En la cultura clásica
no era raro afirmar que las elecciones siempre las ganaban los ricos, de ahí la
utilización del sorteo como compensación. Ciertamente existen muchas formas de
hacer elecciones y en bastantes de ellas quienes carecen de recursos pueden
competir en igualdad de condiciones. Ningún procedimiento es
intrínsecamente democrático. El sorteo, sin ir más lejos, se puede promocionar
desde una concepción grupuscular de la política y con criterios puramente
estadísticos -por ejemplo, es más fácil que salgan listos sorteados entre una
gran población que seleccionados por un líder y cosas de ese tenor. Ese
argumento se olvida de algo fundamental en una democracia que es el
consentimiento; se olvida también de que la competición política, si se plantea
correctamente, puede mejorar a los que se presentan. Otras utilizaciones del
sorteo son claramente democráticas y obviamente pueden y deben ser defendidas
por tales vías. No sigo por ahí porque los lectores de este blog ya saben qué
pienso.
No veo nada
esencialmente perverso en que una dirección de un partido (elegida y que rinde
cuentas periódicamente de lo que hace), haciendo un uso prudencial de sus
conocimientos, prepare una candidatura que integre todo lo que el partido
considera integrable proporcionando un espejo aproximado de su composición
social (la democracia como espejo de la sociedad era una reivindicación de los
republicanos americanos demócratas: los republicanos americanos aristócratas defendían seleccionar a los mejores...). Ya sabemos que las direcciones de los
partidos no suelen hacer eso y por eso preferimos las primarias, siempre que
cumplan, aproximadamente, las condiciones que enuncio (y seguro que me faltan
algunas más).
Unas elecciones carecen
de profundidad democrática si a) imposibilitan la competición y con ello la
mejora de los candidatos, dado que a estos les basta con alinearse detrás de
quien posee los recursos políticos: así no sólo no los mejora, sino que puede
que, salvo reciedumbre moral, los empeore, los habitúe al pesebrismo: no
insulto a nadie; yo, en esa carrera, me habituaría a mis peores desembarazos b)
si esa competición debe abordarse con diferencias enormes de recursos
(económicos, de información, de acceso a los electores posibles...) y si estos
secuestran voluntades por medio de un uso ágil de las retribuciones, de la
esperanza para los adeptos y del miedo para los disconformes c) si los mensajes
en las primarias se centran en cuestiones de dudosa calidad política: insultos,
exhibición del atractivo de los candidatos, de su fidelidad, de su preeminencia
y cercanía con una fuente inagotable de carisma (nosotros, que no somos como
los demás, porque fuimos los primeros...), , etc.
Las primarias en
Podemos han servido para institucionalizar a una generación política, lo cual
no está nada mal. Las instituciones pueden no ser agradables para los espíritus
románticos pero sirven para darle un marco a la acción política, unas normas previsibles,
gracias a las cuales permiten la coordinación de grupos grandes de individuos.
La socialización en grandes organizaciones, donde un conjunto de desconocidos
se otorgan una línea de acción, permite salir de la viscosa lógica de los
grupos de afinidad, tan comunes en la cultura resistente. Librarse del asfixiante cultivo de las
redes de secta, con sus gurús caprichosos e imprevisibles -y su insufrible
cohorte de competidores por el amor del amo- constituye una enorme ganancia de las
organizaciones burocráticas. Ser republicano, recupero de nuevo a los
clásicos, es permitirte mirar a cualquiera con la cabeza alta, sin arrogancia,
pero sin desasosiego. La previsibilidad burocrática es una condición de la
seguridad republicana, de que no se vive bajo amenaza y, por tanto, no se desvive uno palpando continuamente el humor de los mandos.
Por supuesto, las primarias han hecho más que introducir a
recién llegados –o a personas que cambiaron su rumbo- en nuevas instituciones y
enseñarles pautas de racionalidad política. Han acentuado muchos
rasgos de la política mediática con su exhibicionismo, argumentos especiosos,
fraccionalismo; siento decir que no veo culpables o inocentes en ese juego y
que atribuirlo a alguno de los sectores es injusto. Creo que una cultura
republicana tomada en serio podría haber mejorado grandemente la calidad
deliberativa de las primarias aunque debería enfrentarse, para tener éxito, a
la cultura del autobombo (cultural, estético…) tan presente en nuestro mundo de
emprendedores (también políticos…). Las
redes sociales aumentan además la cultura calculadora de tantearlo todo hasta
encontrar buenas redes de conexión. La vacuidad (particularmente irritante cuando se atiborra de pedantería intelectual), los argumentos espumosos, el
ansia por producir impacto y los falsos riesgos en busca de los aplausos son el
combustible que permite avanzar a estos nuevos Rastignac de la era digital. Para acabar, nada se parece más a un
panóptico cotidiano que las redes, poderosísimo instrumento, para los espíritus
tiránicos y oportunistas, de escrutinio, conchaveo y de sanción.
Todo eso es el pasado y
puede pensarse que el futuro permite mejorar y encontrar un ámbito donde poder
argumentarlo; es la razón por la cual creo que el proyecto de Podemos resulta
valioso. Dado que existe lo bueno, pero también los Rastignac, es importante pensar bien cada paso que se dé y los formatos de vida interna. No es cuestión de buscar gente perfecta -para eso, las sectas y sus evaluaciones constantes- sino de algo más sencillo y más prosaico, un venerable principio del republicanismo: que cada uno persiga sus ambiciones pero fomentando el bien público, que nadie pueda hacerlo a expensas de éste. Los procedimientos deben intentar producir ese bozal a la ambición. En una organización política todo cuanto contribuya a evitar la ley de hierro de las oligarquías (especialistas, fundamentalmente, en trepar) -sin caer en el caos- me parece el bien público fundamental.
Por eso me gustaría que alguien me convenciera de que las primarias
convocadas por la dirección de Podemos permiten, para quien legítimamente desee
proyectarse hacia los cargos públicos, someterlo a una serie de pruebas y que las
puede ganar o perder, pero de las que siempre saldrá con la cabeza alta, ya que
a) posibilitan la competición y la mejora de los candidatos con debates
aceptables b) las primarias ponen todo el freno posible a los individuos que
(como yo) carecen de solidez moral apabullante y leen las primarias como una
reafirmación de que fuera de las redes de varios (muy pocos) nombres propios no
existen posibilidad de que lo descubran a uno como el mejor.
De lo contrario son
elecciones, sí: pero de las que siempre ganan los ricos, en este caso en capital
político y organizativo. Son elecciones que no producen seguridad republicana sino que fomentan disposiciones (para quienes son como yo, gente mediocre), al menos en la competición interna, serviles. Una de las pocas cosas que creo haber aprendido es que tales disposiciones son incompatibles con la defensa coherente hacia el exterior de ideales democráticos e igualitaristas.
Comentarios
Dicho esto, si una vez no le pude convencer que tener un 90 y tantos por ciento de cargos internos con carrera universitaria, era un rasgo de elitizacion horizontal poco democrático, tampoco ahora me hago ilusiones de que el argumento del 80% de la candidatura oficialista compuesto por cargos del partido pueda ser atendido.
Un saludo
Pasen un feliz verano.