Autoridades
académicas,
Señora Decana, señor Decano,
Queridos y queridas colegas,
Queridas familias y amigas y amigos de los graduados
Queridos graduados y graduadas,
Cuando recibí esta invitación devolví el correo
notificando que se trataba de un error. Al aclararme que no, me sentí
honradísimo y un poco perplejo. Nunca mis alumnos me han requerido para ser su
padrino, lo cual casi me obliga a pensar algo incómodo: que ustedes lo hacen
porque no me sufren. También puede ser que mis alumnos se encuentren
equivocados. Me agarraré, para hablarles hoy, a esa esperanza.
Hoy acaban ustedes su grado en Ciencias Políticas y en
Sociología. Les contaré algo sobre graduarse y algo también sobre la
disciplina. Comienzo por lo primero.
Si por mí fuese hubiese sido estudiante toda mi vida y
en un cierto modo lo sigo siendo. Y no lo fui bueno, al menos en un principio.
Con los requisitos actuales de becas no hubiera podido estudiar mi primera diplomatura, con lo cual, seguramente, hubiera ido a parar a una fábrica que
cerró muy pronto. Tengo amigos que respetan lo que hago y que dicen admirarlo;
profesan, sin embargo, una concepción radicalmente jerárquica de los seres humanos y
una enorme creencia dogmática en los criterios con los que las establecemos:
las notas, los exámenes. Bien, pues con estos yo hubiera sido absolutamente
expulsado de la competición. Les suelo decir a mis amigos: con tu concepción
del mundo, y con las consecuencias políticas de la misma, aquel a quien decís
admirar o apreciar no existiría. Yo soy el resultado de la política de becas de
los años ochenta. El buen estudiante se reveló más tarde, ya
estudiando una segunda carrera mientras trabajaba por las tardes en el oficio
aprendido en la primera. Si me hubieran puesto el filtro demasiado pronto, la
relegación y el fracaso escolar hubiera sido mi destino.
Hoy que se gradúan quiero transmitirles esa idea.
Nuestros estudios proceden de nuestra inteligencia, nuestro esfuerzo, los
desvelos de quienes nos quieren pero también, porque somos gente estudiada en
una universidad pública, de los recursos, de las aportaciones de gente anónima;
esas aportaciones han quedado recogidas en leyes. Esas leyes han permitido que
nuestra inteligencia, nuestro esfuerzo, los desvelos de quienes nos quieren
puedan fructificar: pero han necesitado el concurso de gente cuyos nombres no
conocemos, del concurso de gente anónima, de las instituciones que puso en
práctica una razón que no se refiere a ningún nombre propio.
En mi conciencia de sociólogo, y ahora paso a la
segunda cuestión, o más bien mezclo ésta con la primera, esta idea es muy
importante. En el periodo en que Durkheim pensaba en la idea de la solidaridad
orgánica –que nos vincula a la sociedad entera, pues nos beneficiamos del
trabajo común de gente desconocida- un desconocido filósofo francés, Léon
Bourgeois, justificaba la seguridad social. ¿Qué decía básicamente? Somos el
resultado del esfuerzo de personas desconocidas y antes que nada debemos tener
conciencia de gratitud: nadie puede calcular cuánto dio y cuánto recibió pues
no existe contabilidad posible. Me gustaría felicitarles hoy sin que dejasen de
pensar en esta idea.
Claro que somos individuos y que demostramos
cualidades excepcionales. No lo dudo: pero esas cualidades han encontrado
posibilidades gracias al esfuerzo anónimo de muchos.
Yo no estoy seguro, ya les he dicho que vengo
sintiéndome algo ilegítimo, de si yo merezco estar aquí. Pero a aquellos y
aquellas que lo creáis, os voy a pedir un pequeño ejercicio imaginario.
Reconstruid las políticas de becas de los años 80, sumad a todo ello los
desvelos de un obrero metalúrgico, de una mujer que se dedicaba, como lo
escribía yo en la ficha escolar, a sus labores, de una hermana mayor que
estudió duro y consiguió trabajo: al final de todo eso están mis escasos méritos. El individuo es un producto social y lo que es
verdad para una persona de cualidades tan ínfimas como yo, lo es también, me
temo para los grandes genios.
A uno de ellos, a un gran genio, me voy a remitir para
cerrar esta parte de mi discurso en la la
frontera de lo que deseaba decirles sobre la graduación y sobre su disciplina.
La conciencia de servir a un conjunto, de venir al mundo, son palabras de ese
genio, y vivir en él como “ciudadanos de una gran ciudad”, apareció muy pronto
en la conciencia filosófica y política. Tengo la gran suerte, gracias a toda
esa cadena de esfuerzos de las que me beneficié, de explicar Historia de la
Filosofía antigua. En el mundo antiguo, esa conciencia de gratuidad encontró
una formulación en un emperador del siglo II después de Cristo. En sus notas,
Marco Aurelio escribía: “Cuando quieras darte una alegría a ti mismo, piensa en
los méritos de los que viven contigo”. Así es: los méritos de los que viven
contigo son una condición de tus alegrías.
