La disputa política, como señalé la semana pasada, se organiza entonces alrededor del concepto de libertad, lo cual no es evidente. La derecha podría haber escogido un modelo de igualdad frente a otro -igualdad formal, que persigue las barreras de género y raza, frente a igualdad socialdemócrata o socialista que persigue las barreras de clase o defiende la compensación para los peor situados por la naturaleza/cultura-, donde habríamos encontrado la misma complejidad que respecto de la libertad. Ha escogido el término libertad porque, sin duda, el proyecto de acomodarse a los dictados de las finanzas no reconoce más libertad seria que la del inversor. Cuando se utiliza algún parámetro igualitario, por ejemplo el nacional, sirve exclusivamente para oponerlo a minorías -ejemplo de mal nacionalismo- o inmigrantes colonizados por religiones supuestamente patológicas por definición. El anti-islamismo o el antinacionalismo -de las minorías- es el igualitarismo de los cínicos. En cualquier caso, no debe ignorarse que en el campo de la igualdad también hay un debate. Así, el discurso de derecha -o de la verdadera izquierda certificada por la derecha- es feminista para oponerse a los inmigrantes o igualitario para denunciar a las burguesías vascas y catalanas.
El concepto de libertad permite modulaciones conflictivas.
Axel Honneth, a quien sigo en estas entradas, tiene el enorme mérito de destacar que a Marx le interesó poco la
igualdad y que cuando pensó en ella la pensó como compensatoria de las
desigualdades y por tanto no igualitaria. El comunismo tenía el efecto de
generar una libertad individual desconocida por la sencilla razón de que las
capacidades de los sujetos son imprevisibles, siempre y cuando puedan comenzar
a desarrollarlas.
Todo esto para decir que la izquierda debería ser capaz de
coger el testigo de la libertad, y no solo por Marx: el concepto republicano de libertad dio enorme profundidad filosófica
al debate. Otra cosa es si una opción crítica puede defender la libertad sin
practicarla en las organizaciones que promueve y pretender ser creíble. La
derecha, que maneja un concepto muy minimalista de libertad, lo tiene más fácil.
La izquierda que defiende no solo la libertad formal sino también la
socialmente igualadora y la individualmente compensatoria carga con mayores
exigencias de credibilidad. Pero cabría responder que sin esas exigencias no
tiene sentido ser de izquierdas.
Vuelvo a nuestro presente, al del asalariado de la patronal más feudal que existe con sus pulseras de comunismo o libertad. ¿Cuáles son los ejes en que podemos especificar la querella política alrededor de la libertad? Lo voy a organizar a partir de la diferencia -propuesta por Honneth- entre libertad negativa, libertad reflexiva y libertad social. No todo en la caracterización del filósofo alemán me parece satisfactorio. Como él reconoce más o menos, la libertad social no es solo de Hegel y Marx, sino que también estaba ya en el mundo romano (véase Philip Pettit) o en la democracia griega (véase Antoni Domènech). Mas para no complicar la cuestión, me atendré a la clasificación de Honneth. Creo que podrá entenderse mejor en qué es liberal el neoliberalismo y en qué es protofeudal.
Tres son los conceptos de libertad con los que funcionamos cotidianamente, los cuales se entremezclan en nuestros razonamientos, saltando de uno a otro sin darnos cuenta. El primero, la libertad conocida como negativa, reivindica un espacio de privacidad propio respecto del cual el sujeto no debe dar cuentas a nadie. Muy importante, sobre todo en política, es que ese concepto de libertad suele, aunque no necesariamente, ir unido a una racionalidad de tipo inerte. Inerte, el término es del primer Antoni Domènech, es aquella racionalidad que considera imposible modificar las propias preferencias, las cuales se consideran inalterables e idiosincrásicas. Frente a esa razón inerte se encuentra aquella, de índole clásico, que comunica el cuidado de sí con el cuidado del otro -sobre la inesperada, de acuerdo a los encasillamientos dominantes, coincidencia entre Domènech y Foucault véase el texto que enlazo.
