Para discutir de las primarias, partimos de una idea: lo
fundamental en un colectivo electoral (partido, agrupación, plataforma, poco
importa) no son solo los intereses sociales que representa, sino también el
modo en que se organiza para encauzarlos. Si se piensa, por ejemplo como
Gramsci, que la conquista de la democracia requiere a veces partidos poco
democráticos, o que la diferencias de poder en una organización política son
como las que existen entre un director de orquesta y su banda, las primarias
carecen de sentido. Primero, porque desvían la atención del objetivo principal
(la toma del poder) y, segundo, porque la división política se considera idéntica
a la división técnica del trabajo: unos tocan el trombón y otros llevan la
batuta; según sus cualidades. Lo democrático sería que los del trombón y la
batuta entrenen a futuros aspirantes enseñándoles la disciplina precisa y que
esos aspirantes se recluten sin sesgos de género o de clase –u otros (1). Robert
Michels defendía crudamente una aristocracia política de los mejores oradores,
los más hábiles en política y los que tengan mejor preparación técnica.
Michels, reivindicando la oligarquía, escandaliza a los marxistas, como lo hizo
con Gramsci, pero solo llevaba a su término la lógica del modelo
moderno de representación: los representantes han de ser mejores que los
representados y tenemos medios para saber cómo seleccionarlos. (2)
Las primarias solo interesan si se sale, en parte, de
dicho esquema. Decimos bien en parte: las primarias solo sirven para cuestionar
la tesis de que los partidos seleccionan bien a las elites políticas, ya que se
considera (a) que los partidos no son simples reflejos de la demanda social
sino que la estructuran, la organizan y la desvían y que no existe solución
convincente contra ese problema dentro de los partidos -mal que le pese a
Gramsci (b) que la participación política no se deja comparar con el
entrenamiento técnico en una actividad especializada (y este argumento es
contra Michels). O que si tal comparación procede (y por tanto le damos cierta
razón a Michels), las dinámicas de los partidos no permiten que elijamos bien
al violonchelista y al de la flauta travesera.
Las primarias, entonces, ayudan por un lado, a
ampliar la presencia de la demanda social en las decisiones de la organización,
vigilando la tendencia de las cúpulas a deformar dicha demanda y, por otro
lado, a fortalecer la experiencia política de la gente con menos poder (los
afiliados de base y, en general, los ajenos a las redes políticas
establecidas), único camino para la ampliación efectiva del número de gente que
puede decidir. (3)
Para esos objetivos, las primarias no son una garantía
absoluta y podría pensarse que existen mejores mecanismos para llevarlos
adelante. Dejaremos de lado la discusión general de esa cuestión, pero la tendremos
en cuenta cuando introduzca dos mecanismos que complementarán las primarias: el
sorteo para evitar las peleas por ciertas dimensiones del orden electoral y los
necesarios organismos de supervisión de los candidatos elegidos.
Quién vota en unas primarias
Toda organización política se enfrenta a dos tareas: la
primera, decidir de quien desea ser voz, y, luego, cómo podría escucharla
efectivamente. La primera cuestión nos remite al censo, es decir, a las
peculiaridades de los ciudadanos a los que se escucha. La segunda a cómo se les
convoca a participar.
Aparentemente, la tesis más democrática es la de que se
debe escuchar a todos. Pero, enseguida, surgen los problemas: entre esos todos
puede haber agentes mal intencionados (motivados por fastidiar a la organización)
o, simplemente, irresponsables (y, por ello, no susceptibles de ser tenidos en
cuenta). La participación es un criterio de la democracia pero la
responsabilidad es otro y a veces participación sin responsabilidad se contraponen. Hasta ahora todas las organizaciones políticas, sobre
todo las más democráticas, han prestado atención al problema del censo y no
resulta ocioso recordar que la mayor participación democrática fue siempre
unida, desde los griegos, a restricciones para ser considerado alguien
competente: edad, nacimiento y otras barreras que nos resultan insoportables
como ingresos, género… la historia de la democracia es también la historia del
censo. (4) Una organización política puede considerar revocables
esos criterios (por ejemplo, la nacionalidad o la edad) y priorizar otros (así,
la participación política efectiva independientemente de la edad o de la
nacionalidad). En nuestra opinión, ciertos criterios deben ser considerados
para formar parte del censo de electores en unas primarias. Al modo, por
ejemplo, del Partido Socialista Francés, un compromiso con los objetivos
programáticos y una cuota de inscripción (que iría desde un euro para los
desempleados hasta diez para quienes tienen trabajo fijo). Evidentemente, eso
no asegura la credibilidad de los participantes ni la seriedad de su
compromiso, pero impone un primer filtro y desincentiva los fraudes menos sofisticados. Sobre este tema, como sobre
cualquiera, no existe solución mágica para evitar la irresponsabilidad, la
manipulación o el parasitismo.
