La palabra casta ha entrado en el
discurso político. ¿Existe una casta? En principio, las sociedades modernas carecen
de barreras a la movilidad social en ningún plano. Solo las aceptan con una
justificación de una profesión: con un saber y una práctica reguladas y
especializada. Las democracias, sobre todo las democracias, no deberían
conocerlos en el político.
Desde diferentes perspectivas podríamos
pensar, sin embargo, que existe una casta. La fundamental, muy extendida, es
que ésta existe porque los principios de movilidad no son los que debieran. Así,
en política, no se valoran las competencias técnicas de los sujetos ya que el
reclutamiento se realiza según lógicas de patronazgo (dirían los historiadores:
preburguesas): no importa cuánto sepas si no te encuentras en una familia política
y si ésta no te impulsa a ascender. Para quienes perciben el problema desde ese
punto de vista, la política es un escenario de servilismo, ausencia de coraje,
ambigüedad calculada, promoción de ignorantes y cinismo. Y, en cierta medida,
en buena medida, llevan razón. Por lo que sé, falta una etnografía sobre qué
significa, para una persona común, entrar en política. Ojalá haya alguien con
arrestos, independencia de criterio y tiempo que pueda hacerla.
Efectivamente, basta comparar lo que
sucede cuando la gente normal intenta hablar para ver cuáles son tales
procedimientos de restricción de la vida política. Uno, muy importante, es la
complejización. Cuando un profano intenta hablar, razonar, quedar para
reunirse, siempre habrá un especialista que le corregirá, lo intentará seducir
para llevarlo a su lenguaje, impondrá tareas insoportables para quienes carecen
de su agenda. Podríamos llamar a ese mecanismo densificación artificial del
mundo político. Sucede igual que cuando un no entendido se aventura al Museo de
Arte Moderno de Nueva York (MOMA) y empieza a disertar entre doctos. Si estos
quisieran llevarse al entendido a su posición (y no echarlo con cajas
destempladas), actuarían igual que el especialista del campo político y le darían
unas cuantas lecciones de historia que lo dejarían pasmado. Exactamente igual
que si invocaran la historia del movimiento libertario de Salvoechea a Tiqqun o
de la crítica de Hayek a la arrogancia socialista o vaya usted a saber de qué:
en un caso como el otro, el pobre diablo quedaría anonadado y convencido de que
necesita irse a su casa a estudiar, seguir a los especialistas ( y entrar en su
Corte de Discípulos y, muy importante, imitar sus formas de vida) o, lo más común,
se iría a su casa y se diría que él no sirve para la política.
Contra la densificación artificial solo
existe una posibilidad: la rarefacción, la eliminación de la densidad por la
que el entendido se acoraza frente al lego. Pero, quien me haya seguido, puede
preguntar: ¿podríamos admitir que alguien pudiese disertar de arte sin
estudiarlo? No, ¿verdad? Y ¿por qué lo aceptaríamos de política? En uno u otro
campo el estudio guiado, el discipulado con el Maestro o Líder o la renuncia a
la vida cotidiana (con la entrada en el monacato de los sabios) son los únicos
caminos viables.
Efectivamente, esa es la trampa de
quienes critican a la casta desde argumentos técnicos. Trampa que se ponen en
primer lugar a sí mismos ¡La casta se formó como tal por razones técnicas,
porque hubo quien creyó, con bonísimo corazón, que solo unos pocos saben mandar!
Sucede que, y esto no lo voy argumentar aquí, no hay saberes políticos como los
hay de la historia del arte: la política es algo que requiere deliberación y
confiar que en ésta se eduquen los puntos de vista. Por eso los procesos de
densificación, de complejización, son artificiales: buscan justificar
arbitrariamente a un grupo distinto, un grupo que se pretende más avezado que
sus ciudadanos.
Quienes no entran en él, y lo desean, lo
llaman casta. Pero si ese deseo parte de creerse más competentes técnicamente
(que sus adversarios, pero también que la gente común) ya sabemos qué pasará:
si triunfan, se convertirán en otra. Y no se pensarán como tal, se considerarán
los más preparados, los pocos que merecen estar donde están.
Al principio del 15M publiqué un artículo
donde llamaba al movimiento “social y liberal”, generacional y asambleario. Con lo primero quería decir que el mensaje no se dejaba organizar según el eje
derecha e izquierda: la crítica al capitalismo financiero era contundente, pero
la izquierda no se identifica sin más con la democracia y las libertades. Hoy
no diría social y liberal, pero el diagnóstico no era estúpido y sigue
permitiendo pensar las nuevas ideas políticas que, conectadas con el 15M,
continúan empujando. Lo de generacional era evidente: el rechazo al carácter
centrípeto del mundo político (también de los partidos y grupos de oposición) y
las terribles barreras que impone a los profanos. La cuestión asamblearia no
necesito argumentarla. Como enseñó Hannah Arendt siempre que hay extensión de
la vida política hay consejos, asambleas. Lo hubo y los habrá. En La Pnyx, en
Budapest y en la Plaza del Palillero.
