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Hermes no tuvo éxito


Alien, el octavo pasajero narraba dos historias. La primera, obvia, enfrentaba a los miembros de la nave con la alteridad, una criatura  inteligente y, lo explicaba admirado el robot que acompañaba a la tripulación, con una inteligencia estratégica inigualable. Con ella no había componenda posible porque no quería comunicarse con los humanos: sólo devorarlos. Primera lección: si el hombre es un animal racional y esa razón no se especifica, mala cosa. Su razón debe incluir el deseo de compartir un espacio con el otro. De lo contrario, éste se convertirá exclusivamente en obstáculo y en rival. La inteligencia técnica no es suficiente para la existencia en común.
La segunda historia daba sentido a la primera y la organizaba. La clave del encuentro con esa criatura estaba en la Compañía que organizaba la expedición. Querían al bicho para su división de armamento. La moraleja cae por su propio peso. Frente al monstruo, la tripulación no entraba en contacto con lo Otro, desconocido y ajeno, sino con el interior más íntimo de ellos mismos, un interior que desconocían, pero en el cual estaban embarcados. La misión de la nave Nostromo era traer la racionalidad letal de Alien a la Tierra. Ergo, esa racionalidad ya imperaba en el mundo humano, aunque aquellos a los que transportaba, a los que sacrificaba, no podían o no lo querían ver.
La primera escena de Prometheus muestra a un Titán bebiendo un brebaje y acto seguido descomponerse como un muñeco roto. Unos arqueólogos, comparando pinturas rupestres, han descubierto un mensaje común: algo que venía del cielo dio algo a los hombres primitivos y estos, agradecidos, lo reflejaron en sus dibujos. ¿Qué le dio? La vida, parece. Parece. Una nave llamada Prometheus va en busca de los titanes para conocer el secreto de la vida. Efectivamente, como en el caso del Nostromo, la misión no es la que parece y lo que la tripulación busca de verdad es algo muy distinto a lo que creen saber que buscan.
Además, sólo hay que asistir un rato a las primeras conversaciones de la tripulación para darse cuenta de que son una alegría de gente: chulos, místicos, científicos ambiciosos y, como manda la racionalidad instrumental, con un grupo intentando sacrificar a otro para su beneficio. No falta el robot, que hace deporte, es aséptico, amabilísimo y conoce todas las lenguas del universo pero que, como tal robot, trabaja para su amo sin remordimientos (parece el trabajador soñado por el postfordismo). En su caso, la manipulación de los demás forma parte del nudo director de su acción. Él busca un objetivo y los efectos colaterales se la traen al pairo. Es una inteligencia estratégica. Como Alien.
Protágoras, que no creía en los dioses, o que creía poco, cuenta –por razones pedagógicas, aclara a Sócrates- la siguiente historia (véase el diálogo homónimo de Platón). Zeus confió a Epimeteo y a Prometeo que creasen las especies. Epimeteo se encargaría de equiparlas y Prometeo quedaría como supervisor. Resulta que Epimeteo era un desastre y cuando llegó a los hombres se le habían acabado los bienes que repartir e hizo criaturas muy débiles, pasto fácil de las fieras. Prometeo, siempre al quite cuando de los humanos se trataba, le robo a Efesto y a Atenea las artes y el fuego, esto es, la técnica. La cosa no mejoró: los hombres aprendieron a defenderse de los animales pero se hacían picadillo entre ellos. El pobre Zeus, harto de tanto patán, mandó a Hermes, el dios de los significados, aquel que permite comunicarse y entenderse con la alteridad, que les distribuyese una nueva virtud. Y aquí está la clave de lo que el filósofo amigo de Pericles le espeta a Sócrates, siempre un pelín reaccionario y como tal, enemigo de la participación colectiva en el gobierno de la ciudad. Para Sócrates/Platón los buenos gobernantes debían ser los especialistas, quedándose el resto de los humanos enriqueciéndose y consumiendo. Protágoras no cree que de ese modo nos salvemos de la ruina. La nueva virtud que Zeus encomendó al dios de la alteridad, no se distribuirá de forma desigual, como hizo el bruto de Prometeo, sino equitativamente entre todos los hombres. Así lo explica Protágoras: “Con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos, legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos? "Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado, como una peste, de la ciudad''.
La nave Prometheus cree que busca el sentido de la vida humana encontrándose con los creadores. En el fondo, ya lo sabemos, buscan otra cosa que solo sabe el capitalista que paga la empresa. Buscan la técnica, la misma técnica que ha descoyuntado, al comienzo de la película, al titán en su roca, la misma roca a la que fue encadenado Prometeo por distribuir la técnica sin cualidades. La técnica sin política solo fabrica fieras inteligentes, pero no menos fieras.
Cuando nuestra expedición se encuentra a los creadores estos tenían un plan para los humanos: eliminarlos haciéndoles parir bestias inteligentes y letales incapaces de participar del “pudor y de la justicia”. Pero basta un vistazo a la tripulación de Prometheus –y aún más, a su objetivo oculto- para saber que ellos ya eran así. Las futuras criaturas que saldrían de su vientre solo serían una depuración, una especie de condensado sin hipocresía, de la única racionalidad que conocían: la inteligencia instrumental basada en la manipulación y el dominio.
La protagonista se pregunta. “¿Por qué nos odian tanto nuestros creadores?” Pues, chica, la respuesta está clara: ven y mira como sois. Prometeo no os dio la vida humana porque la vida humana no es posible sólo con la técnica y se convierte en un infierno si la única racionalidad que impera es la de la manipulación de todos los seres como si fueran entidades sacrificables. Los dioses os odian porque parece que Hermes no hizo tampoco bien su misión y el proyecto de Protágoras –la participación colectiva de hombres iguales en la virtud política- nunca se consumó. Lo que se consumó fue la sociedad regida por (supuestos) especialistas mientras un conjunto de imbéciles morales se dedicaban a consumir y a hacerse trampas entre ellos. A eso se parece la nave Prometheus. Sócrates creía que así podría construirse una ciudad ya que los especialistas educarían a los imbéciles. Pero no, de la imbecilidad no se sale con doctrinas, Protágoras lo sabía bien: solo con prácticas.
Cuando la Compañía intenta razonar con el titán este descoyunta a golpes a los enviados. Hermes falló y Prometeo tuvo éxito. El mandato de Zeus era inexorable: “Que sean eliminados como la peste de la ciudad”. Y como no hay ciudades, que solo se tejen con la virtud que traía Hermes, sino asociaciones de tramposos y egoístas, todos ellos muy contentos de haberse conocido, que no quede ni uno.
Por suerte, queda alguna esperanza para el sueño de Protágoras. Y surge, para escándalo de hipócritas, de una mujer que decide abortar (como la Teniente Ripley en la tercera parte de Alien) porque el sentido de un ser es más importante que su presencia biológica, por mucho que ese ser fuera fruto del amor.
También, no podía ser de otra manera, porque un grupo de hombres del Prometheus forman un equipo, y se asocian entre ellos para una racionalidad más alta que la de sus intereses  inmediatos, incluso que sus vidas biológicas. Son los hombres más modestos de la nave, los que tienen los oficios menos especializados, los serviles (uno es un simple instrumento sexual para la repulsiva hija del mandamás), pero que forman una pequeñita ciudad entre tanto listillo.

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