"La isla mínima" es la triunfadora de los Goya. La comparación con "True detective" se impone en mil comentarios. El director no vio la serie americana y es para escribirle a Jameson y decirle que su teoría del inconsciente político tiene un protocolo de experimentación apabullante: pensamos el mal del mismo modo y con la misma estructura, en la América profunda y en la baja Andalucía. Una y otra, serie y película, divergen en dos puntos: las clases populares de Louisiana son pasivas y embrutecidas por la degradación, la obesidad y la religión; las de Huelva-Cádiz tienen una huelga (¿del Sindicato Unitario?) que les otorga dignidad. Segunda variación: la solidez del poder es cuasicosmológica en la norteamericana, mientras que en la española forma parte de una reproducción de las elites. "True detective" es schopenhaueriana y "La isla mínima" es marxista. Curiosamente, pensando como pienso y siendo alérgico a las especulaciones ontológicas, el tono de crítica de la española a la Cultura de la Transición de la española le hace perder profundidad. No porque vea oportunismo (aunque sea una tesis que no comparto y me deja frío: quien diga, como dicen mis amigos y amigas de Podemos, que Andalucía no ha cambiado y para bien es porque no conoció el Barrio de las Américas en los 70), sino porque el mal de un vampiro solo asusta cuando carece de explicación estrictamente sociológica o política.
También hay sociología en la norteamericana (es el mundo devastado del Katrina, con un Estado que ni llegó ni se le esperó: los depredadores hicieron el agosto) pero reduce su alcance. El mal del que hablan ambas películas no admite superación dialéctica, por hablar como el gran marxismo hegeliano. La única actitud razonable es la precaución y el miedo, mucho miedo. Las películas y los cuentos de terror tienen eso de racional: recordarnos que existe un mal que la razón no puede disolver. Marcuse (en Eros y civilización) hablaba de una represión necesaria frente a ese mal. Se podía eliminar la excedente, resultado de las relaciones de explotación, pero nunca la necesaria, nacidas de la insociabilidad básica de la especie humana. El pecado de "La Isla mínima" -si es que lo tiene: se trata de una película memorable de un artista honrado, austero y brillante- es que pretende ampliar demasiado el campo de lo políticamente explicable y resoluble.
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