Beneficios de posición y cuentos
La lectura de un periodo de crisis exige interpretar el
repertorio concreto con el que la experimentan los agentes. Una crisis de
endeudamiento -causado por el consumo a crédito y la especulación inmobiliaria-
produce dos tipos de disposiciones. En la familia de las primeras se encuentran
quienes desean volver a la situación previa y, por tanto, solo admiten
correcciones de un funcionamiento económico y social sustancialmente adecuado.
Entre los partidarios de esta posición se encuentran los agentes de la economía
financiera pero también los millones de personas que, por medio de créditos a
un consumo ansioso o por la inmobiliaria a baja escala -que va desde Airbnb
hasta los pelotazos urbanísticos derivados de suelo rural-, juegan con bazas empequeñecidas
a la misma partida que los especuladores. En la familia de las segundas se
encuentran quienes no fueron beneficiarios en absoluto de la situación -o
habiéndolo sido repugnan del juego- y desean cambiarlo. La izquierda populista
creyó que las segundas disposiciones serían dominantes. Hicieron mal las
cuentas respecto del radio social real que alcanzaban las primeras
disposiciones.
Dentro de ellas no hay solo grandes de la economía
especulativa. Muchas de esas personas suelen trabajar y ser detentadores de
rentas salariales. Ahora bien, la lógica del inversor exige la disciplina
salarial -y la menor imposición fiscal posible- para no volar -el dinero es la
mariposa del capital, decía Marx- hacia otro territorio. Ese agente es a la vez
trabajador y especulador o arrendatario, es decir, se encuentra sometido a
prácticas de explotación y él mismo somete a otros -por ejemplo con alquileres,
en el trabajo doméstico- o bien se beneficia a pequeña escala de las
revalorizaciones inmobiliarias.
En la explotación industrial los empresarios necesitaban a los
trabajadores. El desafío del movimiento obrero organizado consistía en que
podían reducirles sus ganancias- y además podían asumir la función empresarial: escribía Juan Carlos Rodríguez que el marxismo consistía en que los dominados no necesitan a los dominantes. La
economía podrá funcionar sin ellos y se les demostrará que no había ningún
requisito técnico en la división social del trabajo y por tanto era inmoral la
apropiación desigual de los beneficios. En la especulación financiera, que se
realiza tras evaluar los futuros posibles de aquello o aquellos susceptibles de
inversión, el dominante se marcha y la protesta no influye en sus beneficios:
puede excluir a quien no le gusta sin padecer su ira. No se encuentra, como lo
estaba el empresario industrial, implicado en una actividad común con el
trabajador. No se trata de modificar el contrato y hacerlo más justo, es que
sencillamente elige no elegirle. Quien espera financiación se asemeja a un
enamorado que sufre la indiferencia interesada de su amado.
Por supuesto, el empresario industrial y el trabajador son,
a su manera, víctimas del especulador. Lo novedoso es que para continuar con su
pelea por el reparto de beneficios deben aceptar las condiciones de rentabilidad
del amado que desdeña a sus enamorados. Ambos dos se encuentran compelidos a
interiorizar el universo mental del especulador. Si además, como mostraron
Isidro López y Emmanuel Rodríguez, una parte de los asalariados son también
capitalistas, rentistas y gestores financieros en miniatura, estos tienen en su
propia experiencia los argumentos para considerar que el beneficio es legítimo.
No hemos comprendido con profundidad la idea de las posiciones contradictorias
de clase de Erik Olin Wright, según la cual se puede ser a la vez explotador y
explotado. No hemos entendido qué produce soportar una injusticia y cometerla,
ni el tipo de identidad enrevesada que genera. Y no hemos sido capaces de
comprender cómo, una vez que se interiorizan los juegos financieros, los
sujetos tienen un lugar donde invertir sus expectativas por costosos que sean
sus esfuerzos y magros sus beneficios. Bourdieu hablaba del dolor que causaba
la miseria de posición -por ejemplo del creador con éxito parcial respecto del
consagrado- entre los relativamente privilegiados. Deberíamos hablar de los
pequeños beneficios de posición ligados a la explotación menuda o al cierre
social -respecto de otras poblaciones a las que se les excluye de oficios, de
espacios urbanos, de redes de sociabilidad o de los mejores enclaves del
sistema educativo o de salud.