La siguiente cuestión es cómo
se escucha a esa gente. Se podría considerar, mejor que el voto,
asambleas deliberativas donde se discuta la calidad de los candidatos. Una
objeción provendría de que en tales asambleas las ganarían los políticamente
entrenados (por sus apoyos partidarios, mediáticos o su entrenamiento
cultural). El voto (previo pago y firma del compromiso) secreto, se asista o no
a deliberaciones sobre los candidatos, es el único antídoto contra el poder de
las camarillas. La mejor manera de escucharlos, dada las desiguales
posibilidades de participación, es la de un voto con garantías (con urnas o por
Internet). Técnicamente, la opción que defendemos es la de unas primarias
semicerradas.(5)
El voto secreto es fundamental para evitar el poder
de las camarillas en asambleas. Por otra parte, un espacio deliberativo permite
un intercambio de informaciones y pareceres que mejora cualitativamente el voto
(y, además, la implicación de las personas que participan en dicha deliberación
en el proyecto político). Tendemos a asociar el espacio deliberativo con una
asamblea de participación voluntaria, donde los especialistas y las camarillas
desvirtuarían la deliberación de los profanos; pero se pueden crear espacios de
deliberación diferentes: seleccionando aleatoriamente a los participantes entre
los adherentes a las primarias, o entre las fracciones de la población que se
consideren representativas (al estilo de los grupos de discusión o los
focus groups). Según cuenta Yves Sintomer (6), tal se realiza en los
grandes partidos para procesos electorales en EEUU o en
España, pero con un sentido más instrumental que democrático. Existen varias
maneras de llevar a cabo esta experiencia. Si se sorteara entre los adherentes,
sería conveniente introducir cuotas que corrigieran efectos indeseables del
sorteo: paridad de hombres y mujeres, composición social y cierto reparto por edades. Si se
considera que además es aconsejable ver la valoración que los candidatos pueden
tener más allá de la propia organización política, el objetivo sería seleccionar
personas, a partir de una lista sorteada previa procedente del censo electoral,
que no se conozcan entre sí y formar grupos sociológicamente diversos,
atendiendo con más detalle a criterios como la clase social, el género, la edad
o el nivel de estudios. En ambos casos, habría que buscar soluciones para no
reproducir aquí el sesgo de la participación espontánea: remuneración a los
participantes (no tiene porqué ser económica), fechas y horarios asequibles, o la conciliación familiar y
laboral son aspectos a tener en cuenta. Una vez seleccionados los grupos, estos
recibirían información de los distintos candidatos días antes de reunirse y, si
la logística lo permite, podrían también interrogarlos sobre cuestiones
acordadas durante la deliberación. Tanto estos espacios de deliberación como las
asambleas voluntarias podrían ser televisados (sería fácil hacerlo con los
medios actuales), lo que tendría dos virtudes, si es que la gente se interesa:
(1). ampliar la información a aquellos que no participan en los espacios y
(2) visualizar el problema de la división del trabajo en el debate político y
medir hasta qué punto es relevante o no. Por supuesto, al final del proceso, el
voto secreto sigue siendo la garantía de independencia en la participación
política.
Cabe preguntarse si en las
primarias no tendrían mayor poder los notables y los que controlan recursos
sociales y económicos. Sí, sin duda; y las organizaciones deberían velar, casi
siempre sin garantías absolutas de éxito, por permitir idénticas oportunidades
a todos los candidatos. Pero el problema es real. Los aparatos de
los partidos dominan la organización por medio de una distribución interesada
de recursos económicos, políticos o simbólicos (oportunidades de empleo,
liberaciones, puestos electorales, consagraciones simbólicas). Al romper los
mecanismos de nominación controlados por el partido surge el peligro de que se
impongan otros poderes (sociales, económicos, caciquiles, mediáticos). Cómo
protegerse ante ellos no tiene una solución sencilla. Más adelante, al
referirnos al control de los elegibles, trataremos el problema.
¿A quién puede elegirse y cómo controlar el fraude?
La opción por primarias no puede desligarse de otras
exigencias democráticas: la rotación de los cargos (lo que exige que no siempre
se podrán presentar los mismos) y la rendición de cuentas sobre lo que se hace
con el mandato.
