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Discurso de graduación en la Universidad Pablo de Olavide


Autoridades académicas,
Señora Decana, señor Decano,
Queridos y queridas colegas,
Queridas familias y amigas y amigos de los graduados
Queridos graduados y graduadas,

Cuando recibí esta invitación devolví el correo notificando que se trataba de un error. Al aclararme que no, me sentí honradísimo y un poco perplejo. Nunca mis alumnos me han requerido para ser su padrino, lo cual casi me obliga a pensar algo incómodo: que ustedes lo hacen porque no me sufren. También puede ser que mis alumnos se encuentren equivocados. Me agarraré, para hablarles hoy, a esa esperanza.

Hoy acaban ustedes su grado en Ciencias Políticas y en Sociología. Les contaré algo sobre graduarse y algo también sobre la disciplina. Comienzo por lo primero.

Si por mí fuese hubiese sido estudiante toda mi vida y en un cierto modo lo sigo siendo. Y no lo fui bueno, al menos en un principio. Con los requisitos actuales de becas no hubiera podido estudiar mi primera diplomatura, con lo cual, seguramente, hubiera ido a parar a una fábrica que cerró muy pronto. Tengo amigos que respetan lo que hago y que dicen admirarlo; profesan, sin embargo, una concepción radicalmente jerárquica de los seres humanos y una enorme creencia dogmática en los criterios con los que las establecemos: las notas, los exámenes. Bien, pues con estos yo hubiera sido absolutamente expulsado de la competición. Les suelo decir a mis amigos: con tu concepción del mundo, y con las consecuencias políticas de la misma, aquel a quien decís admirar o apreciar no existiría. Yo soy el resultado de la política de becas de los años ochenta. El buen estudiante se reveló más tarde, ya estudiando una segunda carrera mientras trabajaba por las tardes en el oficio aprendido en la primera. Si me hubieran puesto el filtro demasiado pronto, la relegación y el fracaso escolar hubiera sido mi destino.

Hoy que se gradúan quiero transmitirles esa idea. Nuestros estudios proceden de nuestra inteligencia, nuestro esfuerzo, los desvelos de quienes nos quieren pero también, porque somos gente estudiada en una universidad pública, de los recursos, de las aportaciones de gente anónima; esas aportaciones han quedado recogidas en leyes. Esas leyes han permitido que nuestra inteligencia, nuestro esfuerzo, los desvelos de quienes nos quieren puedan fructificar: pero han necesitado el concurso de gente cuyos nombres no conocemos, del concurso de gente anónima, de las instituciones que puso en práctica una razón que no se refiere a ningún nombre propio.

En mi conciencia de sociólogo, y ahora paso a la segunda cuestión, o más bien mezclo ésta con la primera, esta idea es muy importante. En el periodo en que Durkheim pensaba en la idea de la solidaridad orgánica –que nos vincula a la sociedad entera, pues nos beneficiamos del trabajo común de gente desconocida- un desconocido filósofo francés, Léon Bourgeois, justificaba la seguridad social. ¿Qué decía básicamente? Somos el resultado del esfuerzo de personas desconocidas y antes que nada debemos tener conciencia de gratitud: nadie puede calcular cuánto dio y cuánto recibió pues no existe contabilidad posible. Me gustaría felicitarles hoy sin que dejasen de pensar en esta idea.

Claro que somos individuos y que demostramos cualidades excepcionales. No lo dudo: pero esas cualidades han encontrado posibilidades gracias al esfuerzo anónimo de muchos.

Yo no estoy seguro, ya les he dicho que vengo sintiéndome algo ilegítimo, de si yo merezco estar aquí. Pero a aquellos y aquellas que lo creáis, os voy a pedir un pequeño ejercicio imaginario. Reconstruid las políticas de becas de los años 80, sumad a todo ello los desvelos de un obrero metalúrgico, de una mujer que se dedicaba, como lo escribía yo en la ficha escolar, a sus labores, de una hermana mayor que estudió duro y consiguió trabajo: al final de todo eso están mis escasos méritos. El individuo es un producto social y lo que es verdad para una persona de cualidades tan ínfimas como yo, lo es también, me temo para los grandes genios.

A uno de ellos, a un gran genio, me voy a remitir para cerrar esta parte de mi discurso en la  la frontera de lo que deseaba decirles sobre la graduación y sobre su disciplina. La conciencia de servir a un conjunto, de venir al mundo, son palabras de ese genio, y vivir en él como “ciudadanos de una gran ciudad”, apareció muy pronto en la conciencia filosófica y política. Tengo la gran suerte, gracias a toda esa cadena de esfuerzos de las que me beneficié, de explicar Historia de la Filosofía antigua. En el mundo antiguo, esa conciencia de gratuidad encontró una formulación en un emperador del siglo II después de Cristo. En sus notas, Marco Aurelio escribía: “Cuando quieras darte una alegría a ti mismo, piensa en los méritos de los que viven contigo”. Así es: los méritos de los que viven contigo son una condición de tus alegrías.

