He terminado hoy un
libro de Charlotte Nordmann sobre Bourdieu y Rancière. En su conclusión se
queja amargamente de la simplificación de la docencia y del intento de volverlo
todo comprensible. Señala que, de ese modo, se estimula la pasividad del
alumno, restringido a discursos de donde no surgen las dudas, completamente
aplanados y en forma de catecismo.
Mientras estudié tuve experiencias de ambos tipos y cuando comencé a enseñar opté por la primera. Funcionó mal que bien unos años hasta que me exigía demasiada actividad represiva. Pese a hartarme de explicar -no sé si bien, pero dejarme la piel sí- un número importante de alumnos se escudaban en que ellos no comprendían para entregarte páginas fusiladas. Tuve que comenzar a sacar poco a poco los libros de las clases y sustituirlos por apuntes. Conservaba siempre uno o dos que se leían y se leen acompañados. El "no me entero" de una parte no pequeña te sitúa ante una alternativa: aprobar por ir a clase o suspender a bastantes. Más participación exigía más intervención punitiva: persecución del plagio (presente incluso en master), aumento del número de suspensos, conflictos con una concepción del estudiante como usuario y que se resume en: yo he pagado, estoy aquí calentando la silla, esa es mi prestación, merezco aprobar. Esto último es particularmente crudo en los master, pero no solo por disposición de de cliente. Muchos alumnos, ya enredados en una tesis (algunos casi nada más empeza el grador...), se desinteresan de todo lo demás. Esto comenzó hace muchos años, procede de la degradante presión neoliberal por la eficacia que anima a muchos docentes a captar alumnos. Encuentra la complicidad de la ductilidad del estudiantado, que se revuelve poco, incluso en privado, contra esas prácticas: las cosas son así, te dicen. Felices aquellos años en que yo daba vueltas con mi tema de tesis (Foucault, Adorno/Benjamin...) y donde los profesores te decían: "quizá aquel sabe más, si quieres vete con él". Si alguien quiere saber en qué es malo introducir prácticas de mercado, puede pensar en esa experiencia: yo aprendí mucho más y con más libertad cuando los profesores no necesitaban convertir cualquier acción en indicadores que certificar ante la vigilancia burocrática neoliberal. (Obvia decir que estos no son males imposibles de remediar: la última reforma del doctorado, que impone unos cursos comunes con tareas asignadas, intenta garantizar una salida al desapego educativo de los master. Veremos sus efectos.)
No me vale decir que son efectos de la carencia cultural y la dominación social y que eso me ocurre por trabajar entre grupos sociales en posición subalterna. Mis públicos no son los de la London School of Economics pero son heterogéneos. Bastantes de esos alumnos gestionan su capital social universitario -con alumnos, profesores, temas, conferencias...- con una eficacia de la que sinceramente mis próximos o yo carecemos y muchos proceden de posiciones sociales más que desahogadas; hay otros que no y tendríamos que precisar cuánto influye eso.
Sé que todo esto requiere reconstrucciones de contexto mejores y más precisas que las que doy. Pero la lucidez absoluta me resulta imposible y debo elegir. Cuando leo ideas como las de Nordmann me digo: lleva razón, ninguno de mis apuntes sustituirá unas páginas de Platón, Tucídides, Kant o Spinoza; estoy matando la capacidad de crear y el placer de descifrar. Cuando intento aplicarlo me enfrento a situaciones muy conflictivas y donde tengo la impresión de desatar dinámicas de exclusión enormes y requerir prácticas de vigilancia (sobre si las lecturas se han hecho o no...) incómodas para todos.
Porque se puede hacer como si... como si comprendieran digan lo que digan. Le añades algo de Bajtin y la interpretación creativa y te quedas satisfecho. Me temo que no basta. Con esa estrategia nos podemos creer que hacemos mucho pero sólo producimos la extensión de una monserga culta, incapaz de otra cosa que de producir arrogancia mas no competencia. En demasiadas ocasiones veo cómo discursos críticos, mal manejados e imitados en su léxico, sirven para atizar, en estudiantes, profesores o militantes, peroratas de escaso valor intelectual pero con efectos sociales muy jerarquizantes.