Vayamos, primero, con el asunto de los requisitos para
presentarse. Cualquier opción tiene problemas para controlar el oportunismo político.
Los avales contribuyen a cerrar las posibilidades a las personas que, aunque
tengan pocos recursos culturales, redes políticas o don de gentes, podrían ser
excelentes mandatados. En fin, exigir que hablen o escriban bien, o que sean
competentes en los medios de comunicación, nos parece típico de quienes piensan
la política según el modelo del lobby. No sé si se dan cuenta hasta qué punto
reproducen la ideología liberal clasista (típica de los críticos conservadores
del sufragio universal) de que la democracia no es para todos, porque se
necesita dinero o, en este caso, cultura o donaire.
Siempre, en toda democracia, la participación ha ido
unida a la rendición de cuentas y al examen de los candidatos. En Atenas, según
nos cuentan, los pillos (por amigos de los oligarcas, por condenados por fraude…)
evitaban presentarse a los sorteos de los cargos públicos para evitar que les
sacaran los colores y los desecharan en las evaluaciones que les realizaban los
ciudadanos. Una organización política no puede dejar que se le cuelen
delincuentes ni, simplemente, personas cuya trayectoria representa lo opuesto
al ideario político que se defiende. Quienes creemos en el derecho de las
personas a cambiar admitimos que alguien puede dejar de ser un corrupto o, en
el caso de la ideología, un fascista, estalinista, racista, defensor del
asesinato político o un homófobo, y eso en cualquier momento de su vida. Pero
también que debe esperar para considerarse en condiciones de que su
comportamiento confirme la sinceridad y estabilidad de sus nuevas ideas.
Claro está: un comité de depuración ideológica de los
candidatos puede ser muy siniestro, si quienes lo forman se encuentran imbuidos
de espíritu sectario y de una moral restrictiva y de campanario. La única
solución que se nos ocurre es la del sentido común: sortear entre los
adherentes a las primarias una comisión de cincuenta personas que supervise a
los candidatos, y eso para cada elección. Dicha tarea incrementará los estímulos
políticos para inscribirse en las primarias, atribuyendo a los participantes la
competencia para juzgar la idoneidad de los candidatos. La tesis de que una
comisión de notables políticos elegida supervise a los candidatos alargaría la
discusión de acerca de en qué son notables y si semejante notabilidad debe
mantenerse o rebajarse(7). Sucede a menudo que
preferimos creer que tenemos argumentos para definir en qué consiste
verdaderamente la competencia política, aunque, como todo lo que se supone que
se sabe, pocas veces nos atrevemos a explicitarlo. ¿Por qué? Porque escandalizaría comparar lo que consideramos competencia política con los atributos de
quienes ascienden en los partidos. El sorteo,
cuando se carece de instrumentos racionales para determinar al mejor, es la
opción más racional. Por desgracia, como señala Jon Elster, “antes que aceptar
los límites de la razón, preferimos los rituales de la razón” (8).
Pasemos ahora a cómo conformar la lista electoral. En
cualquier tipo de elecciones el proceso debe ajustarse a nivel territorial. En
uno u otro caso, consideramos que existe un acuerdo en que el cabeza de lista
debe ser alguien con cualidades políticas especiales. Puede juzgarse que podrían
requerirse esas cualidades en los primeros puestos. Por otra parte, debe
atenderse a las cuotas tanto si están legalmente fundadas como si son ideológicamente
racionales: género, territorio, etc.
Los candidatos con cualidades especiales (ya sean uno,
dos o tres o más… o menos) deben escogerse por medio del voto y seleccionar
entre ellos a los más votados de una lista de los seleccionados para
presentarse –siempre con las correcciones derivadas de las cuotas. Recordemos
que su candidatura tiene límites y que en una, dos o tres elecciones no serán
elegibles y deberán demostrar que pueden trabajar en una organización política
sin necesidad de representarla electoralmente. El resto de los candidatos, con
las correcciones que establezcan las cuotas, podrían ser ordenados en la lista
por sorteo, evitando las costosas negociaciones fraccionales sobre los puestos
electorales. Tales candidatos fueron ya seleccionados por una votación de todos
los adherentes y, en principio, el coste de negociar puestos (sin criterios
racionales claros) es muy superior al hecho de sortearlos.
En fin, para acabar, la comisión de evaluación sorteada
entre los adherentes deberá también renovarse en un plazo determinado. Esa
comisión, u otra perfilada del mismo modo, podría supervisar la actividad de los
elegidos.
(1)
Antonio Gramsci, “Robert Michels
y los partidos políticos”, Notas
sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno,
Buenos Aires, Nueva Visión, 1980, p. 119.
