Aunque anunciaba a Tucídides en la entrada anterior de esta serie, haré una parada en Ortega. Una formulación fulminante de la incompatibilidad entre política y verdad se encuentra en el conocido opúsculo (por su brevedad, no por su enjundia) “Mirabeau o el político”. Para Ortega, el francés representa el arquetipo del político. Un arquetipo es la realización pura de una virtud humana, que en nada se parece a los ideales: de hecho, son su opuesto. Los ideales son deseos irrealistas, puras proyecciones fantásticas sin raíces en las cosas. Los arquetipos, sin embargo, nos muestran lo que las cosas pueden ser, en toda su pureza. El método se quiere realista, y por eso merece considerarse, y mucho. Ortega se pregunta: ¿qué es un político, cómo opera, cuando llega a su máximo grado? Si es así, insiste con una de sus muchas frases felices, no le pidamos lo que no puede ser porque la humanidad, cuando se pone idealista, “es como la mujer que se casa con un artista porque es artis...