La oposición entre democracia representativa y participativa carece de sentido. La democracia representativa nos propone un régimen de participación limitado, que tiene su justificación. La deliberación exige que las personas partan con convicciones y revisables y puedan cambiar de opinión sin consultar a cada segundo a quienes los eligieron: después, cuando hayan hecho su trabajo y tomado sus decisiones, se les podrá sancionar o premiar. Deliberar, más allá de un cierto umbral de participantes, resulta imposible, por lo cual deliberación y participación masiva se encuentran siempre en tensión. El problema no consiste en la representación, sino en su secuestro por la partitocracia y el capital financiero. La apuesta por más democracia requiere apostar por formas de participación popular más restringidas (allí donde se considere necesario) y por formas de participación popular masiva siempre que sea posible. Incrementar la participación exige ampliar el repertorio con el q
"Huíd de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura." Juan de Mairena/Antonio Machado