Paso ahora a hablarles de su disciplina. Son ustedes
hoy, oficialmente acreditados, sociólogas y politólogos, politólogos y
sociólogas. Me encantaría que encontrasen trabajo con su título, pero
desgraciadamente nada de eso está en mi mano. En los pocos minutos que me
restan, sí hay algo que puedo hacer: alegrarme con ustedes de las competencias
intelectuales que les han transmitido sus profesores y profesoras y animarles a
que no dejen de cultivarlas. Les voy a repetir una cita tópica, pero no
por tópica menos profunda. Está escrita en un lenguaje árido, poco seductor,
nada sexy, pero en esta sociedad estamos sobrados de banalidad envuelta en
celofán. La cita es, vuelvo otra vez a él, de Émile Durkheim, “De la división
del trabajo social” y dice: “Estimamos que nuestras investigaciones no valdrían
una hora es esfuerzo, si sólo tuvieran un interés especulativo. Si separamos
con cuidado los problemas teóricos de los prácticos no es para obviar los
últimos; es para intentar resolverlos mejor”. En estas tres líneas de Durkheim
se encuentra todo: obviamente las ciencias sociales se encuentran entrelazadas
con la política, pero no lo hacen de cualquier manera. Si las ciencias sociales
son un simple adorno de una posición política, contribuyen a algo, no dudo en
emplear el término, despreciable. Cualquier posición política merece respeto,
si se presenta como la visión, sometida a debate en la ciudad, de una
sensibilidad y una inteligencia. Pero cuando se arropa en la sociología y la
ciencia política, sin hacerlo rigurosamente, juega con trampa, juega a callar las
bocas de los demás y presenta como saber lo que funciona como una artimaña de
manipulación. Sean ustedes fieles a Durkheim y utilicen sus competencias para
desenmascarar tanta ideología que se arropa con una ciencia a la que no
respeta, a la que manipula. Utilicen ustedes sus conocimientos para bajar los
humos arrogantes y para decirles: así hablan tu corazón y tu inteligencia,
absolutamente tan valiosos como los de cualquiera, pero así no habla la
ciencia, incluso si se trata de una ciencia como la nuestra donde es muy
difícil separar el conocimiento y los afectos, la realidad del modo en que la
registran nuestras emociones.
Creo firmemente que una sociedad donde se generalicen
las competencias de los sociólogos y las politólogas, de los politólogos y las
sociólogas, será una sociedad menos tonta, donde la gente humilde tendrá más
capacidad para preguntar a los arrogantes, con respeto pero sin miedo, ¿y esto
de dónde te lo sacas?
Ojalá, ya les decía, encuentren ustedes trabajo. En
cualquier caso, siéntanse muy felices y orgullosos de haberse codeado durante
unos años con Goffman y con Parsons, con Marx y con Pareto, con Bourdieu y
Simone de Beauvoir y que eso se los haya transmitido colegas de la talla de mis
acompañantes en esta abrumadora dignidad del padrinazgo Xavier Coller y Enrique
Martín Criado. Siéntanse orgullosos y no dejen, durante toda su vida, de
codearse con ellos y con ellas. Cuando estamos solos y solas, tenemos una
ciudad maravillosa a la que trasladarnos: Ortega la llamaba la Isla de los
muertos, los hombres y mujeres que dialogan con nosotros y nosotras a través de
sus libros. Bueno, pues lo que aprendemos en esa Isla hace mejor nuestro paso
por la vida: no dejen ustedes de discutir en la Isla de los muertos donde se
encuentran los grandes de su disciplina; tampoco dejen, obviamente, de escuchar
a los vivos. Cultivando las competencias que les ofrecen, encontrarán siempre
compañía y, conseguirán algo muy valioso para todos: mejorar la calidad de los
discursos y de las propuestas, obligar a los corazones y a las inteligencias,
en primer lugar a las suyas, a cincelarse y mejorarse si quieren que los demás
los escuchemos. Todo ello no contendrá la dominación y la explotación, pero, y ya
es mucho, las obligarán a ser menos groseras.
La sociología y la ciencia política no tienen que ver
con la politiquería al uso y que se salve quien buenamente pueda. Impartidas
por una universidad pública, se deben, sin embargo, a condiciones políticas de
posibilidad. Sin ellas no estaría yo aquí ante ustedes. Tampoco, me temo,
muchos de ustedes. Por gratitud hacia quienes nos
precedieron, por obligación ante quienes nos sucederán, debemos defender los
productos de la generosidad humana asociada, debemos defender lo público.
Debemos mejorarlo, debemos exigir que sea verdaderamente público, debemos estar
a la altura, pero debemos defenderlo.
Que tengan mucha suerte. Que contribuyan a mejorar la
suerte de sus conciudadanos y de los que están por venir.
Muchas gracias.
Comentarios
Muchas gracias y feliz verano con tu familia,
una alumna.
Me quedé un poco agobiado porque no tuviéramos posibilidad de hablar. Si a alguno de ustedes les apetece, no me importaría tomarme un café y charlar. Mi email es joseluis.moreno@uca.es
Feliz verano para usted y los suyos