El niño 44 es una película sobre la génesis social de los
monstruos. Al comienzo lo encontramos todo: en medio de Holodomor,
el genocidio para someter por el hambre al campesino ucranio, se forjan dos
víctimas que correrán una detrás de otra durante toda la película. Ambos
proceden de un mismo modo de gestión de las lealtades: la conversión de toda
oposición en un crimen y la producción de la sospecha permanente. En su curso Du Gouvernement des vivants, Michel
Foucault recuerda cómo el estalinismo cultiva sus adhesiones de acuerdo con la
lógica del pecado original: todo el mundo se encuentra manchado por el
capitalismo y el partido tiene derecho a exigir perpetuas penitencias. "Liberados" de las solidaridades primarias, la familia, por la redención estatal,
héroe y criminal se persiguen mientras, en cada uno de sus movimientos, se
reitera la experiencia que los produjo a ambos: la perpetua prueba que muestre
que nada es más importante que tu fidelidad a tu situación de pecador; y, como
compensación, la necesidad de enfrentarte a pruebas permanentes que te permitan
pesar el filtro de los elegidos, aquellos capaces de enfrentarte a toda
solidaridad que no sea la del Régimen
La
película es fieramente anticomunista y, como buen cine negro, presenta al mundo
oficial como un bloque especialmente corrupto, lo cual no impide la lucidez
individual, resultado de un desengaño que presupone un mínimo de coraje.
Alguien puede decir que es un producto propagandístico. Creo que no:
preguntarse si la Cheka de la época (el MGB)
ejecutaba así es cómo lamentarse del trazo grueso con el que se pinta a la
agencia de detectives Pinkerton –normalmente, chacales de la patronal- en
la novela negra americana:
también en la Pinkerton sirvieron seguro gentes con simpatía por los Knights of Labour, pero eso sería pedir a la película lo que no desea
dar. La maldad de la policía, su podredumbre, es un artificio retórico con el
que proyectar un mecanismo de atribución general: el crimen es un producto
social y quienes lo persiguen contribuyen a generarlo y a mantenerlo. Hay algo,
sin embargo, específico de los monstruos del Este: como en Hannibal,
la precuela del Silencio de los corderos, el monstruo se forja en el momento del
choque de los imperios totalitarios (el nazi y el soviético), pero en este caso
es un pobre enfermo torturado, no un aristócrata sofisticado. El monstruo real
preside el retrato de los despachos.
Como
muestra el discurso final del excelente Tom Hardy, el criminal condena con sus
acciones a cada uno de los jerarcas, de los cobardes, de los cómplices, en
suma, a todos aquellos cuyas renuncias permiten que la violencia establecida
funciona casi sin respuesta. El asesino del cine neoliberal es un idiota
caprichoso y más o menos procedente del averno o de las Runas o vaya usted a
saber de qué (el psychokiller del slasher, un cine cuyo brutal ideología ultraderechista comenzó soportando mi generación) o un
iluminado (tipo Seven): es un anormal, un degenerado, tonto o
inteligentísimo, pero anormal, en suma: un personaje que haría las delicias de
Lombroso. Por el contrario, El niño 44 conecta con el gran sociologismo del cine negro y, en
ese sentido, es tan anticomunista como radicalmente marxista. Lo cual es paradójico según se mire.
Comentarios