Hace unos días, El País publicaba una entrevista con
Stephen King. Encontramos lo que ya muestran sus
novelas: un hombre profundamente norteamericano, poco engolado (por eso escribe
tan buenos libros) y muy de izquierdas, que le pide a Obama pagar más impuestos. La entrevista promociona la salida de Doctor
Sueño, en la que se nos muestra el periplo de Danny Torrance, el
maravilloso protagonista de El resplandor.
Stephen King detestó la celebrada
versión que Stanley Kubrick hizo para el cine. En ésta, un escritor frustrado,
Jack Torrance, completa su locura en un hotel que, según parece, lo atrapa,
nadie sabe muy bien por qué razón. King se lamentaba de la elección del actor,
que comunicaba su morbidez desde la primera mirada. Para cargar más la
degradación, Kubrick llenaba de detalles escabrosos la película, todos destinados a convertir a Torrance en un demente. El prototipo del criminal
podrido, absolutamente y sin remisión (unicamente le falta un empujoncito), tan querido por el más reaccionario cine
de terror y policiaco, se actualizaba en medio de una construcción fílmica
técnicamente perfecta, siempre según los entendidos. Luego vendría Halloween, Seven y demás munición para los miedos alentados por la ultraderecha.
Kubrick fue un precursor.
Más allá del escenario y algunos
rasgos biográficos, la estructura de Kubrick no tiene nada que ver con la que
imaginó Stephen King. Para empezar, en la novela, Torrance padre se encontraba
si se encontraba enfermo, de alcoholismo (pero se intentaba sobreponer) y de precariedad laboral. Lo primero le ayudaba a
calmar una infancia desdichada, arruinada por la dominación patriarcal y la
violencia paterna, y por una madre muda y apaleada. El abuelo Torrance era un
canalla borracho y Jack lo amó profundamente hasta que su comportamiento cruel
y caprichoso le impidió seguir engañándose. La madre de Danny, Wendy, tal cual: pero en
este caso, fue la madre la que hizo de ella un juguete inseguro en medio de
dobles vínculos sentimentales. Wendy nunca huirá del hotel ni del hundimiento
de Jack porque su hijo le recuerda lo mala que es la abuela: juega conmigo, le
dice el hijo a la madre, para demostrar que la quiero más a ella que a ti. Violencia masculina
para Jack, violencia femenina para Wendy. La pobre familia Torrance estaba
rodeada y amenazada antes de pisar el Overlook.
Vayamos con la precariedad
laboral, donde resuena la autobiografía de un escritor de clase trabajadora
como Stephen King. Torrance fue profesor en un college, un mundo de señoritos donde se le admira por su prometedor
talento y se le desprecia por su origen de clase. Como todos los de
trayectorias sociales extensas Jack tiene orgullo, aunque éste se encuentra
envenenado por cómo lo transmitió su padre, hasta arruinar sus valores
positivos, un borracho descontrolado. Toda fuente de autoestima tiene su hybris y la de los Torrance además la
encarnó un miserable, que pagaba sus frustraciones con la familia. En una
disputa con un alumno (hijo de un potentado), Jack Torrance reacciona con
violencia y lo expulsan. Si nunca sale del Overlook, aunque tenga claro que el
hotel es malo para ellos es, fundamentalmente, porque no tiene donde caerse
muerto y le da vergüenza mandar a su hijo y a su mujer a la pobreza. Solo un
amigo de francachelas, capitoste en la universidad y uno de los dueños del
Overlook, lo protege, porque Torrance ha protagonizado con él episodios
luctuosos, que deben seguir en secreto. Pero, ¿lo protege? No, porque lo manda al Overlook y le hará elegir
entre callarse sobre el hotel o irse a la miseria.
Porque el Overlook no es un hotel
embrujado (¿por qué Kubrick?) o si lo es
el embrujo no es de cualquier tipo. Overlook condensa la historia del
gran capital norteamericano después de 1945 y por eso chorrea sangre por sus
paredes. El libro lo explica claro, con esas palabras, y lo descubre Jack
Torrance (no podía ser en otro lugar) cuando examina los sótanos del hotel.