La libertad negativa es algo irrenunciable y forma parte de
un mínimo liberal que surge, se diga lo que se diga, antes del liberalismo.
Pericles, en la Oración Fúnebre, destacaba que los atenienses amaban la
participación política a la vez que aborrecían e entrometerse en las
intimidades de los demás. En la mayor apología de la democracia antigua se lee:
"Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos
como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro
vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues esta,
aunque innocua, es ingrata de presenciar". Como explicaba Castoriadis,
Atenas ya reunía la libertad de los
antiguos y la de los modernos -si es que la división tiene sentido; pero
volvamos a nuestro tiempo.
La cuestión de la libertad negativa la ha traído
de nuevo actualidad con la llamada Ley Trans, donde vemos a una parte de la
izquierda defender la libertad negativa contra la psiquiatrización y a otra
parte exigir la supervisión de preferencias que se consideran sospechosas. En
ambos polos encontramos también posiciones procedentes de la derecha. En
cualquier caso, la libertad negativa forma parte sin duda del libertarismo
moderno que nada tiene que ver con el
anarcosindicalismo que fue una modalidad radicalmente democrática de
republicanismo socialista. La idea de que tras cada norma colectiva se cuela
una intromisión inaceptable forma parte de una ideología que no reconoce más
autoridad que la derivada del propio juicio, el cual sospecha de todo argumento
que no se sea capaz de reconstruir completamente o en el cual se observen las
menores lagunas de razonamiento. Este concepto de libertad lo vemos diariamente
en las movilizaciones de rechazo a las medidas de gestión de la pandemia y es el fuel del negacionismo y el conspiracionismo. Curiosamente, esta ideología podría ser conceptuada como un ejemplo de fatal arrogancia -robándole el título a Friedrich Hayek-: esta consiste en la pretensión desmedida de dominar el sentido de todas las cadenas sociales en las que nos situamos. Hayek utilizaba esta idea para combatir la planificación económica, pues esta violentaría la selección espontánea que la historia produce en nuestras instituciones y esquemas morales. Un socialista emplea para señalar la prioridad de la comunidad en la creación de nuestras capacidades y a exigir, por tanto, mecanismos globales de solidaridad colectiva. El conspiracionista es una mezcla curiosa de epistemología de la sospecha -a menudo atribuida a la izquierda- y desconfianza máxima de cualquier institución -santo y seña del anarquismo derechista y sus mercados de sujetos libres.
No debería dejarse el espacio de la libertad negativa al
pensamiento liberal-libertario. Bien al contrario, debe insistirse en que esa
irrenunciable libertad de elección propia tiene condiciones de posibilidad
sociales. Esto es lo que el individualismo ignora: cómo la libertad negativa
cobra todo su sentido en un contexto de solidaridad vinculada a la división del
trabajo: es algo, lo ha señalado Honneth, que apareció
claro en los primeros días de la pandemia, cuando se vio que nuestra existencia
depende de profesiones mal pagadas y socialmente desconsideradas. Se es libre
gracias a esfuerzos sociales -imposibles de medir y ni tan siquiera de separar- que proporcionan las condiciones
de seguridad, salud, cultura y desahogo económico que permiten la estilización
individual. Lejos de aborrecer de la subjetividad, y de amalgamarla con el
narcisismo, la tradición socialista ha insistido siempre en que la propiedad de
sí mismo es un objetivo digno de universalizarse. Para lo cual debe modificarse
el orden de reconocimiento simbólico y retribución económica socialmente
dominante. La libertad social y republicana, desde Pericles, vincula respeto al
sujeto con conciencia de la solidaridad común.
Continuaré con los otros dos conceptos de libertad -el
procedente de Kant y el que Honneth sitúa en Hegel y Marx- en las próximas semanas.
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