Mi amigo Francisco Sierra Caballero escribe esta entrada sobre Podemos en la que, entre otras cosas, dialoga con mi texto sobre el populismo. Me vienen a la cabeza dos ideas leyendo al profesor Sierra con quien comparto mucho.
- Podemos es un intento de combinar la movilización política con la ciencia social, fundamentalmente la sociología electoral y la teoría de la comunicación. En la práctica han tocado un resorte fundamental: la crisis de sucesión generacional en las clases medias cultas. Eso ha conectado con una tradición muy española, orteguiana, pero también con un problema fundamental en las crisis sociales. Marx y toda la izquierda hegeliana es fruto de una crisis de este tipo, en una época donde en cada patio de vecinos alemán existían dos o tres aspirantes a filósofo famoso. La izquierda se ha nutrido siempre de tales crisis (muchas veces camuflándolas en un lenguaje impostado de conflicto de clase) y Podemos ha sido enormemente inteligente al vincularse con ellas. Es curioso como en ciertos lugares (todo esto exige circunstanciar cada afirmación) no lo ha hecho y el partido se ha encastrado en redes vetustas de notables que precisamente han bloqueado una de sus grandes bazas, el acceso al relevo generacional. Pero eso era inevitable. Sea como fuere, la política generacional tiene un riesgo. Sierra lo destaca: despegarse de las clases populares, de su lenguaje y de sus inquietudes, no incorporar sus capacidades en la vida política (lo que llamaba los "pequeños capitales", con una terminología muy mejorable). La sobrepresencia de la actividad cultural en Podemos y la ausencia de elaboración sobre el trabajo (más allá de informes o declaraciones solicitadas a intelectuales o profesores conocidos y sobre las que se ha construido poco) me resulta sintomático. No me gusta ser tajante en estos temas, pero quizá Cataluña y el resultado de Ciudadanos enseñen, como señala Sierra, algo sobre esto…
- Sierra se refiere también el asunto de las prácticas: es en ese aspecto donde el electoralismo suele tener un precio. Cuando pasan las elecciones, la gente debe querer reunirse y echar un rato sin el amanecer radiante de la victoria electoral a la vuelta de la esquina. Podemos es fruto de una pelea en el terreno de la democracia mediática y debe agradecérsele haberse atrevido, aunque de buscar esa lana sólo se puede volver algo o muy trasquilado. En el plano de la construcción de un tejido organizativo amable y acogedor, debe aprender muchísimo.
Con Sierra, sigo a Juan Carlos Rodríguez en la idea de que la clave se encuentra en construir nuevas prácticas. Éstas deben ser serias, profundas, enfrentadas a la explotación, sí: pero capaces de dialogar con las que la gente asume todos los días. ¿Cómo combinar ambas cosas? ¿Cómo la doble trampa de un jardín de elegidos o, la contraria, de dejarte disolver en lo existente, eso sí, prometiendo gestionarlo bien, con competencia? Nadie tiene una fórmula convincente.
Como señala Sierra, hay que enfrentarse con el inconsciente capitalista. Quizá para aceptar (o no) parte de su presencia irremediable, pero debe uno enfrentarse con él. Diría, es mi perspectiva, que en dos planos: a) pensando en alternativas económicas y revitalizando el sindicalismo y el trabajo (o su carencia) como fuente de igualación social 2) pensando, algo que nunca ha hecho la izquierda, no más allá sino completamente al margen del principio de vanguardia. Este se basa en un eje fundamental del pensamiento burgués: la política es para gente especializada en ella. Pues no: como explicó Castoriadis, una cosa es la división de tareas políticas y otra la división social del trabajo político. Lo primero es ineludible, lo segundo puede revertirse. Y sobre eso la izquierda ha pensado poco, considerándolo un problema de superestructura. Mientras tanto, los partidos políticos han degenerado hasta convertirse en lugares donde vas a apuntarte y no te quieren, ya que lo que toque repartirse quieren monopolizarlo los de dentro. La hecatombe de la democracia de competencia entre partidos es extraordinaria y estos hace mucho que no pueden ser otra cosa que empresas políticas -más o menos colonizadas por redes familiares- más o menos autorreferentes. La invención de nuevas prácticas políticas es fundamental: también el retrato sin misericordia de las existentes.
Producir capacidades políticas contribuye de mil maneras a la igualación social y la dignidad de los individuos y, sobre todo, ayuda a la elaboración de otros ritmos y objetivos de vida. Para incentivar esas capacidades debe partirse de dos supuestos. El primer supuesto es que tales capacidades existen por doquier y deben cultivarse. La vía de los partidos políticos -una invención del movimiento obrero- ha sido cultivar tales capacidades mediante la socialización interna. Qué duda cabe que así se ha permitido la emergencia de grandes dirigentes que en nunca hubieran encontrado los recursos para descubrirse en sí mismos y ante los demás sus capacidades para la acción pública. El problema también es que así se genera una ética de la exclusión de los profanos y, con ella, una tendencia al cultivo de las redes clientelares. Dudo además que en sociedades con los niveles educativos de las nuestras la cultura de partido despierte muchas vocaciones basadas en el deseo de saber: me temo que muchas más procederán del deseo de trepar. El segundo supuesto exige acabar con una clave fundamental del pensamiento político del marxismo. La idea de que lo principal es ganar el poder para luego repartirlo. Desgraciadamente, cuando los hábitos que generan los partidos son la autoconciencia elitista y la adhesión fiel a ciertas redes no cabe sorprenderse de que el principio del reparto del poder (para permitir que emerjan nuevas capacidades y cultivar las de uno fuera de la política) no sea común en la agenda de muchos de los militantes conocidos.
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