Las asambleas son lugares muy sensibles:
es muy fácil, o bastante fácil, vaciarlas y dominarlas. Diez, organizados,
dominan a diez mil. Si no los dominan, los aburren, los echan, tal y como
muestra Adriana Razquin. Luego ya pueden decir, con Benjamin Constant, que la
libertad de la gente de hoy consiste en ocuparse de las industrias y ocios de
cada cual, no en consagrarse a la vida pública. Pero son ellos, cuando surge
ese deseo de otra libertad, de una
libertad que no tiene cabida en el mundo de los lobbies y los hobbies (que diría
Castoriadis), quienes lo impiden.
Por eso, con buenas razones, se desconfía
de las asambleas. Pero sin esa dimensión la cosa quedaría en un nuevo significado
político (más allá de la derecha y la izquierda como titulaba uno de sus libros
el sociólogo inglés Anthony Giddens) y en una generación que pugna por hacerse
un hueco –o gentes que, por razones diversas, quedaron relegados del poder y
quieren volver. Subjetivamente quieren, con absoluta sinceridad, sustituir a la
casta. Objetivamente van, sin saberlo, a convertirse en otra si triunfan.
El problema no es la casta: el problema
es la densificación artificial de la política. Frente a lo cual solo caben procesos
de rarefacción: rotación de cargos, desprofesionalización, circulación, todo lo
acelerada que se pueda, de la gente que delibera y decide.
Comentarios
Basta observar la personalidad y el recorrido vital de quien hoy es presidente del gobierno español.
No ha hecho más que trepar y fue digitalmente nombrado como sucesor al frente de esa "cuasi iglesia" que parece el PP. Lo digo por la fidelización de los votantes, pase lo que pase y hagan lo que hagan, siguen votándoles bastante en masa.
Hacen bien en llamarlos casta.
No te pongas la venda antes de laherida. El discurso y los modos son muy diferentes, y gente muy corriente está tomando parte en el movimiento, esperemos que no cambien como para convertirse en otro Rajoy cualquiera.
No por favor, no lo quiera Dios ni lo permita....
En las instituciones españolas de la Política, Justicia, Academia, Servicios públicos,... hay castas soventes acomodadas que solo miran su corporativismo 8enfermad común de sindicatos y otras entidades). todo ello conviven con el postfranquismo el Opus y una fuerzas reaccionarias tremendas.
Los representantes son representantes y cambiar los hábitos es muy dificil, quien lo probó lo sabe y hay cambios que no pueden ser todo lo rápido que deseamos. de cualquier modo es aceptable la crítica, simepre, de la jaula de hierro, a devenir en acomodado. pero los procesos no son comparables. O, al menos, sé más concreto amigo.
Saludos,
Mariano.
Hoy no publicaría este texto. Anónimo (último) lleva razón en que hoy es impensable una vida sin hobbies y que deben respetarse. La crítica a los hobbies y los lobbies es una fórmula de Castoriadis. Pero hay que insistir en el liberalismo como tan bien señalas con la magnífica referencia del Rorty.
Mariano me pide que sea concreto. Critico a la crítica tecnocrática de la casta, no a la crítica política. No critico la crítica de Podemos, es la crítica más popular, aunque una y otra interseccionan y no están bien separadas en el texto: lo escribí de un tirón y con sueño de padre reciente. Hay que tener paciencia pero sin caer en el fatalismo del no hay otra salida. Como sabes, Mariano, creo que desde el punto de vista democrático (ahí coincido con Anónimo último) los movimientos sociales dejan mucho que desear. Y los que se han formado en ellos doblemente.
Ana creo que identifica mi crítica con Podemos. No, qué va. Solo insisto en algo. Al principio nadie quiso ser casta. Fue la división técnica del trabajo la que obligó a ello. Yo siempre creo que la división técnica existe pero que en la mayoría de las ocasiones camufla la división social.
Por su lado, la nueva política sería la que que vacía una y otra vez el centro potenciando lo demás. La que abre posibilidades de intervención política en lugar de acotarlas a unos espacios privilegiados, la que multiplica las capacidades de cualquiera (de hacer, de decir, de pensar) en lugar de producir espectadores, la que activa conversaciones y no monólogos.
Una de las lecciones foucaultianas que podemos recoger hoy es que la madurez del pensamiento político no consiste en pasar de lo pequeño a lo grande o en "saltar" de las calles a las instituciones (ni en lo contrario), sino en guillotinar por fin al rey e inventarnos lenguajes y mapas para empujar un cambio que será (en) plural o no será.
http://www.eldiario.es/interferencias/Foucault_nueva_imaginacion_politica_6_274432557.html