Amigos me dicen que el sorteo resulta anacrónico.
¿Qué significa anacrónico? Intentar actualizar una institución fuera del
contexto donde surgió y al que íntimamente se encontraba unida. Se trata de un
argumento histórico y filosófico. La historia de las democracias antiguas tiene
que enseñarnos poco hoy porque sus evidentes límites (eran democracias sesgadas
por toda clase de violencias y exclusiones) lastran todas las instituciones que
surgieron en ellas.
Argumento histórico pero insisto, a la vez,
filosófico. Supone que cada época une con un tejido secreto todos sus elementos
y que estos carecen de autonomía para existir fuera de él. Porque pudiera ser
que las instituciones políticas –por ejemplo, el sorteo- respondieran a
problemas comunes a más de un tiempo histórico. En suma, que la inquietud que
llevó a los demócratas antiguos a recurrir a l sorteo fuera también nuestra ya
que, cuando se quiere gobernar en democracia, sea en Abdera, en Martos o en
Irkust, en el siglo V a. C. o en el XVIII, surgen problemas comunes.
Aunque había anunciado que me ocuparía de
cuestiones prácticas en esta entrada, este problema filosófico se encontraba
sin explicitar del todo. Para exponer la cuestión podría recurrir a dos
esclarecedores trabajos de Jacques Rancière[1] o Nicole Loraux[2].
Pero lo haré ayudándome de alguien que los
precedió en el arte de pensar nuestro problema.
Preparando unos “Apuntes para un comentario al Banquete de
Platón” se argumentaba: la vida son situaciones y esas situaciones pueden ser
evanescentes o reiterarse. Por ejemplo, Homero parece próximo de Euclides y,
sin embargo, no hubiera entendido una palabra de sus actividades. La
“situación” de Euclides (vivir preocupado por una actividad intelectual) nació
entonces pero se ha seguido repitiendo hasta hoy y a Homero le hubiera
resultado una extravagancia. Nosotros la entendemos: porque seguimos
practicándola. El tiempo histórico no es el tiempo del calendario: alguno sí;
otro se articula y se repite y entonces pervive a su nacimiento. Existen
diversos tipos de tiempo: unos, repito, fugaces, otros, que se encastran en la
experiencia humana y nos abandonan con dificultad. Todo esto lo explicó
Braudel, y lo popularizaron filosóficamente Althusser o Foucault: aunque el
señor del comentario al Banquete no era
otro que… ¡Ortega! quien me parece, en tanto que pensador, alguien versado en
el problema de la razón histórica, lo que lo conecta, y no exagero, con
Braudel y Rancière[3].
Volvamos al sorteo (unido, claro está, a la rotación y la rendición de cuentas) ¿Cuáles son los rasgos
de nuestra situación comunes con los griegos? En primer lugar, amparados en su
autoatribuida competencia técnica, en su espíritu de sacrificio y en su
ceguera, intencionada o no, respecto de los beneficios de la actividad
política, pequeños grupos, en la izquierda y en la derecha, en los partidos y hasta
en los “movimiento sociales”, convierten la política en un monopolio. Para
entrar en política los ciudadanos deberían tener redes de contactos, tiempo
libre, conocimientos políticos que solo quedan al alcance de muy pocos. Contra
el gobierno de los pocos, el sorteo defiende la introducción de la perspectiva
de cualquiera y sobre todo de aquellos a los que no les gusta gobernar.
En segundo lugar, no está claro qué
significa tener competencias técnicas en política. Si significa que debe
conocerse el derecho internacional o la teoría de juegos mejor seleccionar a
los políticos mediante un examen. De lo contrario podemos estar seleccionando a
indocumentados que acceden a los puestos por servilismo y maniobras. Una cosa
es la división técnica del trabajo: hay individuos que saben de ciertas cosas y
no de otras. Otra cosa es que recompensemos más a unos que a otros: tal es la
división social del trabajo, a menudo arbitraria e injusta. Una tercera, la
división política: considerar que solo algunos, los que tienen tiempo, redes y
la arrogancia suficiente, pueden mandar. El sorteo no cuestiona la división
técnica. Indirectamente, cuestiona la división social pues toda democracia
expansiva requiere extender las condiciones de tiempo y ocio necesarios para la
participación política. Pero, ante todo, señala que la división política del
trabajo es un hierro de madera. Gobernar exige saber mandar y saber ser
mandado. Y eso solo se aprende mandando por turnos. No existe otro remedio para
que algunos no se engolfen en el poder ni otros en la crítica irresponsable y
caprichosa de quien no se moja en nada.
