El régimen epistemológico de las ciencias sociales, señalaba Neurath (si no me equivoco, trabajando en la foto en un negociado de la Viena roja), soporta mal el modo de hablar “ontológico” acerca de la verdad o falsedad. Las razones eran dos. En primer lugar, Neurath no aceptaba que los enunciados observacionales proveyeran de un fundamento definitivo desde el que levantar el edificio científico. Por tanto, todo enunciado científico social era provisional y estaba limitado geográfica e históricamente. Si ello era así –y he aquí la segunda razón- no exisitía forma alguna de tomar una decisión definitiva entre los distintos posibles teóricos que permiten tratar y de presentar los datos empíricos. Según Neurath, ningún mecanismo evitaba el dilema de tener que decidirse entre conjuntos de informes empíricos y de hipótesis igualmente plausibles. Las ciencias sociales debían vérselas con un menu de historias posibles que ningún acto de investigación concreta podría agotar: “unos pocos restos de muralla, unos pocos planos y unos cuantos capítulos de un autor antiguo permiten más de una reconstrucción” , decía acerca de la historia y, mantenía de igual modo para la sociología.
Por tanto, ni los protocolos de observación proveen de una evidencia total, ni nuestros modos de registrar el acontecer histórico son infalibles. Por esa razón, el lenguaje del científico social se encuentra a mitad de camino entre el lenguaje normal y el lenguaje formalizado. A lo sumo, admitía –y ello no sólo en las ciencias sociales, aunque si en un grado superior- existen “islas de sistematización”. Una actitud depurativa, que pretendiese limpiar la ciencia de residuos del lenguaje natural, segaría quizás la imprecisión pero también la riqueza y acabaría reduciendo los elementos con los que trabaja la ciencia a “algo elemental, primitivo y pobre” . Una ciencia social metódicamente muy depurada no era una ciencia social interesante y capaz de ambición explicativa. Quedarían fuera de ella, nada más y nada menos, que “la historia de las artes, la historia de las herramientas, la historia de la felicidad, la historia de la ingeniería, la historia de la devoción y la historia de las organizaciones religiosas. La valentía ontológica de las ciencias sociales se compadece mal con los corsés metodológicos.
Uno de ellos vió Neurath en el falsacionismo popperiano. Para Neurath, la propuesta popperiana tomaba base en un supuesto falso en las ciencias naturales y cuyas exigencias resultarían devastadoras para las ciencias sociales. La refutación no avanzaba mucho, a su parecer, respecto al dogmatismo verificacionista. Neurath tomaba inequivocamente partido por la ciencia que se hace frente a la ciencia imaginada por el filósofo. “En la historia cósmica, y particularmente en las ciencias sociales, apenas hacemos uso de la asimetría de refutación-verificación de determinados esquemas de cálculo. Lo único que hacemos es comprobar toda una red de hipótesis, sin que podamos decir de cuáles de esas hipótesis van a surgir determinados problemas. Eso hace necesario que comencemos de nuevo desde el principio empleando métodos pluralistas. El apoyar unas hipótesis por medio del material adecuado para tales hipótesis se basa en alguna decisión: estamos seleccionando material. El “corroborar” hipótesis como el “rebatirlas” mediante ejemplos positivos” y “ejemplos negativos” implica decisiones; pero ningún experimentum crucis puede invalidar ninguna hipótesis individual”.
Era en el Círculo de Viena, años 20, finales, años 30, principio. Ha pasado tiempo. Pues el sentido común científico-social, que es el que conozco, sigue siendo preneurathiano. Y tan pancho el personal.
Positivismo para todos. Pero del bueno. Del que se sabe elevado sobre unos pocos restos de muralla.
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