Randall Collins en Sociología de las filosofías diagnosticó dos procesos de esterilización intelectual: el exceso de centralización en la China posterior a la época de los reinos combatientes; la ausencia de un centro de anudamiento intelectual en la India contemporánea, fraccionada en pequeñas sectas autosuficientes. Grecia combinó la libertad india con la centralización china: ese fue su milagro.
Esta tesis, discutible, pero potente servirá para interrogar dos procesos de alienación política: el del exceso de centralización y el de la dispersión.
En su análisis de la degeneración burocrática, Castoriadis la atribuía a la impregnación de la cultura capitalista en las organizaciones obreras. Primero, el marxismo se convertía en una teoría más o menos definitiva, posteriormente, los afiliados de los partidos atribuían omnisciencia política a los dirigentes, para terminar, toda la fraseología democrática no ocultaba que el trabajo de los militantes era aplicar las consignas que venían de arriba y extenderlas en los espacios de evangelización. La supuesta discusión colectiva era un fraude: la división técnica y social del trabajo dentro de los partidos causaban niveles desiguales de información, posibilidades distintas de ser escuchado, capacidades de influir terriblemente descompensadas. La cosa no afectaba únicamente a los partidos bolcheviques, también a los socialdemócratas y a las organizaciones sindicales.
Esta tesis, discutible, pero potente servirá para interrogar dos procesos de alienación política: el del exceso de centralización y el de la dispersión.
En su análisis de la degeneración burocrática, Castoriadis la atribuía a la impregnación de la cultura capitalista en las organizaciones obreras. Primero, el marxismo se convertía en una teoría más o menos definitiva, posteriormente, los afiliados de los partidos atribuían omnisciencia política a los dirigentes, para terminar, toda la fraseología democrática no ocultaba que el trabajo de los militantes era aplicar las consignas que venían de arriba y extenderlas en los espacios de evangelización. La supuesta discusión colectiva era un fraude: la división técnica y social del trabajo dentro de los partidos causaban niveles desiguales de información, posibilidades distintas de ser escuchado, capacidades de influir terriblemente descompensadas. La cosa no afectaba únicamente a los partidos bolcheviques, también a los socialdemócratas y a las organizaciones sindicales.
Sobre todo lo cual puede leerse en los dos tomos publicados
bajo el título La question du mouvement
ouvrier (éditions du Sandre, 2012, edición de Enrique Escobar, Myrto
Gondicas y Pascal Vernay). Los dos artículos donde se trata la cuestión más
claramente son de 1959 y se titulan "Prolétariat et organisation". Todavía
quedaba mucho para las grandes lecturas de la democracia ateniense, pero el
lector puede trazar un camino virtual entre la crítica del marxismo y sus
organizaciones y la reivindicación radical de la democracia.
La crítica de la alienación política se asemeja mucho a la
que propondrá más tarde Bourdieu, si bien éste la valora más matizadamente.
Ciertos grupos sociales, para existir, la necesitan, requieren mediadores en
los que depositar su presencia pública. Con lo cual adquieren eficacia a costa
de enajenar su capacidad y de someterse a nuevos vínculos de dominación.
Cabe preguntarse qué puede enseñarnos hoy esta crítica. No
conozco que se haya teorizado –pero seguramente se habrá hecho- las nuevas formas de
participación política. Ese rasgo es el de la proliferación de pequeñas
empresas contestatarias, a menudo conformadas por escasos individuos, cuando no por uno solo.
En la sociología de las desviación se hablaba de empresarios
de moral para designar a los promotores de estigmas: combatientes contra la
gordura, contra el tabaquismo, contra la droga. Todos ellos proponen reglas
para separar lo admisible de lo inadmisible, se ofrecen como recaderos del
bien, heraldos de la agenda pública, terapeutas de la decadencia. En el entorno
de la contestación surge un nuevo tipo de militante: dotado de capital
cultural, provisto de relaciones, adherido a alguna causa política cultivada en
régimen de monopolio (o en concurrencia por el mismo con otros), que ofrece su
imagen y su prestigio a diversas plataformas –que compiten con otras por ocupar
un mercado.
Hannah Arendt consideraba que, sin la promesa de permanecer
juntos, la democracia era imposible. ¿Para qué esforzarse por discutir con
alguien que mañana que cambiará su posición y su terreno en función de cálculos
imprevisibles? La democracia exige constancia en los interlocutores. Las
deliberaciones una lógica en los encadenamientos argumentativos. Si la gente y
los discursos flotan, parece idiota establecer un debate. Hay que negociar
posibilidades sin exigirse ni exigir demasiado. El espacio político común es un
mercado de valores poblado de empresarios en pugna por su empresa moral
respectiva.
Castoriadis analizaba un entorno colonizado por
jerarquías fijas y describía perfectamente los efectos de desposesión. Pero ese entorno ya no es el nuestro que consiste en el desplazamiento permanente de la
discusión y de la actividad política con el objetivo de ocupar la mejor posición posible: un discurso anticentralista y anarquizante le sirven de cobertura. Aquel mundo provocaba
la dominación de una elite tecnocrática sobre personas culturalmente desposeídas.
El de hoy, sobre todo, contiene yoes en conflicto por captar la atención de los
grandes inversores políticos o por promoverse como tales a partir de su empresa.
Castoriadis describía el modelo fordista de estructuración partidaria; hoy
vivimos en la pequeña empresa política y toyotista conectándose y desconectándose perpetuamente en función de la fluctuación de los mercados políticos.
Entonces y ahora solo existe una democracia posible: la que
incorpora la confianza y la permanencia, la promesa de continuar el debate, la
de reconocerse parte de un espacio político común sin el cual no puede surgir
una parte de nosotros mismos.
La democracia exige, dentro de unos límites, atarse a uno mismo, imponerse normas que
lo harán relativamente previsible para aquellos a los que reconoce como
interlocutores, como acompañantes, como compañeros y compañeras. La democracia exige lo que los antiguos llamaban ser persona, un carácter que se modifica con el tiempo pero comprensible desde ciertos principios. O, lo que cuando yo era pequeño, se llamaba tener personalidad. Que es lo contrario de buscar perpetuamente el beneficio personal; todo lo contrario. El centro totalitario puede ser terrible; el mercado capitalista salvaje no lo es menos. Uno y otro matan la virtud política.
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