(Ideas para una intervención mañana en
Cádiz)
Creo que para comprender bien el debate
sobre la universidad (mi
referente es de nuevo el gran clásico de Ortega) necesitamos considerar
tres ámbitos: la vinculación con las profesiones (o sea, con el mercado de
trabajo), con la enseñanza (con la transmisión de conocimiento) y, en fin, con
la investigación (esto es, con la producción de nuevo conocimiento). A veces se
debate sin darse uno cuenta de que habla de aspectos distintos. Cualquier
concepción de la universidad que se centre en lo primero tiende a olvidar que
el mercado cambia y que mucho de lo que exige no merece ser enseñado ni
estudiado; quien se centra en lo segundo, tiende a olvidar que la universidad
ofrece credenciales y que salvo en el caso de aristócratas rentistas, de
grandes burgueses o de estudiantes aficionados en situaciones específicas
(jubilados, etc.), lo normal es hacerlas valer en el mercado de trabajo. Además
olvida que, desde hace unos siglos, se investiga en las universidades -aunque
podría pensarse que no son ellas el lugar para investigar y que deben ser
centros especializados: no es absurdo-. Quien se centra en lo tercero olvida
que los problemas de investigación pueden atraer sobre problemas muy
localizados que interesan a escasas personas y que el tipo de profesionales que
fomentan no sabe enseñar, entre otras cosas porque es, como aseguraba Ortega de
los científicos, un bárbaro que sabe mucho de una cosa. Obvio decir que quien
se entrena en tales problemas, en la vida cotidiana y en el mercado de trabajo,
tiene poco que hacer.
Centrarse en las profesiones tiende a dar
una versión populista de la universidad (la universidad al servicio de la gente
y como la gente, sobre todo la que consigue hacerse oír y puede influir, se
encuentra configurada por el capital, éste es el verdadero amo). Centrarse en
la enseñanza tiende a ofrecer una visión mandarinal: como los mandarines, los
buenos mandarines, se trata de transmitir doctrina y aprenderla y esa expansión
cultural ni sabe de avances intelectuales ni de las urgencias del empleo. La
tercera nos ofrece una visión vanguardista de la universidad, convertida en una
colonia dominada por los problemas de punta de los campos científicos en las
humanidades o las tecnologías.
En mi opinión debemos defender una lectura
dialéctica de la universidad. ¿En qué sentido dialéctica? Según mis dos
dialécticos preferidos (Manuel Sacristán y Frédric Jameson), en un sentido muy
estricto y limitado: viendo cómo cada posición implica ciertos efectos, lo sepa
o no, lo quiera o no, cómo van juntos lo peor y lo mejor. La dialéctica, así
concebida, sirve para comprender nuestras distorsiones a la hora de percibir la
realidad con la consiguiente propensión al simplismo: al sesgo
populista/capitalista, al sesgo mandarinesca o al sesgo vanguardista.
Vamos a entrar ahora en el objeto de este
debate, siempre intentando mantener esa perspectiva dialéctica, global.
La universidad neoliberal se fundamenta en
tres relatos, en tres modelos: una universidad que depende de la transferencia
a la economía, una universidad que promueve la iniciativa de los alumnos y su
autoformación, una universidad, en fin, que jerarquiza a los profesores según
su capacidad de ser rentables en la investigación y, por tanto, manda a los
peores a dar clase y a los mejores a triunfar en la producción científica.
¿Cuáles son los enemigos de la universidad neoliberal? La universidad elitista
y libresca, ajena al mercado de trabajo; el profesorado magistral, que somete a
los alumnos a lecciones arcaicas; la falsa igualdad que privilegia a los
mediocres y penaliza a los auténticos creadores. Universidad en contacto con la
economía, formación autogestionada que promocione la autoiniciativa -valor
máximo para competir en un mercado-, profesorado evaluado constantemente para
detectar a los vagos y promocionar a los brillantes.
Esta universidad actúa a dos niveles: el
del contexto de elección de los agentes y el de su subjetividad, el tipo de
mecanismo de elección en el que se socializan los sujetos (saco estos dos
criterios de Eva Illouz, que los aplica en su libro ¿Por qué duele el
amor?). Voy a dar indicaciones, en cada plano, de los peligros de la
universidad neoliberal.