Hasta en la metáfora espacial (base y superestructura) Stephen King es
marxista. Cuando decide contar su historia, el hotel se activará contra él.
Pero pudo hacerlo porque era una familia cercada por el infortunio psíquico
(violencia masculina y femenina que desguazó al padre y a la madre) y la
amenaza de la miseria: y esto último la novela lo remacha hasta la saciedad.
Cuando Torrance decide no usar el vehículo quitanieves para huir se ve
limpiando jardines y piensa en la tragedia de su mujer y su hijo acompañando,
en una América enamorada de los winners,
a un perdedor. A Kubrick todo eso, obviamente, se la trae al fresco.
Pero, ¿y el resplandor de Danny?
El gran Lukács en su despreciado El asalto a la razón (un libro bueno, desgraciadamente espolvoreado de insania
estalinista, pero en conjunto potente, con esa gran cultura de Lukács que lo
salva incluso en sus horas bajas) cargaba contra lo que, en fórmula
inolvidable, llamaba la teoría aristocrática del conocimiento. Se radicaba en
la base teórica del fascismo, aunque quienes la profesaran no lo fueran en
absoluto. Solo algunos privilegiados, desmenuzaba Lukács (El asalto a la razón, México, Grijalbo, p. 346), acceden a una
visión del conjunto y los demás somos pobres diablos faltos del genio y la
intuición reservada a los privilegiados. Cuando se quiere explicar
racionalmente al genio, una legión de adoradores gritarán ¡reduccionismo!,
¡resentimiento de las masas!, y otros cuantos lugares comunes al uso de pavos
reales letraheridos. Repito: el estalinismo de algunas partes del libro es
indigesto, pero el desdén que despierta, ese, procede de que Lukács da muchas
veces en el clavo.
La teoría aristocrática del
conocimiento se encuentra en toda literatura de terror y, en apariencia,
también en Danny Torrance, un chico que esplende, capaz de ver lo que otros no.
Eso le dice Dick Halloram, el cocinero negro que averigua desde el principio lo
que los padres ya saben: que el niño tiene un don. No es banal que el único que
esplende en el hotel sea un subordinado negro (y otra camarera a la que
despidieron previamente).Pero, ¿por qué esplende Danny? Es muy inteligente,
como Wendy (que es socióloga) y su padre, al que Danny ama más que a nadie en
el mundo. Sabe que el amor de sus padres se encuentra amenazado por una
biografía tortuosa y unas condiciones materiales pésimas, pero que es un
acontecimiento auténtico, y que cada vez que papá palpa las piernas de mamá, el
amor y la vida vencen al destino y la salvación resulta posible. Danny tiene
además un mapa de las circunstancias, no es una visión redonda y certera. Pero
es demasiado para que cualquiera pueda comprenderlo bien y más un niño tan
pequeño. Además Danny es un transmisor del amor de sus padres y por eso sus
trances acompañan las crisis de la pareja o las zozobras de Jack. El
resplandor, diríamos con jerga filosófica, es la visión de la totalidad
concreta, síntesis artística de múltiples determinaciones, que tienen algunas
personas afectivamente muy inteligentes. No sé si Lukács frunciría el ceño,
pero creo que aceptaría la fórmula y no le parecería demasiado aristocrática.
Y, en sí, el resplandor no dice mucho.
El cocinero Halloram le insiste: puede ser que aciertes o puede ser que no y Danny lo sabe.
Además solo se ven fragmentos y los mismos. cuando el amor y el hambre de vida
ganan, puede percibirlos su padre (véase la escena del quitanieves) y su madre
(“porque todas las madres esplenden un poco”). El aristocratismo
epistemológico existe, pero muy diluido, casi en nada. El
terror activa las neurosis para matar la novedad y la vida y Danny, más joven, tiene
menos carga que sus padres, por eso esplende más. Pero todo el mundo puede
tener algo del resplandor, puede ver que una avalancha de nieve puede cercenar. Sobre todo uando se lucha como un héroe demoníaco, que es lo que hace Torrance.