En tercer lugar, el sorteo permite redistribuir
socialmente las recompensas que proporciona la política. La política
proporciona seguridad, contactos, dineros, cultura, ligues. Y bien que está.
Por eso la gente se engolfa en ella y por eso debe socializarse la riqueza
política. Desgraciadamente, incluso quienes defienden la socialización de la
riqueza económica, impulsan prácticas de acumulación que desposeen de la
riqueza política a la mayoría. Quien haya sido habitual de los movimientos
sociales o políticos que se dicen alternativos lo sabe: tendencia al
grupúsculo, al cierre frente a los ciudadanos normales (y sus ideas demasiado
vulgares y poco versadas en el pret-à-porter politiquero), peleas –a veces
homéricas- por el control del ascendiente sobre el pequeño grupo y, claro que
sí, privilegios políticos que se reconvierten en beneficios económicos (vía
conexión con el Estado y sus redes arbitrarias de gestión de las ayudas
públicas), académicos, etc. En los partidos dominantes, la cosa se multiplica
hasta estragarnos.
En suma, nuestro problema hoy es el mismo que el
de hace dos mil quinientos años. Para saber
si de ciertas cuestiones solo pueden ocuparse las personas competentes o si
debemos seleccionar a alguien que comparta nuestros valores, necesitamos
entrenarnos en la discusión pública y en la deliberación razonada. De nada vale
ampliar la democracia si las gentes son caprichosas y poco informadas.[4] Pero la gente solo puede adquirir
criterio si se exige y se le exige tenerlo. Para ello no sirven las máquinas
basadas en la acumulación de grandes o pequeñas empresas políticas que compiten
entre sí. No valen: ni aquí, ni en Venezuela, ni en Alemania, ni
en los Estados Unidos... ni en Izquierda Unida ni en el Partido Popular. La
riqueza política queda expropiada por el carisma arbitrario, por los
aventureros dedicados en cuerpo y alma a la maquinación o por quienes saben
ajustar su discurso a los auditorios para conseguir ascender.
Esa situación, por decirlo con Ortega, se reitera
desde que se creó la polis. El sorteo ayuda a desactivarla.
Y la próxima vez, sin demora, vienen las
alternativas, que algunos lectores me reclaman con justificada impaciencia.
Pero cuando pase el verano.
[2] “Elogio del anacronismo en historia”, La guerra civil en Atenas. La política entre la sombra y la utopía, Madrid, Akal, 2008.
[3] Lo que nos ayuda a comprender, con un contrafáctico, cuánto perdimos y perdemos con la marginación del orteguismo y la entronización de la filosofía como comentario eterno e infinito de textos y autoridades.
[4] Que alguien sufra las injusticias no le hace merecedor de ningún privilegio. Ser pobre o explotado no es ninguna virtud moral, únicamente el resultado inmerecido del privilegio de otro. Desgraciadamente, el cristianismo (que convirtió el sufrimiento en un mérito) sigue impregnando la cultura de izquierda. Joaquín Miras (Repensar la política, refundar la izquierda, Barcelona, El Viejo Topo, 2002, p. 212) es una excepción al insistir en que las elites se han entrenado en ciertas tareas bastante complejas y quienes deseen sustituirlas deben estar a la altura. Ortega se ocupaba del problema en Misión de la Universidad (Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, p. 104): “Si mañana mandan los obreros […] tendrán que mandar desde la altura de su tiempo; de otro modo, serán suplantados”. Esa es la clave: sin entrenar el refinamiento político del pueblo apartar a las elites podría ser un desastre.
Comentarios
Soy Santi, el colega de Merche.
Si, hace 20 años que no nos vemos, y no sabía cómo contactar contigo.
Estoy metido en un proyecto europeo en el que puede que te interese participar.
Llámame, por favor, al 695133431.
Qué alegría reencontrarte.
Y, al menos, podemos tomarnos una birra y reirnos de cómo nos ha maltratado el tiempo.
Un abrazo