Respecto a las profesiones. El
neoliberalismo se preocupa por la economía del conocimiento, lo cual supone,
por un lado, el papel de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de
creación de riqueza. La universidad neoliberal es una universidad tecnológica
donde cada día se factura una nueva plataforma de enseñanza, de evaluación, de
control. Segundo elemento: el conocimiento aplicado permite trabajar en las
tecnologías, en el campo de la industria y, muy importante en las economías del
mundo desarrollado, en el campo de los servicios. Los servicios, en parte, son
inmateriales. Una vendedora de una tienda tiene que limpiar, acarrear cajas, en
fin, y queda derrengada: ese es un trabajo muy material que, como los abusos
empresariales son la norma, no se controla ni se regula. Además debe dar un
toque de distinción a la ropa que ofrece -o a la fotocopia que hace, o a la
tapa que pone, o a la cerveza que sirve o al flamenco que canta-. La economía del
conocimiento vive del narcisismo de la pequeña diferencia. En ese sentido,
promueve un tipo de contexto de elección amplio, donde se trata de perseguir
qué te hace diferente. Y un tipo de sujeto: siempre pendiente de qué produce o
no valor añadido, a corto plazo. Los dilemas se imponen: ¿es hacer una
atracción, un centro de recursos sobre la Constitución del 12 o aprender que la
palabra liberal tiene una genealogía tortuosa que pasa por la Política de
Aristóteles y la lectura que sobre artes mecánicas y serviles se hace en el
Medievo hasta llegar a Cádiz? Lo primero exige controlar las oportunidades y
entrar en contacto con las redes clientelares políticas o empresariales; lo
segundo estudiar materias antiguas y de difícil digestión. Cualquiera dirá:
¡todo a la vez! Y hay que responderle: ¡dialéctica! ¡Lo bueno y lo malo van
juntos! Las conciliaciones en el discurso no valen cuando las oposiciones se
encuentran arraigadas en lo real. No se tiene tiempo para todo, excepto en los
delirios de los utopistas.
Una universidad de ese tipo, una
universidad de transferencia, puede ser una universidad capitalista. En función
de los mercados que se tengan cerca, de los entornos en los que se ubica,
tendrá más o menos riquezas, más o menos oportunidades de conexión. Y tenderá a
olvidar parte de lo sustancial, que solo se aprende estudiando mucho y de
manera muy disciplinada. Contexto pendiente del mercado y no de la tradición o
la innovación cultural; estudiante y profesor pendientes de crear valor añadido
de cada cosa que aprende y hace: una universidad capitalista. Hace algún tiempo
era habitual que alguien te buscase preguntándote: ¿qué me ofrece usted si
trabajo con usted? La respuesta que esperaba no era: hacerte estudiar. En fin,
más fenomenología del mercado: disputarse los doctorandos, evitar la
participación de los colegas en los máster o en los cursos donde puedes
reclutarlos, donde la gente puede oír al otro y preferirlo a ti, era y es
estrategia común de muchos profesores, en algunos lugares casi una norma. El capitalismo
no lo imponen solo los mercados: lo hacemos y lo reproducimos nosotros
comportándonos como en un mercado. Lo más triste es cuando eso lo hacen las
personas que defienden valores fuertes, críticos e incluso insumisos.
Respecto a la enseñanza. Aquí el objetivo,
aquel sobre el que se apunta, es el profesor a la antigua, que imparte
lecciones. Esa figura puede ser criticada desde muchos puntos de vista, algunos
sumamente respetables. ¿Por qué tiende a sustituirla el neoliberalismo? Por el
alumno autónomo que puede buscarse la vida y que estudia solo, que participa.
¿Cuándo funciona ese modelo? Cuando los alumnos traen un enorme capital
cultural de casa, de su entorno de relaciones o cuando se encuentran un
profesor fuera de serie (una especie de remedo del docente del Club de los poetas
muertos) y ellos tienen unas disposiciones extraordinarias -como los
alumnos del referido club...-. Lo último acontece raramente y, si no concursa
el capital cultural de base, la universidad neoliberal se convierte en abandonista:
los profesores no enseñan (y si lo hacen los alumnos se quejan y amenazan con
una mala evaluación y una protesta) y los alumnos no estudian. He visto
memorias de máster plagiadas y alumnos que ponían cara de póquer y de sorpresa
cuando se lo hacías notar. Los mil trabajitos, como si cada estudiante fuera un
Rimbaud o un Habermas en potencia, solo pueden solventarse buscando textos en
la red, que el profesor no detecta o no corrige o no puede suspender porque los
porcentajes de evaluación permiten que cualquiera apruebe. Desde el punto de
vista de la enseñanza, cuando se trabaja con personas normales, la universidad
autogestionada es una universidad abandonista: los estudiantes hacen como que
estudian, los profesores como que enseñan y entre todos se hace como que se
aprueba. El contexto es libertario, el espíritu es rehuir la autoridad y
sentirse protagonista. El efecto es devastador: horas donde no se enseña,
debates donde se repiten obviedades.
