En el blog de Jean-Louis Fabiani, no debe uno perderse, sobre todo si siente que París es un sitio magnífico pero, en ocasiones, insoportable, la desternillante descripción del ambiente de la EHESS (institución tan admirable por tantísimas razones) así como de la bravuconería y la pedantería que -sólo a veces ¿eh?: en España hay que tener cuidado con un rancio sentimiento "antiafrancesado" - ennegrece las buenas conversaciones que a menudo abundan en sus restaurantes.
Muy útil, entre nosotros, ya que, como se sabe, a París muchos hemos tenido la grandísima fortuna de ir a aprender y ¡algunos hay que importan ese tipo de prácticas (sin importar por lo demás la sustancia intelectual que caracteriza a la vida francesa) como si fuesen un atributo inseparable del intelectual! Y no: la mala educación es una violación de los rituales humanos (y como Goffman enseña sólo mediante ellos nos reconocemos y nos hacemos humanos), los bravucones unos falsos matasietes (que diría el gran Alatriste) de tebeo hortera y el pedante es al intelectual lo que el fanatismo a las convicciones: su inversión pervertida y su absoluta degradación.
Dicho esto, evidentemente, este tipo de prácticas no son exclusivas de París aunque Fabiani explica bien que no se puede separar el asunto de las tradiciones nacionales: en Alemania las cosas marchan con otro temple. En España, sin duda, depende de los lugares pero parece cumplirse la tendencia a multiplicar los signos de diferenciación propios y los rituales de degradación ajenos cuanto más tensa es la concurrencia intelectual.
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