Tengo la impresión de que hay que saber decir no entiendo... para entender y que lo que entiendas te trabaje y te transforme.
Una amiga francesa me contó una historia que tiene valor casi experimental: leyó una página de un autor de moda en la organización donde milita, sin decir quién era. Y preguntó, ¿quién me lo explica? La reunión estaba poblada y nadie dijo ni mu. Si hubieran sabido quién era, sin duda se habrían activado las lenguas de madera para testimoniar conocimiento del inspirador de las jefaturas. Algo similar he visto muchas veces en congresos, redes, reuniones científicas, etc.
Lo cual no quiere decir que todo va mal. Este año hemos leído a Foucault sobre Edipo, hemos visto la película a propósito de Pasolini y estudiamos a Castoriadis sobre la identidad de Occidente y a Bourdieu sobre las formas del capital: bastantes han comprendido, discutido y disfrutado. Pero a alguien que lee a Bourdieu, Rancière y pensadores de ese tenor no pueden dejar de interesarle los que se quedan fuera. Y me parece que se quedan menos fuera, menos excluidos, con métodos como los que merecen la queja, absolutamente justificada, de Nordmann.
Mientras estudié tuve experiencias de ambos tipos y cuando comencé a enseñar opté por la primera. Funcionó mal que bien unos años hasta que me exigía demasiada actividad represiva. Pese a hartarme de explicar -no sé si bien, pero dejarme la piel sí- un número importante de alumnos se escudaban en que ellos no comprendían para entregarte páginas fusiladas. Tuve que comenzar a sacar poco a poco los libros de las clases y sustituirlos por apuntes. Conservaba siempre uno o dos que se leían y se leen acompañados. El "no me entero" de una parte no pequeña te sitúa ante una alternativa: aprobar por ir a clase o suspender a bastantes. Más participación exigía más intervención punitiva: persecución del plagio (presente incluso en master), aumento del número de suspensos, conflictos con una concepción del estudiante como usuario y que se resume en: yo he pagado, estoy aquí calentando la silla, esa es mi prestación, merezco aprobar. Esto último es particularmente crudo en los master, pero no solo por disposición de de cliente. Muchos alumnos, ya enredados en una tesis (algunos casi nada más empeza el grador...), se desinteresan de todo lo demás. Esto comenzó hace muchos años, procede de la degradante presión neoliberal por la eficacia que anima a muchos docentes a captar alumnos. Encuentra la complicidad de la ductilidad del estudiantado, que se revuelve poco, incluso en privado, contra esas prácticas: las cosas son así, te dicen. Felices aquellos años en que yo daba vueltas con mi tema de tesis (Foucault, Adorno/Benjamin...) y donde los profesores te decían: "quizá aquel sabe más, si quieres vete con él". Si alguien quiere saber en qué es malo introducir prácticas de mercado, puede pensar en esa experiencia: yo aprendí mucho más y con más libertad cuando los profesores no necesitaban convertir cualquier acción en indicadores que certificar ante la vigilancia burocrática neoliberal. (Obvia decir que estos no son males imposibles de remediar: la última reforma del doctorado, que impone unos cursos comunes con tareas asignadas, intenta garantizar una salida al desapego educativo de los master. Veremos sus efectos.)
No me vale decir que son efectos de la carencia cultural y la dominación social y que eso me ocurre por trabajar entre grupos sociales en posición subalterna. Mis públicos no son los de la London School of Economics pero son heterogéneos. Bastantes de esos alumnos gestionan su capital social universitario -con alumnos, profesores, temas, conferencias...- con una eficacia de la que sinceramente mis próximos o yo carecemos y muchos proceden de posiciones sociales más que desahogadas; hay otros que no y tendríamos que precisar cuánto influye eso.
