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Monique Bidault

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La semana pasada falleció Monique Bidault, socióloga y secretaria del Centro de sociología europea. Falleció demasiado joven lo que vuelve doblemente dolorosa la muerte de una amiga.
En Francia, al menos entre los amigos que trabajaban con Monique, uno de los adjetivos preferidos por la gente, cuando se desea alabar a alguien, es el de discreto. Alguien es discreto cuando presume poco, cuando no vive de narrar miserias ajenas, cuando se le sabe muy capacitado y, sin embargo, actúa sin darse bombo.
El adjetivo discreto me encanta. Por un lado, sirve para contener la tendencia, creciente entre las clases medias, donde nos movemos, a avasallar a los demás, a demostrar, venga o no a cuenta, todo lo listo y lo fundamental que es uno. Por otro lado, uno se imagina que si viviéramos en sociedades libres, ponderadas e igualitarias la gente brillante tendería, no a dejar de serlo, sino a serlo con medida, con autocontrol, sin requerir que se alaben sus glorias o se premien sus éxitos. Al fin y al cabo nada premia mejor una capacidad, de la que uno está dotado o que uno ha adquirido, que su simple ejercicio y para eso no es necesario que a uno lo eleven y a otro lo degraden. Lo explicaba Aristóteles, las acciones en las que uno destaca tienen su premio en disfrutar haciéndolas: nada más y nada menos, porque ya es bastante. Si un día existe una república de los iguales, en libertad, la gente sobresaliente será especial, mejor que los demás, pero sin presumir demasiado de ello. Porque la discreción, pienso yo, es una gran virtud republicana.
Monique, era funcionaria de una república, y también en eso hacía honor a su función. Tanto que una república mejor que en la que vivió tendrá que fijarse en funcionarios como ella. Porque en todos esos sentidos, Monique tenía esa gran virtud de la discreción: todos sabíamos cuánta sociología sabía, pero debíamos advertirlo cuando nos corregía un texto o cuando apuntaba, casi sin parecerlo, un error grosero detrás de un discurso algo jactancioso. Y lo mismo sucedía en el plano de las relaciones personales. Por su posición, conocía conflictos y debilidades de muchas personas, pero jamás atizaba las querellas y el desacuerdo; al contrario, tenía ese raro sentido del matiz que impide descalificar o alabar masivamente a alguien: en ese sentido, contribuía, con sus juicios, a volver el mundo habitable. Entre las personas que pasábamos por la sede de Pouchet del CSE sirvió siempre de vínculo y contribuyó a que pese a ser aspirantes a intelectuales (y al menos en lo que a mí respecta, dotados de un ideal del yo excesivo) nos llevemos razonablemente bien, a veces muy bien. En fin, Monique fue fundamental en el trabajo de los seniors del CSE que trabajaban en Pouchet: Gérard Mauger y Claude Poliak, Louis Pinto, Patrice Pinell y ayudó a que los juniors nos integráramos en el medio intelectual con los menores traumas posibles.
Monique era también una persona cariñosa y una amiga exigente. Podía echarte una buena bronca cuando consideraba que te comportabas de manera disparatada o que eras ingrato. Yo me lleve alguna, la merecí y se lo agradezco. 
Y ya está, se ha ido demasiado rápido. Había pensado acabar este texto recordando una intervención de Bourdieu donde decía lo fundamental que es el trabajo administrativo en la actividad científica y que debía ser reconocido, premiado y aplaudido como tal. Bourdieu tiene la rara virtud –digna de un gran sociólogo de valores republicanos- de hablar de esas cosas y de teorizarlas. Pero lo voy a acabar de otra manera. Monique era hispanófila y siempre tenía un rato para una buena parrafada sobre el Capitán Alatriste o sobre Antonio Machado. Y con un poema de Machado, un poeta gigante y un hombre también republicano y discreto, Margarita y yo le decimos adiós:

He andado muchos caminos
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño que
miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra...

Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.

Cuando caminan,
cabalgan a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.

Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.

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