Una reseña de Hans Joas, La creatividad de la acción, Madrid,
CIS, 2013. Presentación de Ignacio Sánchez de la Yncera. Traducción de Ignacio
Sánchez de la Yncera con la colaboración de Pedro Cordero Quiñones. Revisión de
Ignacio Sánchez de la Yncera. 353 páginas.
Publicada en el número 23 de la Revista Española de Sociología.
Publicada en el número 23 de la Revista Española de Sociología.
La creatividad de la acción de Hans Joas
se escribe con un doble propósito. Por un lado, somete a crítica los supuestos
de la teoría de la acción racional, tal y como esta se filtra en la tradición
sociológica. Por otro lado, propone un nuevo paradigma de descripción del mundo
social, mucho más rico. En ambos casos el libro convence, salvo en puntos de
detalle. La edición española tiene además un extenso y profundo estudio
introductorio de Ignacio Sánchez de la Yncera, valioso como presentación del pensamiento
de Joas y como anclaje del mismo
en la sociología española.
La crítica de la
teoría de la acción racional emerge tras una discusión de la tradición
sociológica, fundamentalmente de Parsons, Weber Pareto, Simmel y Durkheim. En
esa empresa, el autor muestra una eficacia rara –como se verá, no siempre lo
pienso del conjunto del libro. Manejando hábilmente los contextos históricos,
Joas propone una sociología de la trayectoria de los clásicos particularmente
convincente. Parsons, por ejemplo, se traslada de la economía a la sociología
y, en su tránsito, importa las dos escuelas en conflicto en su disciplina
matriz. Como buen tránsfuga, Parsons será siempre muy celoso de la identidad de
su disciplina de acogida, de su pureza epistemológica. La acción instrumental
parasita la concepción de la acción social en Parsons y, de ese modo, se ciega
a los potenciales de la acción creativa en sociología.
El núcleo del
libro, sin embargo, no es la historia de la teoría social sino, como indica su
título, la delimitación de un programa de descripción y explicación de la
acción creativa. La creatividad, históricamente, se pensó de tres maneras: como
expresión de la subjetividad, como creación técnica de objetos (producción) y
como modificación de las estructuras sociales. Herder nos propuso un esquema de
la expresión subjetiva: con ella, y solo con ella, logramos claridad sobre
nuestro pensamiento y podemos confrontarnos con el juicio ajeno. Herder, sin
embargo, se atasca cuando traslada su descripción de la expresión estética a
los conjuntos culturales y nos propone un modelo que desconoce la complejidad
de las culturas y su falta de coherencia interna.
Marx es quien
nos enseña acerca del trabajo productivo como expresión subjetiva. A partir de
él, propone un diagnóstico de la alienación humana y de la pérdida de control
de sus productos. Joas lo acusa de proyectar los rasgos del trabajo industrial
al trabajo en general y mucho en éste no se deja describir con sus categorías;
así, el trabajo en el sector servicios. Con todo Joas no deja de apartar con
displicencia algunas críticas desmedidas a Marx: la de Habermas, nada menos.
Este consideraba que Marx era inútil debido al final de la “sociedad del
trabajo”. Joas se pregunta, y se comprende su elegante y discreta estupefacción,
desde qué eurocentrismo y sociocentrismo pudo afirmarse semejante idea.
Tampoco, con todo, la crítica de Joas se libra de una severidad algo
sobreactuada. Su lectura de fragmentos de El
18 de Brumario insiste en un economicismo que cuesta trabajo encontrar.
Joas cree que Marx ahoga el análisis de los procesos simbólicos y culturales
con su insistencia, y cita, en que la superestructura, se “crea y conforma a
partir de sus fundamentos materiales y sus correspondientes relaciones
sociales”. Cuesta trabajo entender cuál es el reduccionismo del programa
marxista y cómo, sin caer en la historia deshistorizada de las ideas o en la
filosofía académica, pueden describirse producciones culturales sin enraizarlas
en condiciones de existencia. La tercera expresión de la creatividad ha sido la
acción revolucionaria que Joas aborda por medio de Hannah Arendt y Cornelius
Castoriadis. En este punto, es la acción política transformadora la que propone
una metáfora sesgada de la creatividad.
