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El alma pura y el mercado corrupto


Lo cuenta Fredric Jameson en El inconsciente político: la escritura de novela quedó completamente trastornada cuando, de los tres volúmenes que se prestaban en las bibliotecas, se pasó al único que se vendía. La gente exigió leer de otra manera; sobre todo la industria exigió escribir distinto y los publicables tuvieron que hacer un esfuerzo doloroso de transformación. Eso no quiere decir, obviamente, que el mercado se acompase con los deseos de los individuos de manera absoluta. Howard Becker recuerda cuánto admiraban a Erving Goffman, capaz, incluso de estudiante, de imponerles a los editores artículos de setenta páginas. Los demás debían aclimatarse a las 20 páginas del paper y pare usted de contar. Uno de los primeros grandes textos de Bourdieu, uno de los más grandes que he leído, novela y ciencias humanas incluidas), también ocupaba casi el volumen entero de la revista: el siempre impactante "Celibato y condición campesina".

La cuestión aparece cada día en nuestras conversaciones: ¿qué está haciendo el mercado editorial con nuestras capacidades? Un poco de historia ayuda siempre a salir del relato apocalíptico. Así, primera respuesta obvia: lo que siempre ha hecho, lo que hizo con Cervantes que, como bien mostró Juan Carlos Rodríguez, escribió el Quijote para el mercado y así le salió: unas veces Sancho es alto y otra bajo, otras gordo y otra flaco, unas se llama Panza y otra Zancas... Vamos, que lo cogemos los académicos de hoy, con nuestros arbitrajes "secretos", y el Quijote no pasa el informe editorial. El endiablado estilo de la Fenomenología del espíritu, que a tantos comentaristas entretiene desde entonces, procede de un Hegel sin tiempo para corregir: sin esa ininteligibilidad, ¿qué hubiera sido de la filosofía dialéctica, que tantos volúmenes llenó y llena? En cada caso unas determinadas capacidades tuvieron que enfrentarse a un sistema establecido que las metía en vereda, las unificaba, les imponía definirse. ¿Hubiera sido mejor que Cervantes siguiera con la poesía, a la que tendía como casi todo aspirante al Parnaso? ¿No le ayudó el mercado a definirse allí donde era verdaderamente bueno (o esa idea de lo verdaderamente bueno carece de sentido)? Nadie puede creer que la historia caminó y camina siempre por el lado que debe. Esa tontería progresista es tan absurda como la queja romántica: ¡mi maravillosa alma, a la que obligan a estrecharse en una de las miserables formas existentes! Esto que se señala del mundo de la escritura (académica o literaria) puede también afirmarse del amor, de la política o de la amistad.

Solo existe un relato alternativo al romántico o al apologético: el estudio circunstanciado de cómo se producen las capacidades y los ideales de cada uno y de cómo los sistemas de intercambio existentes les obligan a amoldarse a ciertos moldes. Por supuesto, los ideales pueden rebelarse (caso de Goffman o Bourdieu) e imponer otros parámetros. O resignarse  y producir obras maestras. O aceptar o rebelarse y producir obras mediocres. El estudio de la pugna entre las capacidades y las formas establecidas por el mercado nunca debe olvidar que a) unas y otras son susceptibles de transformación o mantenimiento b) ni unas ni otras contienen la garantía de la autenticidad, la mediocridad o la eficacia (valoraciones que, por supuesto, dependen de ideales socialmente producidos y en conflicto). Creo que esta perspectiva cambiaría nuestro modo de estudiar la cultura, de vivirla; incluso que, tomada en serio, cambiaría, no me atrevo a decir si para mejor o para peor (¿qué significa eso?, nuestro modo de vivir, de trabajar y de crear amigos, afectos, valor de cambio, de uso... lo que ustedes quieran.
(Sobre todo esto, si les interesa, además de los libros citados les recomiendo "Valeur, égalité, justice, politique: de Marx à Aristote et d'Aristote à nous", del siempre profundísimo Cornelius Castoriadis e incluido en el primer volumen de Les carrefours du labyrinthe).


  



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