La oposición entre democracia representativa y participativa
carece de sentido. La democracia representativa nos propone un régimen de
participación limitado, que tiene su justificación. La deliberación exige que
las personas partan con convicciones y revisables y puedan cambiar de opinión
sin consultar a cada segundo a quienes los eligieron: después, cuando hayan
hecho su trabajo y tomado sus decisiones, se les podrá sancionar o premiar. Deliberar,
más allá de un cierto umbral de participantes, resulta imposible, por lo cual
deliberación y participación masiva se encuentran siempre en tensión. El
problema no consiste en la representación, sino en su secuestro por la
partitocracia y el capital financiero. La apuesta por más democracia requiere
apostar por formas de participación popular más restringidas (allí donde se
considere necesario) y por formas de participación popular masiva siempre que
sea posible.
Incrementar la participación exige ampliar el repertorio con
el que se designa a las personas que participan en organismos públicos. La teoría
política clásica (hasta que cambia en el siglo XVIII) considera dos
procedimientos. Procedimientos de elección aristocráticos: aquellos donde se
elige a un elenco restringido de personas a las que se considera competentes. Procedimientos
de elección democráticos: donde se adjudican los cargos por sorteo entre todos
los ciudadanos, ya que se considera que cualquier ciudadano (apoyado, cuando la
formación de su juicio lo requiera, en expertos) puede, y debe, gestionar los
asuntos públicos. En ambos casos, los regímenes democráticos auditan la acción
de los elegidos o los sorteados a su entrada y a su salida de los cargos públicos.
En ambos casos, la rotación y la provisionalidad en los cargos públicos son
condición de la democracia.
Ambos modelos de designación tienen problemas y el segundo –borrado
de la memoria colectiva- despierta infinitas desconfianzas. Fue, sin embargo,
componente esencial de la democracia desde la Atenas de Clístenes hasta la Florencia de Maquiavelo.
El republicanismo aristocrático, que admiraba Esparta y desdeñaba Atenas, de
los revolucionarios franceses y americanos tuvo un papel fundamental. La
concepción técnica de la política hizo el resto. Pero quien ridiculiza el
sorteo porque supuestamente promueve a los incapaces, debería llegar hasta el
final en su lógica y considerar que el tribunal que elige a los “capaces” (el
pueblo respondiendo al menú de los partidos) puede no ser el adecuado. Quizá
convenga elegir a los políticos por medio de unas oposiciones: ya no sería
restringido únicamente el grupo de los elegibles, también el de los electores,
surgidos de una selección “científica”. Como preguntaba Marx, ¿quién educa a
los educadores? No necesito decir cómo esa ideología caracteriza la respuesta
conservadora a la crisis y cómo tiene una enorme aceptación. La respuesta de la izquierda es muy débil (o más débil de lo que podría serlo), entre otras razones, porque se mantienen las prácticas de siempre. Promoción de sumisos (y raudos se estabilizan) que a menudo también son incapaces, entre otras razones porque pasan más tiempo manteniendo su lugar en la maquinaria política o sindical, que hablando con los ciudadanos e intentando servirles o agradarles o buscando su reconocimiento. Todo ello confirma la sospecha conservadora.
Falta imaginación política para proponer nuevas alternativas democráticas. No hay que descubrir nada nuevo, basta con rescatar y actualizar el repertorio históricamente disponible. Provista con sorteo, sería factible imaginar una Cámara sorteada con renovación
anual o bianual que fiscalizase la acción de los cargos públicos –con lo que
nos ahorraríamos suprimiendo el Senado y los prescindibles cargos de libre designación
habría para de sobra ello. La combinación de procedimientos –porque todo régimen democrático consiste en un mixto de formas de elección- permitiría romper con alguna de las reglas del
sistema de partidos, sin que conlleve abolirlos o desdeñar su papel, que lo tienen. Uno de los argumentos para
mantener la elección estriba en la importancia de las ideologías para definir
la competencia de los designados. Resulta absurdo, sin embargo, creer que todas
las actividades públicas se encuentran definidas por los criterios de izquierda
y derecha, o por el modo en que los articula la configuración política en cada momento. .
La introducción del sorteo, aunque fuera parcial, tendría un
enorme efecto en limitar la autoreproducción de las elites políticas, ya fuera en los
partidos, ya fuera en los movimientos sociales –concepto este que requiere una
revisión profunda. Ya se ha hecho en la literatura científica pero conviene popularizarla. Tras estos, en ocasiones, se ocultan simples plataformas de presión
gestionadas con similar métodos que los de los partidos: a veces son exclusivas
plataformas de grupos políticos o de afinidad restringidos, cada vez más
dependientes de la exhibición mediática y con escaso enclave en la realidad. En cualquier caso, sean o no eficaces y vertebradores de demandas sociales olvidadas por el campo político (lo cual los hace más que indispensables: la sal de la tierra en política), pueden vertebrar formas de selección y estabilización de los dirigentes
profundamente oligárquicas.
Los partidos y movimientos que apuesten seriamente por otro mundo deben comenzar a practicarlo: introduciendo el repertorio histórico de la democracia en sus propias organizaciones.
Los partidos y movimientos que apuesten seriamente por otro mundo deben comenzar a practicarlo: introduciendo el repertorio histórico de la democracia en sus propias organizaciones.
Comentarios
Estoy siguiendo con gran atención su serie sobre el sorteo, y espero impaciente las nuevas entregas que se anuncian.
No es ciertamente la belleza intelectual del sorteo como institución antigua lo que mueve mi interés, sino su utilidad aquí y ahora para enderezar el rumbo de nuestro país lanzado a la deriva.
Por eso le ruego disculpe mi impertinencia al enviarle, para solicitar su opinión, esta pequeña propuesta en la que hay depositada mucha ilusión y esperanza. No he podido aguardar al final de la serie.
Más allá de la vertiente teórica, le pediría que valorara los aspectos prácticos: ¿cual sería, desde su punto de vista, la viabilidad de una iniciativa semejante?
Le agradezco de antemano su amable atención.
Petición al Congreso de los Diputados
Petición al Congreso de los Diputados en formato PDF
a mí me parece, sin ser especialista, deseable y razonable.Un abrazo