(2)
Eran las razones para descartar el
sorteo y la rotación, que se utilizaron en las primeros sindicatos
británicos. Véase Les
partis politiques. Essai sur les tendances oligarchiques de la
démocratie, París,
Flammarion, 1914, pp. 11-12.
(3) Es una argumentación de Ramón
Vargas-Machuca, “A vueltas con las primarias en el PSOE”, Claves
de Razón práctica,
n º 86, 1998, pp. 20-21.
(4)
Véase sobre el problema del censo y
las condiciones para la libertad de palabra José Luis Moreno Pestaña, “Isegoría y parresia. Foucault lector de Ión”, Isegoría,
nº 49, 2013.
(5)
Sobre esto nos apoyamos en el excelente
libro de Miguel Pérez-Moneo, La
selección de candidatos electorales en los partidos,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2012, p.
271.
(6) Véase el capítulo IV en Yves Sintomer, Petite histoire de l'expérimentation démocratique. Tirage au sort et politique d'Athènes à nos jours, París, La Découverte, 2011.
(7) Fue una de las misiones de los caucus (etimológicamente, reunión de jefes de tribu) o grupos de parlamentarios y dirigentes que vigilaban la promoción de candidatos en redes locales clientelistas (véase Pérez-Moneo, p. 240).
(7) Fue una de las misiones de los caucus (etimológicamente, reunión de jefes de tribu) o grupos de parlamentarios y dirigentes que vigilaban la promoción de candidatos en redes locales clientelistas (véase Pérez-Moneo, p. 240).
(8)
Véase Juicios
salomónicos. Las limitaciones de la racionalidad como principio de
decisión, Barcelona,
Gedisa, 1999, p. 40.
Comentarios
dentro de los límites legales y constitucionales nos han echado de casa por no poder pagar la hipoteca.
Dentro de los límites legales y constitucionales, me echaron del trabajo para aumentar los beneficios.
Dentro de los límites legales y constitucionales me subieron los impuestos para rescatar a los bancos.
Dentro de los límites legales y constitucionales mis hijos pueden ir al colegio una hora antes para tener la primera y única comida del día.
Dentro de los límites legales y constitucionales disparamos pelotas de goma a personas que no saben nadar y luchan por su supervivencia.
Dentro de los límites legales y constitucionales fabricamos armas para vendérselas a dictadores que las usan para reprimir a su pueblo.
Dentro de los límites legales y constitucionales subimos las tasas para que sólo puedan venir a nuestra universidad los que por su posición se lo merecen y algunos pocos más que nos permiten sentirnos caritativos.
Dentro de los límites legales y constitucionales tenemos que pagar a decenas de miles de políticos que se dedican a sangrarnos.
Señor rector, dentro de los límites legales y constitucionales usted pretende encorsetarnos y dentro de los límites legales y constitucionales usted puede permitirse criticar y quién sabe si dentro de los límites legales y constitucionales perseguir, en vez de dedicarse a combatir y solucionar los problemas reales de pobreza, usurpación, negación de derechos y libertades dentro de los límites legales y constitucionales…
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[Este texto responde a la carte del Rector de la UAM:]
Queridos miembros de la Comunidad Universitaria:
La Universidad Autónoma de Madrid, a través de sus órganos colegiados de gobierno, se ha pronunciado en diversas ocasiones en contra de las medidas que obstaculizan el desarrollo de las misiones que tiene encomendada la universidad pública.
El ejercicio de los derechos de reunión y manifestación, así como las convocatorias de protestas, deben realizarse garantizando el respeto a las personas y a los bienes públicos, de acuerdo con nuestros modos de proceder como miembros de la comunidad universitaria.
Tras los incidentes producidos en nuestra Universidad durante los días 25, 26 y 27 de marzo, manifiesto el absoluto rechazo a las actuaciones violentas que han afectado a los accesos del campus, principalmente cuando se han desarrollado en la proximidad del colegio infantil.
La presencia del Cuerpo de Bomberos y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en dichos accesos ha permitido restablecer el libre tránsito de trabajadores y estudiantes en la Universidad. Además, esta mañana los empleados de RENFE Cercanías Cantoblanco han solicitado la asistencia policial antidisturbios para detener las actuaciones de un grupo de jóvenes que arrojaban piedras a las vías de tren.
Nuestra comunidad universitaria respeta el derecho a la manifestación, siempre y cuando se ejerza dentro de los límites legales y constitucionales.
En Cantoblanco, 27 de marzo de 2014
José M. Sanz