Nunca hubo un 99% contra un 1%. Cuando se hacen mal las
cuentas, se acaba uno contando cuentos.
Las cañas patrióticas
Solo comprendiendo la base social del neoliberalismo puede
entenderse la diseminación de sus hábitos y que estos sigan funcionando incluso
cuando la realidad no los hace posibles. Voy a un ejemplo reciente.
Durante la llamada guerra contra el terror, Bush pidió a la
población que no dejara de comprar instaurando lo que según Michel Feher (El tiempo de los investidos) se denomina
el shopping patriótico. La idea de vivir a crédito se concilió aquí con un
objetivo trascendente -mostrar el apoyo al modo americano de existir. Este
sentido de la trascendencia es muy importante y suele pasar desapercibido a
quienes ignoran que la política -como enseña una tradición que va de Émile
Durkheim a Randall Collins- es asunto de rituales donde se persigue la
efervescencia colectiva.
El mismo procedimiento se actualizó en España durante la
pandemia. En primer lugar, los aparatos ideológicos del neoliberalismo
intentaron identificar el parón económico y social resultado de las medidas de
excepción con el advenimiento del comunismo y la incompetencia. No faltó la
ayuda de libertarios -algunos con razones valiosas y otros dignos de aparecer en el Porno-Teo-Kolossal de Pasolini al lado del poeta de Numancia-
prestos a encontrar conspiraciones orwellianas por doquier: un absurdo oscurantismo gubernamental -la gestión de los famosos expertos- daba alas a unos y a otros. En segundo lugar, la incompetencia,
por lo demás, es un repertorio conocido de un curioso actor local que arranca
de lejos. La victoria de Zapatero en 2004 cogió con el paso cambiado a un
enorme elenco de intelectuales que pasaban de la izquierda a una posición
simbólicamente sabrosa: la de ser reconocidos como verdaderos izquierdistas por
la derecha. Arrinconados por la inesperada llegada del PSOE, fueron cultivando
el discurso de la ausencia de crédito que merecía cualquier dirigente que no
tuviera otros referentes que los que ellos representaban. Además, durante el
primer ciclo abierto por el 15M, muchos productores culturales se vieron
sorprendidos. La crisis económica desvalorizó un fondo intelectual de armario cortado a la
medida del academicismo de la época neoliberal. La reconversión a una nueva
realidad marcada por el retorno del arsenal izquierdista -Gramsci fue la
estrella pero también volvió Marx y otros referentes indigeribles- se hizo a
veces a medias y a menudo con resentimiento. Se soñaba con el momento de volver
a encontrar agarraderas en la situación previa: ellos también se sumaron al
discurso sobre la incompetencia. En tercer lugar, los errores del gobierno, y
la falta de claridad de muchas de sus decisiones, dieron alas a una especie de
foucaultianismo difuso crecientemente derechista donde se cuestionaba la colusión del
saber con el poder.
En ese contexto Ayuso fue capaz de dar una imagen material a
la idea de libertad, una libertad establecida contra la grisura comunista e
incompetente. Al modo del shopping patriótico se promovió la caña liberal, todo
ello con el apoyo de una de las patronales más dependientes de los flujos
financieros del turismo y que establece prácticas de gestión laboral menos
liberales y más feudalizadas: las trabajadoras y trabajadores de las
franquicias, con sus emblemas de comunismo o libertad, sirviendo copas patrióticas a oleadas de turistas franceses borrachos cantando la Marsellesa, concilian todos los
elementos de esa coyuntura: la fidelidad al patrón, el ruego a los
inversores financieros del turismo para que sigan revalorizando España y el nacionalismo consistente en reivindicar una posición degradada dentro de los circuitos internacionales del turismo depredador.
Debemos comprender bien a qué libertad nos referimos aquí.
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