Intervención ayer en Traficantes de sueños durante la presentación de Foucault y la política
¿Quién es un buen lector de Foucault? Es uno que no toma de Foucault lo que le viene en gana, sino el que aspira a tener por entero el espíritu de Foucault “porque debe haber el mismo espíritu en el autor del texto y en el del comentario”. Para ser un buen lector de Foucault, un buen foucaultiano, deben comentarse sus teorías teniendo “la profundidad de un filósofo y no la superficialidad de un historiador”
Es una broma. En realidad, el texto anterior resume "¿Qué es un tomista?", un texto del insigne filósofo de la Orden de predicadores Santiago Ramírez, y publicado en 1923. Pero los que comentan filósofos, Foucault incluido, siguen, sin saberlo, el marco de Ramírez. Deberían leerlo y atreverse a ser quienes son, tal y como mandaba Píndaro. El trabajo filosófico, desde esta perspectiva, consiste en
1. Se adscriben a una doctrina y la comentan mediante paráfrasis más o menos logradas y producen lo que Ortega llamaba comentarios de comentarios. A veces comparan la doctrina con otra doctrina y si la nueva concuerda con la primera la aprueban, si no, la suspenden. En el máximo de riesgo, hacen una síntesis entre ambas doctrinas ignorando completamente cuanto tenían de específico. Convirtiéndolas, de nuevo Ortega, en abreviaturas utilizables en sus alquimias conceptuales privadas.
2. Cuanto más importantes son los temas que se tratan y más consagrados sus autores (según la norma filosófica vigente), más importante es el discurso. El contexto histórico se refiere de manera incidental y solo explica lo que no es bueno filosóficamente.
3. Lo filosófico es todo lo que tiene que ver con razones y se considera superficial o anecdótico todo cuanto las sitúa, en coyunturas históricas y trayectorias biográficas, las razones.
Ese modelo no es exclusivo de los comentadores de Foucault. Es el modelo de filosofía característico de las tradiciones analíticas y continentales. He escrito este libro desde otra perspectiva
1. Importar teorías sin conocer el contexto en el que se producen es no saber qué se lee. Literalmente: se lee como crítico lo que es conforme, se amplia como debate filosófico de manual lo que tiene que ver con una trayectoria familiar y social (véase al respecto de lo primero la cuestión de la biopolítica; sobre lo segundo, lo que señalo sobre las ciencias sociales y Foucault, su familia y su unidad generacional: Veyne, Passeron, Bourdieu…)
2. Pegada a los conceptos, como una polizona, una pasajera clandestina, viaja una forma de vida. Reconstruirla sirve para comprender que toda idea es un punto de vista sobre el mundo. Y si se ocupase la posición del que la formula se tendría ese punto de vista. Por eso debemos reconstruir esa posición que es siempre original. Eso lo he aprendido de dos amantes tanto de Leibniz como de la sociología: Pierre Bourdieu y José Ortega. Pero el punto de vista de un filósofo sobre la psiquiatría o el trabajo social no es el de un psiquiatra o un trabajador social que la vive en la práctica. Tan legítimas son unas como otras. La función del trabajo intelectual es comprender no condenar y para comprender en serio hay que construir el mapa de las perspectivas relevantes para comprender qué dicen y qué no dicen los conceptos.
3. Los rasgos de una forma de vida no son exclusivos de ella sino que pueden perdurar. Pensar, en serio, es comparar contextos diferentes pero emparentados en ciertos aspectos: se trata de ver en cuáles sí y en cuáles no. Esta definición es de un spinozista, que se toma en serio la originalidad de los modos de la sustancia: Jean-Claude Passeron. La posición cínica tiene algo que decirnos hoy, como la estoica siempre y cuando, metódicamente, comparemos la labor de consejo o de provocación de entonces y ahora. ¿Qué es actual? No lo que dice el calendario por la simple razón de que el tiempo continuo no es el tiempo de las coyunturas sociales. Actual es cuanto se mueve en coordenadas comunes a las nuestras que por lo demás siempre lo son del todo. Traerlas a colación ayuda a ver lo que no se veía, no a fardar de erudición.
¿Por qué he escrito este libro, que he querido hacer breve y claro? Porque creo que Foucault es actual y que merece la pena leerse. Por cuatro razones
1. Saca la filosofía del comentario de textos y, en ese sentido, es un filósofo político aunque no hable del contrato, del Estado y de la representación. Foucault amplía las fronteras de la política... Considera que se puede hacer, como le decía Parménides a Sócrates, filosofía sobre una uña y que para saber de la burguesía no había que leer a Hegel o a Comte, sino estudiar documentos administrativos.
2. Amplía el repertorio de nuestros problemas políticos allí donde muchos solo ven problemas de aplicación de conocimientos técnicos. He intentado mostrar cuánto de valioso tenía su concepción de la relación entre saber, ética y política, sin que ninguna se reduzca a otra. Entre las tres hay relaciones triangulares: cuando sabes algo te exiges ser de una manera y actúas con un sentido. Cuando te dedicas a la acción política tratas a los demás con un código y te basas en un saber. Cuando juzgas moralmente partes de un conocimiento sobre lo posible y lo imposible en el mundo real y sobre qué puede hacerse o no para cambiarlo. Foucault intentó sacar esos implícitos a la luz. Es un programa maravilloso: en sociología de las ciencias, fenomenología de los valores y filosofía política.
3. En ese sentido piensa como nadie, y es una aportación de primer orden al republicanismo filosófico, la relación entre experiencia íntima y acción política, entre libertad para con los demás y gobierno de uno mismo. Esto que voy a decir es muy sartreano, pero no describe mal a Foucault: al elegirse a uno mismo elegimos el mundo. Foucault establece continuidades entre como nos tratamos en la esfera íntima y cómo somos capaces de tratar a los demás y, en ese sentido, nos recuerda que cada acción nos provee de unas competencias y de unos hábitos. El problema de una libertad real es el problema de nuestros hábitos que está en el cruce entre lo íntimo y lo social. Foucault es imprescindible.
4. Su talante político es empirista, de valoraciones parciales, de descripción compleja de potencias y obstáculos. Todo no se refleja en todo por tanto la esencia del mundo no se lee en cada uno de sus aspectos. Esa idea hegeliana, totalizante y perezosa, que permite hacer analogías salvajes, e ignorar la complejidad empírica es, además políticamente estéril y sirve para proclamar vaciedades empíricamente incontrolables en uno u otro sentido. Foucault no conocía las síntesis dialécticas ni el sentido de la historia y no canjeaba las singularidades en los conceptos generales, que son como esos barcos, de nuevo la imagen es de Ortega, donde todo el mundo va junto y nadie contento-.
Enemigo del comentario de textos como regla de vida y piedad filosófica, pensador de los vínculos entre ciencia, ética y política, amigo de juzgar las filosofías políticas ante el espejo de la gran cólera de los hechos. Creo que en esos temas aun somos foucaultianos y es un pensador a la altura de nuestro tiempo político.
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