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Quedarse, irse o discutir

La triada de Albert Hirschman (exit, voice and loyalty) ha sido utilizada para explicar por qué los individuos se movilizan. Ante un problema, pueden intentar cambiar de referente (exit), racionalizar o ignorar lo que ocurre (loyalty) o protestar (voice). También puede utilizarse para comprender cómo los individuos actúan una vez dentro de un movimiento, cuando perciben problemas.

Hasta ahora, a distancia, el 15M no planteaba dificultad alguna, pero tras Barcelona (y Cayo Lara: para mí muy sintomático), sí. Se ha visto -amplificado vergonzosamente por unos medios, pero bien reflejado y hasta disculpado por otros- lo que desde dentro se percibía ya. En fin, sea como sea lo que ha sucedido (cualquier provocación supone la disposición a dejarse provocar), esto ha mostrado el deseo de algunos, muy pocos pero muy activos, de convertir un movimiento social complejo y democrático en un eslabón más de la gloriosa cadena de movimientos antisistema, siempre tan nutridos y ricos en conquistas. Como son lugares de paso de ciertas fracciones marginadas de la alta sociedad, o de conjuntos generacionales de ésta durante una fase de su ciclo de vida, esto les dota de un enorme atractivo para ciertas disposiciones arribistas, a menudo inconscientes, en el campo de la cultura y las artes, o simplemente de la sociabilidad cotidiana.

Visto lo visto, quedan tres posibilidades:

1. Irse, porque esas compañías son ideológicamente insoportables y confrontarse con ellas supone vérselas con medios que militan a tiempo completo, se apoyan entre sí (con una solidaridad de grupo que reposa en una de clase, dado su reclutamiento) y, dado el mentado origen de clase y/o el efecto de grupo, son muy arrogantes. Quien se quiera confrontar a nivel individual corre el riesgo de ser estigmatizado sin que los demás reaccionen, dado el nivel de complacencia con el mal que a todos caracteriza - y que, tal vez, necesitamos para vivir. 10 personas organizadas pueden dominar a 100.000 desorganizadas. Alguien puede decirse, ya vendrá otra ocasión. Quien se diga eso, que espere sentado. Una revuelta que desparrama, no es algo que deja las cosas como estaban antes de su aparición. Es, como me explicaba mi profesor de Ética en la Universidad, una magnitud negativa, no un cero, sino un menos algo, que habrá que superar cuando se quiera volver a luchar. Una derrota no te deja como estabas cuando se empezó, te deja muy por debajo.

2. Seguir leal con la fe del carbonero, diciéndose que no hay nada mejor y que nada es tan grave, que lo malo viene de fuera. La teoría del enemigo interno puede ayudar a mantener el ánimo en paz y provocar coaliciones provisionales donde, entre el malentendido que parasita siempre la acción colectiva, almas bellas y luchadores callejeros pueden fortalecerse mutuamente. Será por un tiempo escaso y es muy probable que pronto las almas bellas nos cuenten sus calamidades. Yo no les escucharé y hasta puede que les diga un par de cosas.

3. Quedarse y discutir, ser más activos, dejar la simpatía a distancia por el compromiso. Por evitar el efecto de la magnitud negativa, porque, pese a las diferencias, puede uno encontrar en ellos un buen ramillete de razones compartidas, y porque la solución a los problemas de la democracia, como decía Dewey, se resuelve con más democracia, y no actuando como un misántropo resentido. También, por una razón sociológica y generacional: gracias a la democracia y al Estado social -ahora vendrá uno y dirá que lo creo el franquismo y yo diré, en parte sí, pero la cuestión es qué relación de clases lo produjo- montones de personas han accedido a la formación cultural, con sensibilidades más plurales a las de elites que viven en competencia simbólica en cada momento de la vida (también, ¡ay!, cuando se hacen radicales, aunque sea por un tiempo) y no pueden, no podemos, ceder a la primera dificultad  intelectual que nos plantea el irritante, improductivo y, en el fondo muy oportunista, radicalismo chic. Hemos de seguir y seguir con formas: discutir admitiendo las razones de los otros (huyendo de la dialéctica degradante ellos/nosotros), por tanto, individualizando las discusiones y saliendo del efecto parlamento de extraparlamentarios que enquista las diferencias. Todo esto, insistiendo muy firmemente en qué es lo que nos une aquí (y que introducir más, supone desunirnos): varias reivindicaciones comunes (de índole político y social que suponen reformas), asambleas que permitan el debate y que con su ejemplo muestren que otra (yo diría: la misma, la Constitución tomada en serio) y más democracia es posible y el deseo de convencer a nuestros conciudadanos, incluidos los políticos.

Hemos de seguir porque, pese a los problemas, no se podía aguantar en silencio cómo las leyes de hierro de las oligarquías y la obscenidad capitalista degradaban nuestro tejido político y social. Y porque, si aguantamos manteniendo nuestra forma (en el doble sentido de estar fuertes y de que no se desvirtúe lo que somos), el movimiento puede ampliarse: incorporando a las clases populares (mi amigo Jorge me cuenta experiencias excelentes en barrios) y produciendo un efecto a nivel europeo. ¡A la calle, el domingo!

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