Cuatro años ya del 15M. Desde entonces hemos visto
hundirse en la miseria, aún más, una parte importante de nuestro
país. Desde entonces hemos visto nacer, con una fuerza inesperada,
una nueva formación política. Gente que ni olía la política hoy
la convierte en centro de sus preocupaciones. Una universidad
sumergida en la ideología del paper y cegada por el currículo
hoy discute sobre el país, sobre ella misma, sobre lo que merece
cambiarse en aquel, lo que no puede seguir pasando en su propio seno.
Intelectualmente, el 15M mostró la debilidad de la
ideología asambleísta. Digan cuanto quieran los demagogos: nada es
más desesperante que la imposición por la vía de los hechos. Sólo
cuando una comunidad cívica se encuentra muy tensa y entrenada puede
controlar la falta de estructuras. De lo contrario se ve desbordada
por quienes tienen tiempo libre, por quienes se sienten llamados por
una misión, por quienes saben cocinar resultados y presentarlos como
democráticos.
La ideología asambleísta -o asamblearia- dice poco
sobre la democracia por asambleas. El problema estriba en construir
asambleas a partir, exclusivamente, de aquellos que quieren reunirse, que pueden
reunirse y que estos decidan sobre aquellos que quieren reunirse
–pero no tanto, porque quieren cuidar otras partes de su vida- y
que, aunque quisieran, tampoco pueden. Quienes crean que el principio
de distinción (los representantes son los que saben, son
especialistas, y los representados tienen que encogerse de hombros y
resignarse a rabiar de cuando en cuando) sólo es el inconsciente
ideológico de la democracia moderna, pero no la última palabra
sobre la democracia, tienen ante sí un duro trabajo: ¿Enfrente? Los
que no registran el poder en las asambleas jibarizadas, compuestas
por los disponibles, los de siempre, los imprescindibles. ¿Quién
más? Sobre todo, ante todo, los defensores del viejo realismo que
sonríen ante el fracaso, ¡ah!, y los nuevos conversos, los nuevos conversos.
Impactante, sin duda, ha sido el cambio en nuestro
paisaje personal. Bourdieu advertía sobre un fenómeno terrible: la
transformación de los sujetos en contacto con el mundo político. No
era un problema personal, advertía, y cualquier moralismo sobra:
resultaba del contacto con el poder, de cómo éste va resocializando
–en sentido fuerte: socializando de nuevo, produciéndoles nuevas
costumbres, reprimiendo las antiguas- a los individuos, cómo los
vuelve desconocidos para quienes les conocían, cómo los vuelve
reconocibles para quienes no los conocían. Era necesario que eso
pasase y debemos mucho a quienes se han arriesgado. Cuando les
recordamos los peligros no hablamos con desprecio ni animadversión:
los apreciamos y sabemos que se las están viendo con algo muy viscoso. Sabemos que es fácil que esa viscosidad se compacte en dominación; sabemos que es fácil que se oculte ésta por la soberbia. Los de antes no estaban hechos de otra pasta, sino de la misma que la nuestra. Es bueno que nos demos cuenta: para ser tolerantes con ellos, para ser desconfiados con nosotros.
Cuatro años después somos mejores de lo que éramos, aunque
seamos más pobres: estamos menos sometidos y eso también es
riqueza y más pobres lo íbamos a ser de todos modos. Cuatro años después tenemos la oportunidad de demostrar
que podemos comernos el pudin y probar que podemos hacerlo de otra
manera. Cuatro años después debemos recordar que la política no es, no puede ser, asunto de especialistas en trepar; sí, a menudo, de especialistas en
cuestiones muy complejas: ¡claro, claro!: habrá que ver cuáles,
habrá qué ver durante cuánto tiempo, habrá que ver si ese
conocimiento pueden adquirirlo más personas (y despedir agradecidos al especialista), habrá que medir que el que
merece reconocimiento en algo no pretenda trasladarlo a todo...
Sobre las otras cuestiones, no hay más técnicas, no hay más especialidades que las de la impostura... y frente a la impostura, “cuando se trata de algo que atañe al gobierno de la ciudad y es preciso tomar una decisión, sobre estas cosas aconseja, tomando la palabra, lo mismo un carpintero que un herrero, un curtidor, un mercader, un navegante, un rico o un pobre, el noble o el de oscuro origen”. Contra los que se escandalizan de ello, contra los que quieren al curtidor en sus pieles y al herrero en la fragua, nació el 15M. Conecta con luchas que han durado más de 2.600 años y que volverán... Sería aún mejor que no tengan que hacerlo porque la memoria de las mismas no vaya, ya, tras el 15M, a abandonarnos.
Comentarios