Buscando otras
concepciones de la creatividad, Joas se interesa por la filosofía de la vida y
por el pragmatismo. La primera, concretada en Schopenhauer y Nietzsche, se
salda en escasas páginas y confirma un desfase constante en el libro: la
pretensión enciclopédica y su tendencia a un desfile copioso de autores que,
como sucede con Marx, ni se explican ni se discuten convincentemente. El
pragmatismo, sin embargo, Joas lo expone con brillantez y aclarando en qué
resulta relevante para el problema del libro. La creatividad procede de una
teoría de los hábitos, adquiridos en confrontación con las prácticas cotidianas
y que pueden, tras una crisis en sus presupuestos, integrar nuevas rutinas. La
idea de una creatividad desde la nada se desvanece y, además, para comprender
lo nuevo, la descripción sociológica (de la génesis, el mantenimiento y la
crisis de los hábitos) resulta central. El mundo social, por tanto, aparece
como un conjunto de posibilidades que, cada agente, en función de su
experiencia respectiva, capta de un modo particular. Ahora bien, particular
pero dentro de unos límites: no puede captarlo de cualquier manera o, de lo
contrario, se nos terminaría colando la idea de un sujeto omnipotente. La creatividad
de los hábitos es una creatividad situada, tal y como Ignacio Sánchez de la
Yncera destaca convincentemente en su introducción.
El agente
perfilado así poco tiene que ver con el de la teoría de la acción racional: los
fines en una situación ni son únicos ni son coherentes entre sí y, además, las
personas los captan en sus actividades, comprometidos en ellas, y no
retirándose y evaluándolos como ingenieros que calculan la resistencia de
materiales. Ni el mundo proporciona fines perfilados y fáciles de
compatibilizar, ni el sujeto los capta de manera clara: existen metas internas
a las acciones, que emergen en ellas, y que no podemos captar a priori.
Complacido con la excelente descripción de Joas, no puedo evitar una inmensa
perplejidad. Joas propone una teoría de la acción gemela a la de Pierre
Bourdieu (quien construye la suya en diálogo, como Joas, con la fenomenología y
el pragmatismo americano). Pero el sociólogo francés no aparece por parte
alguna, sino de una manera muy marginal. En fin, Bourdieu, sin olvidar la
creatividad, utiliza el pragmatismo para subrayar las inercias sociales. La
discusión, me parece, se imponía, al menos para mí. Curiosamente, y habría que
analizar la razón, no para Joas.
Más aún cuando
Joas avanza en la descripción encarnada de las disposiciones. Una sociología
del cuerpo muestra que éste actúa interpelado por situaciones que no domina y
cuyo influjo adquiere. El cuerpo no solo es activo, sino que recibe intenciones
inconscientes, pasivas, derivadas de la impregnación con ciertas coyunturas.
Porque la historia del papel del cuerpo en las ciencias humanas –aquí sí, Joas
es, como con Parsons, teóricamente radiante- nos ayuda a comprender, uno, que
existen acciones no intencionales, dos, que nuestro cuerpo percibe las cosas
con marcos pragmáticos (un “esquema corporal”), tres que para comprender el
cuerpo debemos estudiar como se depositan los hábitos en prácticas sociales.
La creatividad
de la acción culmina enfrentándose al problema de la acción política. Su
enemigo fundamental es, cabía imaginarlo, la teoría de la acción racional.
Ésta presupone individuos lucidísimos, capaces de recordar todas las normas. La
teoría de las disposiciones, obviamente, invita a depositar la mirada en otros
modos de constitución del sujeto y de la acción. Pero, en política, la
creatividad de la acción se enfrenta con otro enemigo. La teoría de la
diferenciación social nos propone pensar el mundo social como articulaciones
complejas de diferentes subsistemas, cada uno con su lógica específica. Quien
abraza este modelo, se despide de la idea de una regulación democrática de las
sociedades. Joas recuerda los presupuestos de la teoría de la diferenciación:
los sujetos no pueden coordinarse con eficiencia por lo que necesitan atenerse
a normas impersonales y la diferenciación es un resultado necesario de la
complejización de las sociedades. Cabe, sin embargo, preguntarse si la
diferenciación entre los planos económicos, políticos y culturales es una
necesidad histórica o, si por el contrario, interesa a determinados agentes; en
segundo lugar, debe reflexionarse sobre la justificación racional de dicha
diferenciación. No es lo mismo la diferenciación funcional del sistema
científico que la del campo político: uno puede juzgar progresiva la primera y
considerar regresiva y peligrosa lo segundo. Hecho lo cual, y siempre y cuando
consideremos que la autonomización de lo político no la exige la historia de la
especie, pueden emprenderse procesos parciales de reintegración de aquello que
se había autonomizado. Joas propone una teoría de los procesos de
diferenciación de esferas y de sus límites que abre la puerta al cambio allí
donde el funcionalismo invitaba a encogerse de hombros.
Comentarios
José Luis Moreno lo ha sabido ver, y se ha adentrado en las claves del libro con una desenvoltura y una claridad encomiables. Quien siga esa pista dará grandes trancos en el camino hacia las discusiones centrales con el mejor criterio.