Paso ahora a hablarles de su disciplina. Son ustedes hoy, oficialmente acreditados, sociólogas y politólogos, politólogos y sociólogas. Me encantaría que encontrasen trabajo con su título, pero desgraciadamente nada de eso está en mi mano. En los pocos minutos que me restan, sí hay algo que puedo hacer: alegrarme con ustedes de las competencias intelectuales que les han transmitido sus profesores y profesoras y animarles a que no dejen de cultivarlas.  Les voy a repetir una cita tópica, pero no por tópica menos profunda. Está escrita en un lenguaje árido, poco seductor, nada sexy, pero en esta sociedad estamos sobrados de banalidad envuelta en celofán. La cita es, vuelvo otra vez a él, de Émile Durkheim, “De la división del trabajo social” y dice: “Estimamos que nuestras investigaciones no valdrían una hora es esfuerzo, si sólo tuvieran un interés especulativo. Si separamos con cuidado los problemas teóricos de los prácticos no es para obviar los últimos; es para intentar resolverlos mejor”. En estas tres líneas de Durkheim se encuentra todo: obviamente las ciencias sociales se encuentran entrelazadas con la política, pero no lo hacen de cualquier manera. Si las ciencias sociales son un simple adorno de una posición política, contribuyen a algo, no dudo en emplear el término, despreciable. Cualquier posición política merece respeto, si se presenta como la visión, sometida a debate en la ciudad, de una sensibilidad y una inteligencia. Pero cuando se arropa en la sociología y la ciencia política, sin hacerlo rigurosamente, juega con trampa, juega a callar las bocas de los demás y presenta como saber lo que funciona como una artimaña de manipulación. Sean ustedes fieles a Durkheim y utilicen sus competencias para desenmascarar tanta ideología que se arropa con una ciencia a la que no respeta, a la que manipula. Utilicen ustedes sus conocimientos para bajar los humos arrogantes y para decirles: así hablan tu corazón y tu inteligencia, absolutamente tan valiosos como los de cualquiera, pero así no habla la ciencia, incluso si se trata de una ciencia como la nuestra donde es muy difícil separar el conocimiento y los afectos, la realidad del modo en que la registran nuestras emociones.

Creo firmemente que una sociedad donde se generalicen las competencias de los sociólogos y las politólogas, de los politólogos y las sociólogas, será una sociedad menos tonta, donde la gente humilde tendrá más capacidad para preguntar a los arrogantes, con respeto pero sin miedo, ¿y esto de dónde te lo sacas?

Ojalá, ya les decía, encuentren ustedes trabajo. En cualquier caso, siéntanse muy felices y orgullosos de haberse codeado durante unos años con Goffman y con Parsons, con Marx y con Pareto, con Bourdieu y Simone de Beauvoir y que eso se los haya transmitido colegas de la talla de mis acompañantes en esta abrumadora dignidad del padrinazgo Xavier Coller y Enrique Martín Criado. Siéntanse orgullosos y no dejen, durante toda su vida, de codearse con ellos y con ellas. Cuando estamos solos y solas, tenemos una ciudad maravillosa a la que trasladarnos: Ortega la llamaba la Isla de los muertos, los hombres y mujeres que dialogan con nosotros y nosotras a través de sus libros. Bueno, pues lo que aprendemos en esa Isla hace mejor nuestro paso por la vida: no dejen ustedes de discutir en la Isla de los muertos donde se encuentran los grandes de su disciplina; tampoco dejen, obviamente, de escuchar a los vivos. Cultivando las competencias que les ofrecen, encontrarán siempre compañía y, conseguirán algo muy valioso para todos: mejorar la calidad de los discursos y de las propuestas, obligar a los corazones y a las inteligencias, en primer lugar a las suyas, a cincelarse y mejorarse si quieren que los demás los escuchemos. Todo ello no contendrá la dominación y la explotación, pero, y ya es mucho, las obligarán a ser menos groseras.

La sociología y la ciencia política no tienen que ver con la politiquería al uso y que se salve quien buenamente pueda. Impartidas por una universidad pública, se deben, sin embargo, a condiciones políticas de posibilidad. Sin ellas no estaría yo aquí ante ustedes. Tampoco, me temo, muchos de ustedes.  Por gratitud hacia quienes nos precedieron, por obligación ante quienes nos sucederán, debemos defender los productos de la generosidad humana asociada, debemos defender lo público. Debemos mejorarlo, debemos exigir que sea verdaderamente público, debemos estar a la altura, pero debemos defenderlo. 

Que tengan mucha suerte. Que contribuyan a mejorar la suerte de sus conciudadanos y de los que están por venir.

Muchas gracias.   

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
José Luis gracias por tu discurso, muy esclarecedor por toda la experiencia y honestidad de tus palabras. Una pregunta ¿Hubiera sido bueno haberte sufrido? ¿A qué te refieres con ello?

Muchas gracias y feliz verano con tu familia,
una alumna.
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
Muchas gracias. Me refería a que los que me sufren no me invitan, o sea que ustedes fueron tan amables porque no me soportan en clase.
Me quedé un poco agobiado porque no tuviéramos posibilidad de hablar. Si a alguno de ustedes les apetece, no me importaría tomarme un café y charlar. Mi email es joseluis.moreno@uca.es
Feliz verano para usted y los suyos

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