Uno de los problemas más difíciles de la investigación de la vida intelectual consiste en delimitar qué es una escuela intelectual. Desde el exterior, las escuelas suelen ser conceptuadas como símbolos de la corrupción del libre pensamiento: si ese exterior está ocupado por un antiguo miembro, la escuela se degrada a la condición de secta patológica. Desde el interior, la escuela se percibe como empresa colectiva, lugar de transmisión de una teoría, predicación de moral teórica y renovación de la empresa de un gran maestro. Resulta alucinante cómo los intelectuales, apocalípticos o integrados respecto de las escuelas o de tal o cual escuela, pueden repetir discursos idénticos y diversos según su relación con el maestro y la escuela, y no interrogarse sobre si tales discursos -y sobre todo los afectos que los sostienen- proceden de procesos que se les escapan.
En la investigación de las escuelas sobran actitudes partisanas y falta un trabajo científico: de creación de tipos ideales comunicados con variedades empíricas, de comparación entre ellos, de establecimiento de constantes y de señalamiento de diferencias; de ubicación de estas respecto de un conjunto de condiciones sociales, políticas e institucionales.
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