Sé que todo esto requiere reconstrucciones de contexto mejores y más precisas que las que doy. Pero la lucidez absoluta me resulta imposible y debo elegir. Cuando leo ideas como las de Nordmann me digo: lleva razón, ninguno de mis apuntes sustituirá unas páginas de Platón, Tucídides, Kant o Spinoza; estoy matando la capacidad de crear y el placer de descifrar. Cuando intento aplicarlo me enfrento a situaciones muy conflictivas y donde tengo la impresión de desatar dinámicas de exclusión enormes y requerir prácticas de vigilancia (sobre si las lecturas se han hecho o no...) incómodas para todos.
Porque se puede hacer como si... como si comprendieran digan lo que digan. Le añades algo de Bajtin y la interpretación creativa y te quedas satisfecho. Me temo que no basta. Con esa estrategia nos podemos creer que hacemos mucho pero sólo producimos la extensión de una monserga culta, incapaz de otra cosa que de producir arrogancia mas no competencia. En demasiadas ocasiones veo cómo discursos críticos, mal manejados e imitados en su léxico, sirven para atizar, en estudiantes, profesores o militantes, peroratas de escaso valor intelectual pero con efectos sociales muy jerarquizantes.
Tengo la impresión de que hay que saber decir no entiendo... para entender y que lo que entiendas te trabaje y te transforme.
Una amiga francesa me contó una historia que tiene valor casi experimental: leyó una página de un autor de moda en la organización donde milita, sin decir quién era. Y preguntó, ¿quién me lo explica? La reunión estaba poblada y nadie dijo ni mu. Si hubieran sabido quién era, sin duda se habrían activado las lenguas de madera para testimoniar conocimiento del inspirador de las jefaturas. Algo similar he visto muchas veces en congresos, redes, reuniones científicas, etc.
Lo cual no quiere decir que todo va mal. Este año hemos leído a Foucault sobre Edipo, hemos visto la película a propósito de Pasolini y estudiamos a Castoriadis sobre la identidad de Occidente y a Bourdieu sobre las formas del capital: bastantes han comprendido, discutido y disfrutado. Pero a alguien que lee a Bourdieu, Rancière y pensadores de ese tenor no pueden dejar de interesarle los que se quedan fuera. Y me parece que se quedan menos fuera, menos excluidos, con métodos como los que merecen la queja, absolutamente justificada, de Nordmann.
Comentarios
La tónica general es, desde luego, la que señalas. Pero habria que matizar, en varios sentidos:
1) No hay un solo estilo de aprendizaje adulto, por lo que no puede haber un solo estilo de enseñanza para adultos (pero no puedes atender a todos los estilos en aulas cada vez -de nuevo- más llenas y ahora más plurales
2) La enseñanza universitaria es un sector de la "enseñanza terciaria", pero este pais, desde finales del franquismo, (¡y desde antes!) ha confundido ambos, por obvias razones socio-economicas, despreciando y depreciando la otra via de inserción profesional/cualificada, convirtiendo así la universidad en la via principal para esta insercion -amén de la formacion de las elites y del relativo "acceso democratico a la cultura"- , incluso cuando (ahora) queda poco empleo al que acceder.
3) La bajisima calidad de la educación previa a la universidad, complicada con los vicios cognitivos y morales de un uso de Internet sin apoyo educativo, unido a la desorganizacion pedagógica de una universidad donde tampoco están enseñando "buenos profs.", complican extremadamente la labor de quien quiere y podria hacer las cosas de otras maneras, como prof.
4) Y todo hay que modularlo, tambien, según "ramas de conocimiento" y campos de actividad universitaria, en los que, mal que bien, va distribuyéndose el estudiantado: no demanda lo mismo (ni al prof ni al estudiante) unos estudios que llevan o pueden llevar al ejercicio de una profesión, que los que llevan al desarrollo científico o aquellos mas destinados a la creatividad y desarrollo cultural.
Pero dicho esto...me sumo contigo al club pedagógico-meditativo del Moro Muz:¡la madre que parió a nuestra profesión docente (y a nuestros/as estudiantes...!
