Una amiga me pide explicar en una página la vinculación entre una y otra
¿Cómo estudiar las cuestiones disputadas, los grupos
y personas que se afrontan por ellas, por ejemplo, los movimientos ciudadanos?
Existen ya múltiples versiones al respecto: las de los propios implicados, las
de la prensa, las de los amigos o enemigos más o menos lejanos o cercanos. ¿Qué
pueden aportar las ciencias sociales?
Comencemos diciendo que pueden no aportar nada, solo
más ruido faccioso. Cuando se hacen mal, las ciencias sociales proponen una
simple versión más o menos sofisticada, con referencias académicas y con
artificios tecnológicos, de las opiniones partisanas. Pero cuando se hacen
bien, o lo intentan, las ciencias sociales proporcionan otra versión. Y ésta es
fundamental para la democracia.
Respecto a los implicados, las ciencias sociales
respetan sus razones, y les dan todo su peso. Sin embargo, no se restringen a
estas y se preguntan más cosas. Así, qué diferencia hay entre los que se dice y
lo que se hace, entre las razones proclamadas y las prácticas –que son razones
encarnadas y que a menudo se distancian de lo que sinceramente se cree. Para lo
cual, y tal las diferencia con la prensa (habría que especificar: de la prensa
de titular fácil), no se permiten hablar sin una inserción prolongada entre
aquellos de quienes habla. Las ciencias sociales dan razones de por qué se actúa
de cierta manera pero eso no significa que les dé la razón a unos u a otros. En
este punto, obviamente, contrasta con la tendencia de los amigos y de los
enemigos.
El trabajo de las ciencias sociales consiste en intentar
ocupar todas las perspectivas posibles. En primer lugar, en las diferentes
escalas. Las biografías individuales tienen sus hábitos y aspiraciones que se
mantienen o se transforman cuando se vinculan, en grupos, con otras personas.
Pero también existen inercias colectivas que se imponen sin que las personas,
agrupadas o no, sean capaces de captarlas. Las técnicas de investigación
siempre registran ambas tendencias: la serie estadística más contundente ofrece
porcentajes e invita a interrogarse no sólo sobre lo masivo sino sobre las
desviaciones de la norma. La más íntima de las entrevistas recoge la presión
colectiva en los movimientos, fugaces o constantes, de cualquier espíritu.
Con ese trabajo, y en segundo lugar, las ciencias
sociales comparan los acontecimientos con los que recogieron otros
investigadores, a menudo separados en el tiempo y en el espacio. Porque lo
nuevo no siempre es tan nuevo y lo que parece repetido, a menudo, lleva
incrustados gérmenes de cambio difíciles de vislumbrar. En tercer lugar, con ese
trabajo paciente desde todas las perspectivas, las ciencias sociales refuerzan
la democracia. El compromiso del investigador no consiste en justificar su
ideología. Si lo hace, su trabajo es más que malo: es una impostura, pues se
acoge a las galas científicas para colar una opinión que, sin ellas, no
merecería tanta audiencia. El compromiso del investigador consiste en mostrar
cómo es el mundo en el que vivimos, qué hacemos en él cuando intentamos
conservarlo tal y como está y qué cuando intentamos cambiarlo. Con esa
información, o con cuanta se pueda de la misma, los valores se confrontan con
los hechos que se les oponen y pueden anudarse con aquellos que pueden hacerlos
realidad. Cada uno seguirá o no con sus lealtades, pero reconociendo que la
sociedad no se pliega fácilmente a los deseos de cada cual.
Lo reconocía Durkheim, de la sociología, pero
valdría sobre cualquier otra federación de las ciencias sociales: cuando hace
bien su trabajo, fastidia a todo el mundo aunque, sobre todo, a los poderosos,
porque tienen más que perder. Otro gran científico social, al que suele
conocerse como un revolucionario, insistía en cuál es el camino hacia esa
posición incómoda, pero en la que radica nuestro orgullo y nuestra autoestima:
no desviarse de lo que se ha visto y se comprueba, aunque nos disguste; algo
que sólo hacen, decía Marx, los canallas.
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