a éste y hacerlo suyo: el problema son las
relaciones laborales, que son muy rígidas. Un conjunto de economistas,
periodistas, sociólogos y filósofos se han rendido al mercado, o no tienen ni idea de que se pueda vivir de otra manera, y ya popularizan
su lenguaje: las rigideces laborales son franquistas y hunden a España en el
desempleo. Porque la sociedad de propietarios quiere a los trabajadores empleables,
lo cual significa disponibles, sin protección alguna, para ser incorporados y
expulsados a conveniencia del mercado de trabajo. Las clases medias, y hasta
una parte de las clases populares, entendían el mensaje –yo lo he oído no sé
cuántas veces-: yo me represento a mí mismo, quiero trabajar más para pagar mis
hipotecas, mi coche de lujo, mi operación estética y mi subida a los 8.000
metros con sherpas y todo. Con ese meneo, en casa vivimos al día y necesito
ganar más: las regulaciones son un estorbo. Además los sindicatos son antiguallas y están
corruptos (en esto último llevan parte de razón, aunque la palabra corrupción
en este contexto pierde buena parte de su poder discriminador). Algunos supuestos izquierdistas,
siempre a la que salta, les apoyan: claro, claro, ya lo decíamos nosotros, no
luchan verdaderamente. Los mensajes se juntan en una atmósfera ideológica muy
viscosa. Solo el 15M logra revertirla. En parte.
MAFO colabora con los mercados financieros que
produjeron la crisis para imponer a un renuente Zapatero la interpretación de
la misma: hay que romperá la indexación de los salarios a la inflación, tal y como explica Jean-Claude Trichet, del Banco Central Europeo, y punta de lanza de la salida neoliberal a la crisis del neoliberalismo. Las órdenes del BCE
determinan la política del gobierno de España y comienza a expandirse popularmente, amplificada por los medias, la lectura neoliberal de la crisis: es que se ha gastado mucho en lo
público, hay que devolverlo a la sociedad. Rajoy se encontraba en su salsa: nosotros
ya lo decíamos, la culpa es del gasto público y de las rigideces. Cuando nosotros
ganemos nadie nos impondrá nada desde fuera, porque nosotros somos verdaderos
creyentes. Y todo mejorará, ya lo vemos.
El mensaje calaba y se repetía: la administración es inservible, hay muchos
políticos (lo cual, no siempre es falso). Consecuencia lógica, que no se dice, pero que se implica: un gobierno directo del BCE sería más barato y, ya puestos, una
dictadura. Multitud de sociólogos, periodistas, filósofos, economistas bajan la cerviz y repiten: hay
que hacer los deberes y recortar, “yo conozco a uno que”, "a mí me pasó un día
que”. Quien ose hablar de políticas alternativas, es un populista.
Los criminales se convierten en los terapeutas. Esa es la lucha presente: que la crisis
no se reinterprete desde los parámetros ideológicos de la sociedad de
propietarios: desde los mismos parámetros que la causaron. Al principio era
una ideología, al final quieren que nos saque del pantano la misma que nos
enfangó. Pero es una ideología muy viscosa, que todos tenemos un poco pegada, algunos, sin darse cuenta, completamente adherida. Queda mucho trabajo serio por hacer y este libro nos ayuda.
Comentarios