Un abrazo
Un abrazo
Voy a hablar como profesor de filosofía de enseñanza secundaria, para reivindicar este espacio y este tiempo. Llevo casi 30 años enseñando filosofía, historia de la filosofia, sociología, psicología y ética a muchas generaciones de alumnos. Desde el BUP-COU hasta la ESo-Bachillerato. Puede decir que después de crisis, dudas, inseguridades hoy estoy muy satisfecho del trabajo hecho.Contra menos me he preocupado de los métodos y más me he preocupado de transmitir una inquietud, unos conceptos, unos problemas y sobre todo mi propio camino del pensar, mejor me ha ido. o mejor dicho mejor les ha ido. Muchísimos alumnos que he vuelto a ver me han transmitido el horizonte que les abrí. No me parece justo hablar, como dice Enrique, de la baja claridad de la enseñanza anterior a la universidad. Depende. Mi trabajo y el de muchos compañeros da a los adolescentes recursos críticos. No hay tampoco un método pedagógico adecuado para todos los profesores, todas las materias y todos los estudiantes. Es un trabajo de "bricoleur2 que solo pueden construir los que experimentan años y años con alumnos. y no seimpre, por supuesto. Pero en un momento en que por cuestiones económicas no me he prejubilado me doy cuenta de que vale la pena el esfuerzo de continuar, de no abandonar cuando hay entusiasmo. No se si lo que digo viene al caso pero entiéndase como un elogio a su profesión y trabajo de un profesor de filosofía de secundaria ( y también un elogio a la educación pública, que cojones).
Un abrazo
Yo me eduqué desde la retaguardia de las trabajadoras, la asamblea feminista y las aportaciones de Freinet, Illich, Montesori o Ranciere. Dos aportaciones al debate:
https://www.youtube.com/watch?v=VIQMuFcYSBI
http://www.juanirigoyen.es/2016/03/los-profesores-monologuistas.html
Saludos y gracias por por tu blog JOsé Luis, así como las aportaciones de tus amigos, yo también practico la historia y la antropología, siendo filósofa de formación,
María
Conozco una facultad de magisterio en la que el discurso por el que expulsó a Filosofía, donde había un compañero fuertemente especializado, era ese: los de Didáctica lo pueden dar todo aunque no conozcan la materia.
Buenas Luis, comparto tu crítica a Rancière que habla desde un voluntarismo muy extremo; ahora bien, sin ese voluntarismo no hay nada que hacer, por más que se trabajen las condiciones sociales... si es que pueden separarse condiciones sociales y voluntad y unas y otras no son parte del mismo conglomerado: sin ciertos estímulos la voluntad raramente se dirige al espacio escolar. Al menos cabe distinguirlas, analíticamente.
Buenas María, el descuido de las clases y la degradación de las notas son un gravísimo problema. El contrato implícito está claro: "Tú haces como que estudias y yo hago como que apruebo". A la izquierda le da pánico diagnosticarlo y es verdad que puesto en perspectiva histórica puede parecernos menos grave. Yo lo siento como tal y me han demostrado con datos que seguramente exagero. Lo sigo sintiendo y constato cosas curiosísimas. En cualquier caso, aplaudo tu visión de la universidad y ojalá cambie pronto la terrible ley que te penaliza. Gracias por los videos.
Un abrazo a los tres
No obstante, creo que desde ese malestar presente pueden abrirse potenciales grietas y pliegues, frente a la tiranía del goce y la obturación del deseo.
Respecto a descuidar la docencia en la universidad frente a la empresarialización de la misma es cuestión de estado y de proyecto de sociedad. Es una vergüenza que se considere caraga a la docencia, cuando debería ser el deseo primero del profesor universitario, más en la Fª y las Humanidades. El panel laboral del PDI es absolutamente piramidal, arriba nadide o casi nadie da clases, abajo todos y hasta arriba, degradación, precarización y desvalorización de la profesión.
Respecto a Gramsci y los herederos es necesario lo de la disciplina, pero seamos honestos, somo profes, no ominipresentes, hacemos nuestro trabajo, nos pagan por él, tenemos unas horas, grupos y tareas múltiples. Mi perspectiva frente a los más necesitados es más medios y recursos, en este sentido creo lo compensatorio, no en crear un aula marginal dentro del instituto o de cerrar puertas con numeros clausus en carreras determinadas (medicina, famracia,...) ligadas al poder hco. de sus colegios profesionales. Con el mantra del "biligüismo" en las aulas ya es la pera, pero vamos, que cada vez etsamos más separados, segregados en coles, carreas y campus de 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, hasta n veces. Y esto es muy grave para aquellos que tenemos el ideal republicano de la escuela pública (que nunca lo fue) muy alto.
