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LA MIRADA DE TUCÍDIDES: JUSTICIA, FAMA E INTERÉS

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El conflicto se desató en un lugar desconocido, Epídamno, colonia de Corcira, ciudad a su vez tutelada por Corinto. Hay una narración excelente y fácil de seguir de los acontecimientos en los capítulos II y III de Donald Kagan, Historia de la Guerra del Peloponeso (Madrid, Edhasa).. Nos concentraremos en los argumentos que corcirenses y corintios presentaron en Atenas. En mi opinión, los discursos son más complejos de lo que refiere Kagan y no se concentran únicamente en el miedo para incorporara los atenienses al conflicto.

Corcira pide ayuda a la asamblea de Atenas. Ésta comprendía a los ciudadanos libres varones y el número de participantes rara vez excedía los seis mil, aunque hubieran podido participar cuarenta mil. Los embajadores de Corcira y de Corinto no hablaban ante un grupo restringido de dirigentes políticos y militares sino ante el pueblo de Atenas, al que debían convencer. Los argumentos, por tanto, nos ayudan a entender qué patrones comunes compartían unos y otros y, de ese modo, discernir el repertorio político y moral dominante en Atenas.

¿Por qué reclama ayuda Corcira a los atenienses? En primer lugar por la calidad moral de sus interlocutores. Los atenienses ayudan a los que sufren un daño injusto y no a los que lo comenten. Demagogia o no, cabe discutirlo, en todo caso, los corintios no hablan del interés de los atenienses sin antes recubrirlo de grandeza moral. Que el criterio se encuentra arraigado en la conciencia ateniense, lo demuestra el pasaje del Epitafio de Pericles: nos gusta obedecer las leyes fundamentalmente aquellas que se hacen para beneficiar a los injustamente maltratados. Por lo demás, ciertamente, Corcira había sido fundada por Corinto y debía respetar a su metrópoli. Si no lo hacen es porque con mal señor no puede haber buen vasallo. Atenas hace bien en protegerse de quienes son injustos hasta con los propios.

Posteriormente, aparece otro criterio, fundamental en una cultura agonística, concentrada en lograr una vida tan brillante como fuera posible. Si nos ayudáis, dicen los corintios, se incrementará vuestra fama y refulgiréis en la conciencia de los individuos y los pueblos. Nosotros, por lo demás, siempre os seremos fieles porque un servicio tan grande nunca se paga del todo. Atenas no tenía por qué ayudar a Corcia, que no formaba parte de la Liga de Delos, la alianza militar. De hecho, durante mucho tiempo quiso mantenerse al margen. Ahora pedía un apoyo a una ciudad que antes mantuvo  a distancia. El agradecimiento será enorme porque cuanto más generoso es un favor más somete al agraciado.

La economía del don difiere de la del contrato. Si Corcira perteneciese a la Liga de Delos, los atenienses se encontrarían obligados a intervenir. Era lo que se esperaba de ellos, nada más. Renunciar, los hubiera convertido en una potencia poco fiable y, a la postre, ridícula, incapaz por tanto de sostener, desde una posición de hegemonía, una liga militar. Dado que además Corinto, sin ser hostil, tampoco fue amiga, socorrerla, debido a la agresión de Corcira, revela una opción gratuita, digna de auténticos héroes, no fundada en obligaciones, sino en lo que caracteriza a las almas verdaderamente nobles y aristocráticas. No olvidemos que, como ha explicado Nicole Loraux, Atenas fue una democracia que gustaba presentarse como una verdadera aristocracia porque sobresalían todos los grandes, aunque fuesen de condición humilde: en nuestra ciudad, dirá Pericles, la pobreza no desmerece a quien se signifique trabajando por la comunidad, ya que la ciudad permite la grandeza con independencia de la condición social. Muchos siglos después, el joven Ortega propondrá una visión gemela del socialismo. El socialismo propone la verdadera aristocracia porque, gracias a él, ningún Aristóteles malgastará su talento criando cerdos en condiciones inhumanas. Gracias a la distribución de la riqueza, las capacidades humanas brillarán sin cepos económicos que las constriñan y podremos ver florecer a los auténticos genios, sin que importe su cuna. Corcira, o la traducción propuesta por Tucídides de su discurso, juega con el espíritu noble de los atenienses sin dejar de recordarles –este paso es clave- que los actos gratuitos, a largo plazo, interesan a quienes los realizan.

