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Las autorreferencias del campo político



 Repères Pour Résister À L'idéologie Dominante de Gérard Mauger

Gérard Mauger (Repères pour résister à l’idéologie dominante, Bellecombe-en-Bauges, Croquant, 2013) se plantea en este libro «una crítica sociológica de la ideología dominante» pero también un reflexión sobre la izquierda que la combate. Centraré el comentario en lo segundo.
Dos problemas en esa izquierda: el primero, fundamental, cómo impulsar la voz de las clases populares y permitir que se haga un hueco en el mundo político. Resulta difícil por dos razones: la primera porque cualquiera no está en condiciones de fraguarse una opinión que sea susceptible de ser escuchada. El mundo político exige dominar, cada vez más, saberes especializados como el marketing, amplias conexiones con la prensa así como la capacidad para situarse en los entresijos de la oferta disponible de partidos y sus conflictos internos y con otros partidos. Normalmente queda al alcance de especialistas, con lo cual los más desheredados, social y culturalmente, deben alienarse en ellos si quieren que sus problemas encuentren eco. Evidentemente, el medio no es inocuo y los especialistas acaban trabajando tanto, si no más, para sí mismos como para los grupos sociales que representan.
¿Por qué trabajan para sí mismos? No es un problema de maldad, el juego político lo exige. Para que un representante reciba audiencia en la prensa, debe aprender a asimilarse a la figura del político serio. Lo que exige preocuparse por las cuestiones que de los instalados (olvidando las que acucian a sus representados), responder a los debates que factura la prensa o exponerse, si no lo hace, a la ridiculización de quienes distribuyen credenciales de persona razonable o, por el contrario, motejan de “populista” o “extremista”. Felizmente, vivimos en democracias y éstas, aunque muy limitada, reconocen la participación popular. Sin ésta, el mundo político se encerraría en sus propios problemas tanto como lo hacen los artistas plásticos o los matemáticos –algo que estimamos en los científicos o los artistas pero que nos rechina en los políticos.
La cuestión no es sencilla. La competencia política existe y adquirirla requiere esfuerzo y dedicación. ¿Por qué negarles a los políticos la autonomía que concedemos a los poetas para gestionar su arte, cuando tanto estos como aquellos, con toda legitimidad, pueden reivindicar que hay que saber antes que hablar? La única solución sería, en el caso de los políticos, extender, pues a ello nos obliga la democracia, cuanto sea posible las competencias necesarias para formarse una opinión. Gérard Mauger, en este libro e inspirado en una descripción que Bouveresse hizo de Bourdieu, intenta contribuir a ello escribiendo como un sociólogo que no se limita a sus pares, sino también a los profanos tanto de la sociología como de la política.
En principio, contra el cierre del mundo político milita la “izquierda alternativa”. Mauger se encuentra comprometido con la izquierda de izquierda –es decir, aquellos que en Francia desean construir una alternativa más allá del socialliberalismo. Una vez que se asume la necesidad de los representantes y los aparatos permanentes -¿cómo hacer algo eficaz prescindiendo de los mismos, pregunta con razón el autor?- la cuestión estriba en la dinámica política que se impulsa: ¿incorpora a más profanos a la política? ¿Permite ampliar la resistencia al cierre del mundo político sobre sí mismo?
Mauger se plantea el problema de cuál es son las fronteras de la izquierda de izquierda. Por un lado, hay una disputa permanente entre los interesados para ver quiénes son sus componentes y eso, señala, se produce en cuatro planos. Primero, el plano político, en el cual siempre costará dirimir los verdaderos antineoliberales y, por ende, se comprende bien las acusaciones de falta de coherencia que pululan a diestro y siniestro. Basta echar un vistazo a las páginas de una Web de izquierdas para convencerse de que no es un ambiente plácido para espíritus conciliadores o egos moderados. Después se encuentran los movimientos sociales estructurados en lo que Lilian Mathieu llama una “zona de evaluación mutua” en la que según Mauger se compite por merecer el reconocimiento de la radicalidad ("nadie a mi izquierda" ni más auténtico que yo, suele ser la norma con honrosísimas y benditas excepciones). En ese medio, se cultiva la distancia respecto a la política, aunque autonomía, aclara Mauger, no significa independencia: muchos son militantes de partidos y, en cualquier caso, persiguen influir en los partidos y el poder. En fin, tercer componente, el sindical, también conoce la diferenciación entre reformistas y revolucionarios y, para terminar, la izquierda radical también dispone de un grupo de intelectuales que se disputan la teorización sobre la misma y entre los cuales, señala Mauger, siguen cotizando alto las reactualizaciones del marxismo, aunque se observan cambios: los economistas merecen, en detrimento de los filósofos (otrora dominantes), la admiración colectiva y la sociología sigue gozando de escaso predicamento.
Nos preguntamos si ese mundo consigue incorporar profanos: evidentemente, hace falta cierta disponibilidad, en primer lugar, mental para poder aclararse y orientarse. Tiempo se requiere y mucho: extraña poco que los efectivos raramente sobrepasen umbrales de familiaridad y cuando lo hacen se pierdan rápidamente. Además, nos preocupaba si permitía ampliar las resistencias a lo establecido. Dejemos la palabra a Mauger: “los conflictos […] ideológicos […] recubren también conflictos ligados al modo de distribución de las retribuciones materiales y simbólicas de la militancia, ya sea “partidista”, “sindical” o el los movimientos (y eso aunque todos se dicen movidos por el desinterés) y se encuentran ligadas a la distribución que se anticipa si se unificase el campo de la izquierda de la izquierda. Desde ese punto de vista, la división actual entre los partidos y los diferentes componentes multiplica los aparatos y por tanto las posiciones que permiten las retribuciones correspondientes”.
Si la descripción del autor es correcta, lo que creo, nada invita a ser optimistas sobre la contribución de ese espacio –de conservar tal dinámica- al reforzamiento de la unidad social y electoral contra el neoliberalismo. Esperemos que esta cambie porque, desgraciadamente (pero lo peor es que ¿puede imaginarse con realismo algo distinto?), el único territorio del campo político que tiende a cerrarse sobre sí mismo no es sólo el que ocupan los partidos establecidos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¿No hay posible frente común? Yo discuto con colegas que es imposible una fuerza (bloque) de izquierdas en éste país de naciones con fuerzas tan reaccionarias que oscuren nuestra historia y presente. La iglesia, la burguesía de poca monta cultural, el empresariado,... el alzamiento militar, el intento de golpe de Estado,...
Tanto tiempo IU, con un elevado capital económico y aún no ha sido capaz de armar un medio de comunicación masivo.

En fin seguiremos trabajando, luchando, pero tambien comparto, JL, el escepticismo. Ésa hegemonía cultural y educativa de la que hablaba Gramsci en éstas lindes se hace una quimera.

Tomás
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
Y si no lo es, Tomás, al menos no es fácil.
Anónimo ha dicho que…
…Necesitamos un nuevo lenguaje para la política, para analizar dónde puede tomar lugar, y lo que significa movilizar alianzas de trabajadores, intelectuales, académicos, periodistas, grupos juveniles, y otros para reclamar, como el coronel West ha puesto correctamente como, esperanza en tiempos de oscuridad.”

(Henry A. Giroux)

Ana
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
No estoy seguro, Ana. No necesitamos más acuerdos de líderes, ni de grupúsculos, ni de puestos en el tema. Necesitamos participación de gente normal, de seres humanos sin cualidades especiales.

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