El video merece ser visto para los que crean en una educación dialéctica, democrática, dialógica, socrática. El otro enlace lo uno ha esta discusión y es un post de un soiólogo que habla sobre la conversión del profesor en monologuista.
Saludos, María.
El libro de Bourdieu y Passeron es ya antiguo, se ha andado mucho y yo no estoy bien informado aunque lo intento. Antiguo o no me parece una perspectiva impepinable: Bourdieu y Rancière (Ver prefacio a la segunda edición del Filósofo y sus pobres) compartían idea común en ese punto, aunque su enemistad y sus diferencias teóricas les impedía reconocerlo.
Personalmente no puedo renunciar a la pedagogía, a un saber racional sobre las condiciones de la transmisión educativa en un contexto. Las críticas al pedagogismo las comparto, la idea de que no haya nada que decir sobre la profesión de profesor, no. Estoy harto de ver a gente que comparte ese discurso y repite a autores de moda sin comprenderlos, seguramente porque se los explicaron mal. Foucault se lleva la palma.
Por otro lado, lo de la atención con eclipses no es de internet. Passeron utilizaba el concepto para describir la relación de la cultura obrera con la legítima en Hoggart, seguramente recuperando sociológicamente el concepto de atención flotante.
Sobre lo que dice María: yo reivindico el cuerpo único de enseñantes y creo que las retribuciones tienen que ser simbólicas. Eso va unido a una crítica socialista de la división social (que no técnica) del trabajo que hoy tiene pocos adherentes. En ese marco, comparto cuanto dices sobre la división en la universidad.
Con lo que, y paso a otra cosa, muchas críticas a la cultura de masas mediocre no la comparto. En ese momento, recuerdo a Baudelot y Establet y su libro "El nivel educativo sube" y la idea de Ortega de que el especialista es un bárbaro que sabe mucho de una cosa. Y la escuela no está solo para transmitir cultura científica. Tampoco deseo una escuela antipedagógica de excelentes.
Gracias a ambos: me acabo de dar cuenta de que hace mucho que no leo sobre sociología de la educación. Julia Varela es importantísima. Su obra y la de Fernando Álvarez-Uría son para mí básicas, estén o no de moda.
Un saludo a ambos
Lo que quiero decir es que cada vez la escuela esta más atomizada, creando guetos y centors de 1, 2,3 y multuples divisiones, un horror.
m,e voy a comer, saludos y seguimos, María.
Saludos
Aquí, una de las mejores reflexiones desde el progresismo pedagógico, si se quiere denominar así. Intuyo que tenéis poca cultura de la buena pedagogía, Fª-Sª sí. Pedagogía hay mucha, exceso, pero no digamos de historia, sociología, economía, demografía, geodinámica y filosofía oficialista y retrógrada.
https://issuu.com/ediciones_morata/docs/gimeno_contenidos_isuu
Ya me dirésis.
Carmen, catedrática jubilada.
Enrique, que las clases medias abandonen la enseñanza pública depende del separatismo de ricos pero también de la subvención masiva de concertada y la falta de plazas en la pública. En Sevilla centro sencillamente es muy difícil conseguir colegio publico. Sobre la dicotomía, claro que es falsa. Pero no puede ser que la profesión de profesor, sea arte o ciencia, sea la única que no quepa enseñar. El pedagogismo es malo; el antipedagogismo también. Un abrazo
Si el profesorado tiene un bajo nivel de conocimientos no es una responsabilidad de los pedagogos, sino, en todo caso, de quienes impartan las matemáticas, las ciencias sociales, etc. El bajo nivel en estas sería imputable a quienes se dedican a ellas en las universidades. Mejorar la competencia en ciencias, humanidades o en cualquier otro ámbito cultural es una reclamación que algunos llevamos haciendo desde hace décadas.
