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Imágenes de la revolución I. Hugo Pratt: Oriente es rojo y violeta



Una creación artística siempre lleva pegada una fantasía política. Siempre comunica quiénes pueden acceder a ella —y aparecer en ella—, qué precio debe pagarse para experimentarla, cuánto debe invertirse para introducirla en tu espacio cotidiano. El arte contiene un dispositivo de exclusión y de atracción y éste se encastra en la manera de percibir y sentir el mundo, antes incluso de que podamos pensarlo; precisamente orientando cómo podemos pensarlo.
Esto no se acentúa cuando la creación versa sobre un acontecimiento político. Es verdad que la creación puede integrar un discurso ideológico más o menos elaborado. Su fantasía política, sin embargo, puede derivar de la práctica de exclusión y atracción y ser coherente o incoherente con el mensaje.
En esta serie de entradas reseñaré ciertas imágenes sobre las revoluciones rusas de Febrero y Octubre de 1917. Quisiera no concentrarme en la ideología explícita de las mismas, aunque esta exista y sea fácil de situar en las coordenadas políticas de la época en que se produjo la obra. Me preguntaré cómo en la obra se fantasea acerca de qué es lo que las revoluciones rusas introdujeron y también lo que desterraron del mundo. Empezaré por la obra de Hugo Pratt Corto Maltés en Siberia. Un prólogo sobre las fuentes históricas del cómic acompaña a la edición de Norma editorial. Asistimos a la guerra civil en Siberia y conocemos a diferentes fracciones de las fuerzas antibolcheviques, brutales, sofisticadas y decadentes. Y muy importante: aliadas a las potencias imperialistas que saquean Asia. 
El Ejército Rojo no aparece hasta el final, justo cuando el lector se pregunta dónde están los bolcheviques entre toda esta patulea de descerebrados. Con esa irrupción, comienza la apología de Hugo Pratt sobre la revolución. Pongámonos en situación. Sirva como ejemplo Ortega y Gasset. Este, como muchos enemigos de la revolución rusa, despachaba a los bolcheviques como orientales y los contraponía al movimiento obrero occidentalizado: Oriente y Occidente se oponen como la tiranía y la libertad y, más en lo cotidiano, como la brutalidad y los modales. Pratt invierte esta oposición y nos presenta a los rojos como el orden, un orden que se introduce repentinamente desde la frontera de Manchuria y Mongolia. Y los rojos que aparecen son incluso más orientales que los eslavos. Es la caballería mongola de Suke Bator, el futuro fundador de la Mongolia socialista. (La capital de Mongolia aún lleva su nombre, Ulan Bator: el caballero rojo.)

Tras verlos, la espía china de la que Corto se encuentra enamorado, enseguida se reconoce entre quienes se perfilan entre las colinas de nieve siberiana. En ese paisaje siniestro, que siempre imaginamos unido a los campos de trabajo soviéticos, emerge un mundo nuevo. El diálogo de la camarada Lil con los soldados rojos y con el propio Suké Bator incluye cortesía (muy oriental) e igualdad entre mujeres y hombres. Otro síntoma mayor de destrucción del patriarcado aparece cuando, al final del cómic, el compañero chino de Shangai Lil conozca a Corto sin mostrar un ápice de celos ni de desafío masculino. Shangai no necesita insistirle a Corto de que se trata de un hombre maravilloso. Nuestro héroe lo sabe y se retira. 

Pratt nos muestra la revolución roja como una revolución no rusa sino asiática. Con ella llega una civilización que destruye el orden patriarcal, insensato y violento de las fuerzas occidentales. La disciplina y la autocontención son mongolas y la promesa de libertad y de igualdad se encarnan, primero de todo, en las relaciones entre los sexos. Por destruir un tren blindado japonés, Suké Bator felicita a la camarada Lil y cree adivinarle lágrimas. Lil piensa haber matado con su acción a sus amigos Corto y Rasputín y no celebra la hazaña. Pero en cualquier caso advierte a Suke sobre sus lágrimas: “Aunque así fuese ¡Es asunto mío! Y el jefe rojo concluye: “Tienes mal carácter camarada… Pero esto también es asunto tuyo…”.

La revolución se nos dibuja como la inversión absoluta de los estigmas occidentales sobre Oriente. Los rojos no son solo eslavos orientales, son algo peor para nuestro imaginario: son chinos y ¡mongoles! A través de ellos se mete en vereda el caos introducido por las pendencias internas de las fuerzas blancas contrarrevolucionarias. Y la reestructuración no reposa sobre una ideología política, sino sobre algo más radical: reposa en la destrucción civilizada del orden patriarcal. Así no es que se nos sirva la apología de un Oriente civilizado y rojo. No: porque Oriente fue civilizado y rojo porque violeta, porque feminista. Ese Oriente salvador cabalgaba la tundra a lomos de la caballería roja. Y mongola, nada menos que mongola. 

Comentarios

Iba Nez Edu ha dicho que…
Mut interesante, muy buen articulo.

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