(Un extracto de mi presentación al vol. 43, nº 3, 2006 de la Revista Política y sociedad que acaba de aparecer)
Este número contiene artículos sobre la salud mental analizados desde las ciencias sociales. No ofrece grandes reflexiones teóricas sobre la enfermedad mental, el poder de los expertos o las causas de la extensión de los males contemporáneos. Se trata, en mayor o menor medida, de artículos surgidos de procesos de producción de datos. Esos datos son pensados con diferentes herramientas teóricas y no proporcionan una teoría general sobre las ciencias sociales y la salud mental. Proporcionan un conjunto de miradas empíricamente fundadas. Uno de sus efectos, y no el menor, es romper con un tipo de acercamiento a las profesiones dedicadas a la salud mental que había sido, según el diagnóstico (referido a la relación entre sociología y psicoanálisis) de Samuel Lézé en su artículo, del tipo “para listo tú, listo yo”. Los sociólogos y los antropólogos descubrían ideología e interés privado entre las profesiones psiquiátricas y psicológicas; éstas detectaban resistencias y falta de responsabilidad personal en los discursos contextualizadores de la sociología y la antropología. Este número intenta romper con esa cultura y se compromete con un análisis puede ser menos beligerante y más preciso, menos pomposo y más humilde, menos taxativo y, quizá, más verdadero.
El artículo de Jean-Sebastien Eideliman analiza la relación entre los diagnósticos que recibe un sujeto y una economía familiar específica. El autor combina una sociología de los diagnósticos profanos (mucho más móviles y “estratégicos” que los expertos) y profesionales con una reconstrucción minuciosa de la configuración de un grupo familiar. Su artículo nos permite comprender mejor, en primer lugar, la historia relativamente autónoma de la gestión profana de los diagnósticos y, en segundo lugar, cómo los conflictos en el seno de las redes familiares movilizan un tipo u otro de relato profesional acerca de la enfermedad y de práctica institucional de gestión y de cuidados. El artículo muestra la textura conflictiva tanto del mundo profesional como del doméstico, los espacios de posibles que se abren en el interior de cada uno y las potenciales configuraciones existentes para clasificar a un individuo como enfermo en la interacción entre mundo doméstico y profesional.
El artículo de Thomas Sauvadet se concentra específicamente en los modos profanos de gestionar la locura. La locura no es, en ocasiones, más que el nombre que damos a pautas sociales que no comprendemos pero que, en su entorno específico, son comportamientos estratégicamente lúcidos. Sauvadet describe cómo dos tipos de “locura” funcionan en la vida cotidiana de un grupo de jóvenes de un barrio marginal francés: la primera de ellas, notablemente funcional, permite al sujeto defender su reputación y mantenerse en el delicado sistema de equilibrios cotidiano; la segunda de ellas, condena al individuo a la exclusión social; la primera, permite enfrentarse al mundo e imponerle algo de la propia voluntad; la segunda es el resultado de un sujeto que estalla ante la agresión del mundo cotidiano. Sauvadet recupera así también una tradición de análisis de las variadas formas de conciencia profana de la “locura” que, a menudo, ha sido, en los análisis de la enfermedad mental, apresuradamente convertida en simple conclusión de los movimientos del mundo profesional. A partir –como Eideliman- de un análisis etnográfico, Sauvadet defiende la “locura” como un producto, muy histórico pero también muy material, de una determinada posición en el espacio social expuesta a formas de violencia permanentes y difíciles de articular subjetivamente: la “historia de Abdel” muestra cómo un azar puede sacudir un frágil equilibro costosamente ganado y mantenido.
Ángel Martínez Hernáez analiza críticamente la organización farmacéutica de los estados depresivos. Martínez Hernáez considera que un sistema psiquiátrico epistemológicamente sospechoso y socialmente expansionista tiende a convertir los disgustos vitales en síntomas de enfermedad mental. Martínez Hernáez sitúa a dicho sistema en vínculo directo con los tentáculos de las compañías farmacéuticas. Es la contribución a este número que recupera con vigor y argumentos la crítica política a la psiquiatría realizada desde las ciencias sociales.
José Luis Moreno Pestaña se sitúa en la perspectiva de las personas con trastornos alimentarios y examina la trayectoria de las mismas a partir del encabalgamiento de tres tipos de variables: recursos sociales, acceso al sistema terapéutico y concepciones de la enfermedad. Para hacerlo combina el origen social, la longitud y el modelo de trayectoria en el sistema de salud y las ideologías de los actores sobre la enfermedad.
Samuel Lézé continúa ahondando en los procesos de socialización profesional. Lézé descubre un vínculo entre la carrera de usuario de la terapia psicoanalítica, militante de la causa psicoanalítica y carrera profesional. Lézé utiliza los marcos diacrónicos elaborados por la sociología interaccionista para comprender qué transporta a un individuo desde el sufrimiento personal a la defensa de una causa y, desde allí, al ejercicio del psicoanálisis. La sociología de las profesiones, que en principio parecía la más apropiada para el análisis del asunto, se convierte en sociología de los movimientos sociales. Esta combinación entre sufrimiento personal y proselitismo terapéutico ayuda a comprender la base del reclutamiento y el mantenimiento de las diferentes escuelas psicológicas y anima a extender el modelo analítico más allá del psicoanálisis.
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