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Los dilemas de la libertad



 Guerra y emancipación
Capitán Swing ha publicado una edición de textos de Marx y de Abraham Lincoln. Andrés de Francisco es  editor y prologuista. Un trabajo de Robin Blackburn oficia de extensa introducción. La editorial Alba acaba de editar una selección de Mario Espinoza de los Artículos periodísticos. Comentaré la primera y muy pronto me ocuparé de la segunda.
En el prólogo, Andrés de Francisco sitúa en un triángulo los problemas políticos y morales a los que se enfrentaban ambos protagonistas. La articulación entre los tres vértices no siempre iba de suyo. La política no es el reino del teorema, sino de la elección circunstanciada, de opciones pocas veces completamente satisfactorias. ¿Cuáles son los vértices de ese triángulo? Según De Francisco: el derecho humano a la libertad, el derecho a la propiedad y el derecho al autogobierno democrático. Lincoln subordina el segundo y tercer derecho al primero. Recuerdo que tampoco para Marx el derecho de propiedad era indiferente. No en vano definió la revolución como "expropiación de los expropiadores", en suma, de quienes nos han quitado toda propiedad.
Lincoln actúa como un político y, por tanto, tiene en cuenta las relaciones de fuerza con las que cuenta y cede cuando no se encuentra seguro de ganar. Por lo demás, el propio Lincoln cambia con el tiempo su opinión sobre los negros. En un principio, aunque detestaba la esclavitud, proponía su reinstalación en África, considerándolos colonos en América, esto es, ciudadanos provisionales. Pero las consecuencias de la guerra, le confirman que al Sur no se le vence con componendas. Pero además de consideraciones estratégicas y una evolución política y biográfica, había una filosofía moral, y en esa me centraré.
Lincoln bebe de una gran tradición revolucionaria: la norteamericana. Lincoln se considera heredero de Thomas Jefferson quien situaba la libertad por encima de la propiedad. El partido de Jefferson, el Demócrata, se convirtió en partido de esclavistas, y sus ideas fueron acogidas entre los Republicanos, con los que militaba Lincoln. El cambio lo explica con un chiste que contiene enorme sabiduría dialéctica. Nos ha pasado, dice Lincoln, como a dos borrachos que contemplé peleándose. Cuando acabaron la trifulca se cambiaron de abrigos y cada uno vistió el del otro. Y sin darse cuenta. El conflicto cambia el sentido de los oponentes y reformula las oposiciones.
Por otro lado, me parece a mí, pesa otra gran tradición que ha vivificado la imaginación igualitarista: la  matemática. Quienes separan ciencias y letras, quienes repudian el cultivo de los saberes clásicos en función de las demandas del mercado de trabajo, deberían pensar con este ejemplo. Lincoln recurre constantemente (como si fuese su tuétano moral) a los Elementos de Euclides y dice: la Declaración de Independencia inscribió “una verdad abstracta aplicable a todos los tiempos, y así dejarla embalsamada de tal manera que hoy día, y en todos los días venideros, habrá de constituir un reproche y un obstáculo para los heraldos que anuncien la reaparición de la tiranía y la opresión”. Los principios de Jefferson (“que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad“), razona Lincoln, funcionan como las Definiciones y los Axiomas de Euclides. Si dos cosas forman parte de la misma clase, entonces son iguales. Y se establecen relaciones de simetría y transitividad entre los hombres: si unos son más hombres que otros y tienen derecho a esclavizarlos, deberán tener una buena razón para no ser esclavizados ellos mismos por otro superior en esa misma razón. Quien funda la superioridad en el color de la piel o la inteligencia, que se prepare: siempre habrá uno más blanco y más listo al que deba someterse.     
En fin, Lincoln inspira su igualitarismo en convicciones religiosas. Uno puede hacerles trampas a Jefferson y a Euclides, pero Dios nos mira y ante él no sirven las tretas. Quizá la guerra sea necesaria, llega a considerar, porque la riqueza conquistada sobre el trabajo esclavo, se encuentra podrida de raíz “y hasta que cada gota de sangre derramada por el látigo sea pagada con otra derramada por la espada, habrá que decir lo que se dijo hace tres mil años: “Los mandatos del Señor son rectos””.
Marx admiraba a este hombre. En la época, los conservadores y los liberales iban de materialistas (Marx diría, con infinito desprecio: materialistas vulgares ) y creían que la Unión sólo defendía sus intereses comerciales. Claro que sí: pero además defendía principios morales, por eso la guerra, insiste Marx, era moral de parte a parte. “Que sea una guerra moral (cito al prologuista) no quiere decir que la libren ángeles y querubines”.
Además, al principio, no faltaban simpatías por el Sur entre la opinión pública progresista. Al fin y al cabo, defendían la propiedad de esclavos pero reclamaron su libertad por medio de asambleas –bastante democráticas- donde reivindicaron su autogobierno. El Sur era más libertario que el Norte. Lincoln y Marx consideraban que primero estaba la libertad y luego, si la libertad se respetaba, había que inclinarse ante los principios del autogobierno democrático. Pero si esos principios, escribe Lincoln, se ejercen para eliminar arbitrariamente la libertad de otros hombres (por raza, idioma, origen, convicciones políticas...) se ofende la libertad. Y el autogobierno, la autodeterminación, se convierten en despotismo. Lo primero es la libertad humana de la opresión, sólo entonces se respetan los derechos de propiedad y la democracia. No se puede ser propietario de la vida de un hombre como si fuese un utensilio. Ninguna asamblea democrática puede reivindicar la degradación de los hombres en esclavos, o su arrinconamiento como metecos. Desgraciadamente, así era aún en los tiempos de los enormes Clístenes y Pericles. Pero después de Jefferson se han convertido en un insulto a la inteligencia moral y a la civilización.
Mucho de estimulante tiene este libro, muchísimo. Termino esta breve nota con una curiosidad filosófica. El término dictadura del proletariado procede de la tradición romana: el dictador adoptaba poderes en periodo de emergencia. Duraba seis meses y luego volvía a la legalidad. Marx usaba un término sin el significado siniestro que adoptó en el siglo XX –en gran parte por los ignominiosos regímenes comunistas. En mi opinión, pero no soy marxólogo, Marx bebe también de su admirado Aristóteles y de su descripción de la democracia radical como tiranía de los pobres. Dictadura del proletariado, en su origen, parecía un término adecuado y para nada traduce en Marx enemistad hacia la libertad. Robin Blackburn introduce otro elemento. Había necesidad de fuerza revolucionaria porque cualquier avance de la libertad se encontraría con una “revuelta de propietarios de esclavos”. De hecho, a Lincoln se le llamaba, en el libertario Sur, dictador. Marx se inspiró en él para su repudiado concepto. ¡Qué curioso! Al fin y  al cabo, la historia de las ideas poco se diferencia de la política cuando funciona como una pelea de borrachos. Cuando se sale de la bronca, nadie sabe en qué se ha convertido ni qué lleva puesto.

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