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Cuerpos, discursos, trayectorias


Dirigida por Mabel Gracia Arnáiz y codirigida por Josep María Comelles, Mariola Bernal defendió su tesis doctoral CUERPO, COMIDA Y MIGRACIONES. UN ANALISIS TRANSCULTURAL DE LOS (MAL)ESTARES ALIMENTARIOS, el día 22 de diciembre en el Departament d`Antropologia, Filosofia i Treball Social de la Universitat Rovira i Virgili. Esta apasionante tesis -surgida de un importantísimo grupo de trabajo con una amplia trayectoria común- me motivó algunas consideraciones que resumo aquí en lo que tienen de generales.




El abordaje de los trastornos alimentarios desde las ciencias sociales exige analizar, al menos ya que todo puede mejorarse y precisarse, tres ámbitos:


1) Una descripción tan ajustada como sea posible –esto es, como lo permita la precisión de las estrategias de investigación que nos hemos impuesto- de las prácticas somáticas y de los contextos en los que éstas se desarrollan. Ninguna práctica es desviada al margen de un contexto determinado que debe ser descrito de modo específico. Tal es la enseñanza goffmaniana de Insanity of place. En este punto, existe una curiosa huida historicista de muchos científicos sociales. Weber explicó que la sed de ganancia no define al capitalismo, ya que eso lo comparte con otros individuos históricos, pero entre nosotros aún no hemos agotado el debate de si las ayunadoras eran o no anoréxicas sin descubrir. Espero que llegue el día que alguien analice las durísimas prácticas ascéticas de los cínicos o los estoicos como sistemas preanoréxicos o no. Esa huída historicista evita enfrentarse a la descripción de las prácticas alimentarias, deportivas, estéticas, de salud, de vestido concretas por parte de las personas con TCA y las que pueblan sus contextos. Por lo demás, esa construcción del espacio somático y los conflictos no puede basarse en elementos aislados, por ejemplo, si las personas desean un cuerpo delgado o no. En primer lugar porque ninguna acción o sentimiento puntual es relevante para las ciencias sociales ya que queda fuera de sus posibilidades de descripción, para eso tenemos las novelas. En segundo lugar porque toda situación puede ser aceptada (comer poco, vomitar...) siempre que no viole las pautas espacio/temporales compartidas. No es lo mismo concentrarse en el cuerpo para ir a un cotillón de nochevieja (y vomitar para encajarse en el vestido) que hacerlo en todos los momentos de la vida hasta que esto impida seguir desempeñando las tareas cotidianas.

Esta descripción de las culturas somáticas en contextos es la única que permite resolver de modo satisfactorio la cuestión de si hay o no influencia de clase en los trastornos alimentarios. Para ello no resulta sensato trasplantar categorías de clase a los contextos descritos. Es la descripción de los propios contextos (prácticas en conflicto) la que nos debe permitir organizar clases de condiciones de existencia que muestran mercados corporales con precios diferentes según los modos de vida. En este plano, la tesis de Mariola Bernal basada en el estudio de TCA en población migrante propone un material y un análisis riquísimos: sobre la transmisión de la cultura somática dominante y sobre la variedad de contextos de apreciación del cuerpo.
¿Debemos prohibirnos los discursos generales? No, porque siempre hablamos desde alguno, incluso, si quiere hacerse comprender, el más devoto del relato etnográfico (que suele ser por lo demás un filósofo acrítico y pomposo en cuanto deja de jugar a la profusión irrelevante de detalles). Pero tenemos que preguntarnos qué es lo que ayudan a comprender de cuanto describimos. Por ejemplo, la referencia a la globalización (con su tendencias unificadoras, por lo demás nunca exitosas, hacia un único mercado corporal) puede ayudarnos, como muy bien muestra Mariola Bernal, pero también la referencia al neoliberalismo en cuanto sistema de competencia generalizado alrededor del capital humano y de su puesta en valor en el cuerpo.



2) La descripción de los espacios narrativos disponibles para narrar los acontecimientos, ya que todo no se puede decir en cualquier lugar, ni en cualquier momento histórico, ni en cualquier fase del ciclo de vida. En ese menú de definiciones posibles se encuentra la etnociencia (por ejemplo, la recepción profana del conocimiento científico), el debate científico (que siempre es un campo y por ello no es monolítico: a ese respecto, la reconstrucción de Mariola Bernal de la literatura biomédica es soberbia), así como otras formulaciones resultado de contextos vitales concretos y de sus producciones intelectuales. La relación de este punto con el anterior (el habitus no escoge al azar en un campo salvo para los perezosos y los ideólogos del indeterminismo) debe ser una exigencia, difícil de concretar pero no imposible.

Entendamos este punto. No se dice que el discurso produzca la realidad, según la lógica de “Al principio -y al final, añado- era el Verbo” tan del gusto de las genealogías de los amigos de la construcción (verbal, que no social, pese a que ) de todo, sino que la experiencia vivida no es independiente de la descripción que realizamos de la misma. Los libros de Ian Hacking son una referencia al respecto, aunque tienen la gran dificultad de basarse únicamente en el estudio de archivos, (quizá porque la etnografía no es cosa que pueda permitirse un filósofo sin dejar de serlo).

3) Las formas diversas de carreras o trayectorias posibles sabiendo que, desde que la psiquiatría y los dispositivos de encierro dejaron de dominar la salud mental (y suponiendo siempre que esos dispositivos estén bien descritos en la literatura clásica, algo que yo dudo: véase Foucault), no existe un solo tipo de carrera. El concepto, por lo demás, en el uso que le daba Goffman, se basaba en un supuesto metodológico discutible: el hecho de que una institución total laminaba toda pertenencia social exógena (de clase, cultural) a la institución por medio de procedimientos de mortificación. Basta leer las descripciones que Jorge Semprún hace de Buchenwald -y tanto más...- para ver que todo eso debería discutirse. Pero aún admitiendo el valor del concepto en una época, el propio Goffman consideró que no servía ya a finales de los años 60.
Hoy cuando las asociaciones psiquiátricas cuentan con las asociaciones de enfermos para establecer nosologías hay que ser muy fetichista de los grandes conceptos para seguir utilizándolo sin una severa revisión crítica, máxime sin discutir las alternativas que se presumen mejores. En mi propio trabajo he intentado describir las trayectorias con arreglo a ciertas variables relevantes. La imagen es la de un mercado de definiciones y terapias con centros de poder inestables y dispersos: existe la coacción institucional, pero también la capacidad para manejarla según los recursos disponibles.

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