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Jorge Costa sobre "Mentira y política"

Un comentario crítico de Jorge Costa Delgado a la entrada Mentira y política


“Las reglas de la política (basadas en la transformación constante del campo y los objetivos) son incompatibles con el trabajo intelectual fundado, por el contrario, en el intento de explicitar los parámetros en los que se desenvuelven las razones y las acciones.”


Azaña comenta la ruptura en el seno de la dirección del Partido Reformista, en 1915, sirviéndose de una oposición similar. Respecto a los intelectuales que asistían a las reuniones del comité nacional señalaba que “la mayoría […] conocen la política de oídas o por lo que leen en los libros, con lo que todo se reduce a torneos en los que cada señor va a demostrar que es más culto, más ingenioso y más elocuente que los otros”; mientras que de la actitud de los políticos reformistas de larga trayectoria que abogaban por establecer acuerdos con Romanones decía: “nos desprestigia ante la opinión pública y nos anula como fuerza política”.

En este sentido, comparto la idea de que hay reglas diferentes para la política y para la discusión intelectual, tal y como dices en el fragmento que cito arriba. No tengo tan claro que la dinámica de transformación del campo político sea, en cualquier contexto histórico, más rápida que la del campo intelectual: pienso en las posiciones teóricas y políticas de algunos intelectuales de los que hemos hablado estos días en el seminario, que son mucho más cambiantes que la línea política de cualquiera de los partidos políticos con presencia institucional, incluso en una época políticamente convulsa como la transición (y no digo, claro está, que no hubiera ningún cambio en estos últimos). Como digo, no lo tengo claro, pero pudiera ser así.

Lo que sí me parece interesante matizar es que, dentro de las formas de intervención pública del “político” y del “intelectual”, es posible diferenciar, esquemáticamente, dos tendencias. Para el político:

1. El maquiavelismo que creo que analizas muy bien en el texto, donde “la moral cotidiana se suspende”. Yo también creo que hay mecanismos que pueden regular estas prácticas, aunque no erradicarlas por completo.

2. A pesar de todo, incluso en político más experto (más iniciado en el manejo de las reglas de su propio campo y con más recursos específicos para poner en juego) debe atender a la realidad y a lo que ocurre fuera del campo político, so pena de fracasar en sus proyectos de transformación que, aunque se lean en clave política, aspiran a transformar la sociedad más allá de las reglas del propio campo. Este fracaso puede darse de manera inmediata o como una “victoria pírrica” (al modo en que Santesmases describe en Marxismo y Estado tanto al leninismo como a una socialdemocracia en exceso pragmática: ambos incorporan en su propia práctica política la renuncia al proyecto de emancipación humana y superación del capitalismo que teóricamente se proponen).

Para el intelectual:

1. El modelo que comentaste en tu exposición, del intelectual “Lucky Luke”, siempre a la última de las modas intelectuales, es decir, de las reglas específicas que configuran las relaciones de poder propias del campo intelectual. Se podrá decir que estas modas intelectuales son sólo transformaciones superficiales del campo, pero entonces serán igualmente superficiales que las modas políticas y la obsesiva atención a las primeras informaría de una constante estructural en la misma medida que la tendencia a la paranoia en el ámbito político. Quizás el escolasticismo sería otra variante de esta misma tendencia.

2. Siguiendo tu cita: “el trabajo intelectual fundado en el intento de explicitar los parámetros en los que se desenvuelven las razones y las acciones”. La diferencia respecto a la tendencia anterior sería que el fundamento principal de su práctica como intelectual atiende a este propósito y de ello se deriva un superior valor de conocimiento sobre la parcela de realidad que se estudia.

Estas tendencias –insisto, esquemáticas– no se darían aisladamente, sino que estarían presentes en distinto grado en toda actividad política o intelectual. Como decía Ortega: “todo ensayo filosófico atiende dos instancias: lo que las cosas son y lo que se ha pensado sobre ellas” (para la política cabría decir en su lugar: lo que las cosas son y lo que se ha hecho con ellas).

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