En fin, luego aparece ya el interés puro y duro. Corcira tiene, tras la ateniense, la mejor armada, lo que reforzará el poder marítimo de la ciudad. Ese poder no solo singularizaba militarmente a los atenienses: también se encontraba cargado de significado político. La opción por la Marina desterró el modelo de guerra hoplita preferido por los conservadores y convirtió al pueblo, a la democracia de remeros, en base de la fuerza de la ciudad. Nadie podía pretender apartarlos de la vida política cuando eran ellos, la última de las clases sociales, la que permitía a su ciudad ser una potencia. Corcira advierte a Atenas: Esparta les tiene miedo y va a por ellos y Corinto ha sido siempre una aliada fiel de los peloponesios. En un futuro van a necesitar la flota de Corcira porque la guerra, quiéralo Atenas o no, se avecina. Si no nos ayudáis, Corinto nos tragará y los espartanos nos tendrán en su poder para agrediros. En fin, ya estáis en guerra, aunque no se haya declarado. Se trata de que adquiráis un nuevo  aliado agradecido o que lo tengáis enfrente utilizado por vuestros poderosos enemigos.

Corinto retoma los tres argumentos: la justicia, la fama y el interés y, obviamente, da la vuelta a lo dicho por los corcirenses. Nadie los trata injustamente, y menos nosotros: si hasta ahora Corcira no pertenecía a ninguno de los bloques militares es porque a los bandidos les gusta cometer solos sus felonías, sin poder alguno que los fiscalice. Por otra parte, el don que os reclaman no los hace fiables y no creáis que se convertirán en amigos: ahora están con el agua al cuello y os necesitan. ¿Se puede aceptar una promesa de quien no la quiso hacer cuando no tenía problemas? A Corcira la guía el cálculo y por tanto cambia de parecer según las coyunturas. La amistad devota que promete no es creíble. En fin, por último, la guerra no es inevitable y Corinto, dentro la Liga del Peloponeso, ha ayudado a que no estalle. Cuando Atenas castigó a los samios defendieron ante los espartanos el derecho de la metrópoli a arreglar sus asuntos internos. Atenas debe ahora hacer lo mismo respecto de Corcira.

Atenas debe tomar una decisión justa, concluye el faraute de Corinto. El argumento de Corinto es demoledor y revela un racionalismo antimaquiavélico: racionalismo porque cuando pide a la Asamblea de Atenas que sea fiel a los propios valores, lo hace acudiendo a que ningún otro cálculo puede desplazar a la convicción ética. Para ser maquiavélico, tiene que presuponerse un contexto constante, donde la acción tendrá un sentido previsible, y donde no se verá alterada por emergencias imprevistas. Resulta absurdo calcular porque el futuro no lo conoce nadie y cualquier estrategia resulta ridícula. Manteniéndose en los valores se hace el mejor cálculo porque la ciudad afianza su propia identidad y sigue mereciendo el reconocimiento de ser una potencia justa. Por lo demás, curiosamente, Corinto estaba defendiendo a los demócratas de Epidamno contra los corcirenses que, en ese trance, servían de sostén de los oligarcas.

Por justicia, por fama y por interés el demos de Atenas debía elegir. La asamblea se prolongó dos días. La decisión fue conservadora pero comprometida con Corinto: la defendería sin atacar a Corcira. Uno de los reyes de Esparta entendió el mensaje: Atenas no deseaba la guerra pero su posición fue derrotada y comenzó la primera fase del contencioso. Paradójicamente lleva su nombre: la Guerra de Arquídamo. Veamos como fue el debate, ahora sí, apoyándonos plenamente en Castoriadis.

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