No pueden ser verdad las acusaciones a la pedagogía de ser un conocimiento débil y, al mismo tiempo, atribuirle la responsabilidad de ser tan decisivamente letal, capaz de corromper todo. Es una contradicción. ¿O deberíamos atribuir a los demás actores un escasísimo poder de defensa de los dañinos pedagogos?
Completaré mis sugerencias informándoles a los antipedagogos que las Facultades de Educación, herederas casi todas ellas de las Escuelas de Magisterio, no son hoy, precisamente, territorios copados por la pedagogía. Quizá quienes descalifican a esta desconocen cómo está repartido el conocimiento (y la incompetencia) en todo el sistema educativo. Será de interés para ellos el saber que en la actualidad, tomando como ejemplo mi universidad y considerando dentro de ella la titulación de Maestro de Primaria, solo un 12% de los créditos correspondientes a las asignaturas troncales, que son las que cursan obligatoriamente todos los futuros maestros y maestras, son responsabilidad de los denostados pedagogos. El resto de la docencia compete a psicólogos y otros profesores que accedieron a la formación del profesorado con las respectivas licenciaturas universitarias sin que nadie ni procedimiento alguno les exigiera conocimientos sobre la educación.
Seamos serios. Con los diagnósticos de este tipo de los problemas que debemos abordar no vamos a ninguna parte."
José Gimeno Sacristán
1. Es ilegítimo -además de falsamente ideológico- preasumir una hipotética "militancia antipedagógica", o meramente "militancia de algo" en quienes simplemente denuncian los efectos de una conversión "psicologicista" y "pedagogicista" en la educación actual.
2. La crítica a la deriva mencionada no pretende responsabilizar a persona o a institución académica alguna de ella, ni por supuesto dañar interés corporativo.
3. El lenguaje "psicologicista" y "pedagogicista", aparentementemente barnizado de "innovación", encaja paradójicamente bien con el lenguaje que se ha puesto en circulación en el ámbito de una lógica de la organización empresarial acorde a un "nuevo espíritu del capitalismo". Léase, "calidad", "motivación", "liderazgo", "competencia"...
4. Recomendaba abiertamente la lectura de RODRIGUEZ, E. (2001), "Neoliberalismo, educación y Género: Análisis crítico de la reforma educativa española", Madrid, La Piqueta.
Para lo que nos interesa, se revelan dos ideas clave, explicativas del tránsito de una situación de ilusión a una de desencanto a lo largo de la década de los ochenta:
a. El discurso "pedagogicista" y "psicologicista", surgido a final de los años ochenta con la implantación de la LOGSE, ha sido un discurso "ideológico", en el sentido marxiano: va dirigido a un alumno/a "abstracto" y "universal", pasando por alto la singularidad de la realidad social ( en especial la de "clase") en donde éste se desenvuelve, como resultado de un diseño educativo en donde es marginado "lo social". Es un discurso elaborado por las élites de una burguesía de izquierdas para un alumno/a de una brumosa "clase media", que sirve como no más que como cajón de sastre.
b. El discurso "psicologicista" y "pedagogicista" (específicamente el "constructivismo") implantado a raíz de la LOGSE encajó perfectamente con la agenda política neoliberal en el terreno educativo, y es más consiguió catapultarlo.
En conclusión: Un rechazo al "pedagogismo" y al "psicologicismo" no le otorga a alguién una automática consideración de "conservadurismo". Habrá casos en que sí, pero otros en que no (sin por ello devenir "tonto útil" del conservadurismo. Por el contrario, el cuestionamiento del "psicologicismo" y "pedagogismo" parece ser el auténtico paso obligado en aras del cuestionamiento de una agenda política neoliberal.
¡Como no vamos a estar en contra del "psicologicismo" y del "pedagogismo"¡
* La Psicología y Pedagogía implantadas en el sistema educativo no son la única Psicología y Pedagogía psibles. Son un "tipo" de Psicología y de Pedagogía entre muchas otras, si bien las hegemónicas.
Saludos.