Esta entrada no se refiere a que los filósofos trabajen poco, no es eso. Se centra en un tema curioso y esencial: sobre el trabajo, suelen escribir poco. Compárese con todo cuanto se publica sobre arte y se sacarán sustanciosas conclusiones sobre el inconsciente ideológico del gremio y sobre los públicos que ansía: también se tendrá un indicador sobre las clases sociales de origen que se seleccionan y sobre las clases sociales de destino que se persiguen.
Hubo
un tiempo en que discutió más. Hannah Arendt (en La condición humana)
presentó una teoría respecto del trabajo que considero insostenible, tanto por
su capacidad descriptiva, sy fundamento histórico como por sus efectos políticos:
lo cierto es que, como de enfrentarse con Marx se trataba, fue capaz de asumir
la tarea. Buena parte de la discusión en Francia durante los significativos años
70 tuvo como protagonista a la autogestión: Castoriadis le dedicó textos aún
memorables (en el fondo, polémicos con Arendt) y, como bien señala Serge Audier
(en un libro importantísimo
que pronto comentaré), los análisis de Foucault sobre el individuo emprendedor
solo se entienden en dicha coyuntura: ¿qué hacer con el mercado, el Estado y la
creación activa de los individuos? En fin, Thomas Mc Carthy, gran estudioso de
Habermas, levantaba, contra su filósofo de referencia, las experiencias de cogestión
industrial en los países nórdicos y le decía: es completamente arbitrario
detener la acción comunicativa a la puerta de las empresas. Alrededor del
trabajo existe un campo de investigación esencial y poco trillado. ¿Cómo se
explica que atraiga tan escasos candidatos?
La
pérdida de valor intelectual del trabajo –aunque repito, nunca lo ha tenido en
exceso- se encuentra unida a su degradación simbólica general: una y otra se
refuerzan. Mientras el marxismo pudo mantener una mitología de la clase obrera
como clase redentora, resultaba más sencillo atraer vocaciones filosóficas
hacia el trabajo. Algo de eso queda, cierto: toda la literatura sobre un
trabajo que se habría convertido en cooperación intelectual imbuye aún
reflexiones de derecha y de izquierda. Desgraciadamente tienen el cariz de
muchas argumentaciones en filosofía: dado que una figura prestigiosa dice tal o
cual sobre el trabajo, incorporo sus argumentos y su léxico sin cruzarlos con más
fuentes que aquellas -normalmente comentadores de la figura- que los
confirman. Un ejemplo se encuentra en las clases sociales y su papel en el
sistema productivo. Evidentemente, la lucha de clases no funciona ya –y nunca
funcionó- de acuerdo con la mitología marxista: no existe un gran
enfrentamiento entre los muchos de abajo contra los pocos de arriba. Lo cual no
es óbice para que, por las condiciones de trabajo y por las condiciones
salariales, existan abundantes conflictos de la máxima relevancia política y,
si se piensan en serio, intelectual. Cuando se lee lo que escriben muchos filósofos
sobre las clases da la impresión de que no se toman ni la molestia de abrir un
manual y dedicarle una tarde. Sobre el arte, quién puede negarlo, la
sofisticación es mayor y las publicaciones suelen exigirse mucho más.
La
degradación simbólica e intelectual se armoniza con la degradación política. En
las recientes campañas electorales las discusiones sobre el trabajo se
restringen a cómo se crea más o menos empleo. Algunos añaden el adjetivo de
calidad, pero sin atreverse a precisar mucho. Parece que todo impedimento a
trabajar de cualquier manera sería un impedimento, en sentido estricto, al
trabajo. En cualquier caso, la cuestión queda bajo el monopolio de los
economistas; muy raramente se convoca a algún sociólogo y casi nunca a politólogos
y a filósofos. Cuando estos aparecen entran raramente en detalle y es
significativo. Un politólogo y un filósofo deben, por conciencia profesional,
abordar el sentido del trabajo. Pueden abordar más, pero el sentido sin duda.
En el primer caso, su sentido político: ¿qué cabe discutir políticamente en la
manera de organizarlo y distribuir los beneficios? En el segundo caso, su
sentido existencial: ¿qué valor debemos otorgar al trabajo en nuestra identidad
individual y colectiva?
Esas
preguntas suenan, en nuestro contexto, presuntuosamente sofisticadas. Cuando
todo el mundo se centra en el más y en el menos empleo
y da igual su condición ¿a qué preguntarse
por cómo trabajar y qué valor darle? El círculo, poco virtuoso, se refuerza:
dado que poco cabe decir sobre el trabajo, poca gente se interesa por él, con
lo cual cada día el debate se restringe en exclusiva al más y al menos. El
efecto político es previsible. Resulta muy significativo que un partido que
atrae tantas energías filosóficas como Podemos tenga un activo círculo de
cultura mientras que el de trabajo, o no existe, o se encuentra compuesto por
personas demasiado discretas. Ni Izquierda Unida ni el PSOE dicen tampoco nada
al respecto o, si lo dicen, bien poco se escucha.
Desgraciadamente
en estas elecciones discutiremos de nuevo sobre la creación de empleo pero muy
poco sobre cómo debe trabajarse y qué valor tiene hacerlo. Lo peor de todo es
que discutiremos aún más sobre nacionalismo, asunto que ha consumido ya la
mayoría de nuestra vida consciente y amenaza hacerlo con la de nuestros hijos.
Quizá sea el momento de apostar de una vez por otros problemas políticos. Quizá
sea el momento de, si se quiere lograrlo, establecer otras agendas de
investigación, también en filosofía.
Comentarios
Me ha interesado mucho tu artículo. Si defendemos una sociedad emancipada de sujetos autónomos hemos de abordar a fondo el tema del trabajo. SI entendemos por trabajo la capacidad de transformarnos a nosotros mismos y de transformar el entorno el trabajo nos humaniza ( supongo que la idea es de Marx). El tema de la autogestión hay que plantearlo en temas diferentes a como se plantea si es un ideal emancipatorio. Si la democracia no es votar sino una cultura de información, formación y deliberación, la autogestión no es tampoco votar en la empresa. Es básicamente saber lo que hacemos, porqué lo hacemos y pensar cómo hacerlo. Cómo equilibrar el margen de decisión personal con el interés público. Quizás no iría mal una relctura de Mill, en este sentido. Un abrazo