Un héroe demoníaco, explicaba el
primer Lukács, el premarxista, busca valores positivos pero de una forma disparatada
(véase Lucien Goldmann y su “Introducción a los problemas de una sociología de la novela”). El método para buscarlos impide lograrlos porque supone lo contrario
de lo que tales valores expresan. Torrance pretende, en sus momentos maníacos,
luchar solo contra el Overlook. El capitalismo y la neurosis son grandes
maestros en manipular la soledad y la ambición: en eso, no hay quien les gane y
se tragarán fácilmente a su contrincante llevándolo hasta la habitación 217
(237 en la película). Allí le aguardan a Danny y por medio de él
a todos los Torrance, la violencia familiar y los fantasmas del capital. Ese es
el terror de la habitación de marras. No hay otro.
Todo lo cual destruirá al pobre
Jack. Desde una biografía muy frágil (¡y él solo, solo, sin nadie más: y eso solo se puede hacer con más gente, lo
primero con quienes te aman! ¡La primera obligación para luchar es conservar a
quienes te libran de la soledad!), se propone desvelar el secreto del Overlook:
la violencia y la depredación de vidas y recursos. Como buen aspirante a
artista, desgraciadamente, debe cultivar la soledad para ser el mejor, para ser genuino. Y así, el capital, o te adaptas a él, o te come. La voz de
su padre, del abusador, se lo dice a Jack: los artistas deben ser malos y sacrificar el mundo a su arte.
Es la voz de la vida neoliberal (en parte una popularización hacia la clases medias y
trabajadoras de la competencia a muerte, en todo, entre las elites cortesanas e
intelectuales), donde no existen otros vínculos que la autoestima y competencia.
El cinismo de Kubrick es muy del
gusto de nuestro tiempo y quizá el argumento del Resplandor de King suena muy didáctico. Cada uno cultiva su narcisismo
ideológico como puede y habrá quienes seguirán prefiriendo la oscuridad a la
sociología y así se sentirán, contemplando la disparatada historia de Kubrick, asomados
a profundidades abisales. No aspiro a convencerlos. En cualquier caso, la película
falsificó en una película visualmente impecable (eso dicen los entendidos) una
excelente novela profundamente americana y socialista: en la habitación 217 se
encontraba el gran capital manipulando el amor entre dos seres hermosos (Jack y
Wendy) pero a los que le habían caído muy malas cartas en la partida de la vida.
Habrá que leer con avidez cómo le fue al gran Danny en Doctor Sueño. Y recordar con Stephen King que, a poco que te descuides, la sociedad del coaching y la depredación asertiva
guarda una 217 para cada uno de nosotros.
Comentarios
Un apunte: Halloween es de 1978, antes de El Resplandor.
Saludos.
La versión de Kubrick es extraña, muy fría y muy técnica, como todo lo que hacía él, pero aún así me sigue fascinando. Y le encuentro muchos aciertos, el uso de la steadycam, la música de Penderecki, la decoración del hotel... Sin embargo, de King me he leído Carrie y La Cúpula y no me parece muy buen escritor, eso sí, tiene mucha imaginación y sabe narrar y engancharte.
Un apunte: Halloween (la de Carpenter) es de 1978, dos años antes a El Resplandor.
Saludos.
P.D. Muy buena la referencia a "Carretera perdida", uno de mis films favoritos.
Tío Marvin, si solo leíste Carrie y La Cúpula, entiendo que creas que King no es tan buen escritor, no son de sus mejores libros. Carrie por ser su primer trabajo y La Cúpula es demasiado ambiciosa. Te recomiendo It, Un saco de huesos, Salem's Lot, La Danza de la Muerte... o incluso sus cuentos cortos, que son excelentes, y volvemos a hablar.
Saludos!