Vayamos a la investigación. Algo muy
importante, que acabo de referir, juega un papel de primer orden. Y es el
plagio. Cuando se le exige a la gente ser más creativos de lo que pueden sólo
queda una solución: plagiar. Saber escribir es muy costoso, tener una idea
exige investigaciones muy largas y sostenidas en el tiempo, de las que al final
sacas poco. Como el modelo supone que cualquiera somos un Bill Gates en
potencia y como la actitud de los sujetos es buscar valor añadido en cada cosa
que hacen, se impone la cultura de depredación: robar ideas, textos, artículos,
citas (ahora incluso existen programas informáticos para poner citas en los
artículos sin leer, sin necesidad de ver la portada del libro...) y cuidando
esconder las fuentes, para que solo tú te aproveches del sobresaliente, del
prestigio, del aplauso, donde solo tu nombre figure. Pero es que gracias a eso
pasarás montones de evaluaciones, donde se te exige un enorme rendimiento
investigador, donde se te amenaza con cargarte de clases y de horas de trabajo.
Conscientes de esa angustia, los que dominan
los recursos económicos, los lugares de publicación (a veces grandes emporios
de la publicación científica), tejen auténticas redes de servilismo y de
imposición de normas solo para ricos: acepta las reglas de lo que debe decirse,
cita a quien yo deseo, como yo deseo; publica en inglés, para lo cual consigue
recursos para traducir y llévate bien conmigo cuando evalúe tus proyectos.
Plagio y servilismo (combinado con depredación del próximo) configuran un
efecto no querido, despiadado, de la universidad investigadora: como la
investigación solo se hace con confianza y manteniendo la reciprocidad, este
tipo de actitud rompe con los grupos, con la colaboración honesta. La tentación
de tratar a los demás como idiotas a los que burlar, tiene un problema: los
demás se dan cuenta y huyen, o reaccionan agresivamente o comienzan a
planificar cómo devolvértela. Es el infierno cotidiano,
calmado con antidepresivos y con terapias de autoestima, en que convivimos
muchos en la sociedad neoliberal: también en la universidad.
Puede
verse al respecto el excelente artículo "Folle rationalisation de
l’enseignement supérieur et de la recherche. Universitaires en danger" de Fanny Darbus y Fanny Jedlicki. Las autoras comparan la Universidad con France
Telecom y muestran los paralelismos: sobrecarga de trabajo administrativo, de
investigación, de producción y de atención a los estudiantes, continua
competición entre grupos, universidades y colectivos y enorme trampa: autoimagen de los profesores como
intelectuales, lo cual los vuelve extremadamente sensibles a las evaluaciones y
a interiorizar el juicio ajeno -por unas exigencias que no se pueden cumplir-.
La acumulación de objetivos incompatibles genera formas de dominación y de
transferencia de actividades hacia enseñantes precarios o hacia profesorado
subordinado y tres modos de enfrentarse a la presión: aislarse y replegarse
(conmigo no contéis); lanzarse como loco en la carrera buscando ascender o
abandonos. Los dos primeros caminos conllevan riesgos enormes de tipo
psicosocial: uno por ser estigmatizado como vago y otro porque la feroz
competencia deja infinitos más cadáveres que triunfadores. En los dos casos el
agotamiento, la depresión, la alteración del sueño, el alcoholismo, la bajada de la libido, las
separaciones, la destrucción de las relaciones personales y de amistad son
moneda común. E insisto en la trampa: los universitarios preferimos escribir
sobre Marx que estudiar nuestras condiciones de trabajo. Lo primer se encuentra
más en consonancia con el delirio del yo que nos sirve de espejo.
Debemos luchar contra el 3+2. Debemos
luchar contra la política de becas. En ambos temas, sin ceder un milímetro.
Debemos luchar contra la universidad del populismo capitalista, abandonista y
plagiadora. Esta última lucha es muy compleja y nos prohíbe la demagogia y las
soluciones fáciles.
(El artículo citado se encuentra en el excelente número 29 de la revista Savoir-Agir, cuya lectura recomiendo encarecidamente).
Comentarios
Seguid perseverando, al final totus tuus potens!
Me identifico totalmente con ello, aunque no trabaje en la universidad,